COMUNICADO DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL PANAMEÑA (C.E.P) AL TÉRMINO DE LA ASAMBLEA PLENARIA ORDINARIA No. 213
Los obispos de la Conferencia Episcopal Panameña reunidos en nuestra Asamblea Plenaria Ordinaria Anual, del 14 al 17 de septiembre 2020, queremos compartir con el pueblo de Dios nuestras reflexiones finales sobre la visión de la Iglesia y el país que debemos construir después de la pandemia, que nos permita derrumbar los muros de la inequidad, la exclusión y la indiferencia.
Signos esperanzadores en la pandemia
Nuestro país nuevamente ha demostrado que es un pueblo noble durante esta pandemia. Son seis meses en que hemos perdido a muchos seres queridos, han quedado muchos afectados por el Covid-19, en su salud, en su economía, en sus relaciones humanas y comerciales, en su vida de fe. Sin embargo, han emergido en medio de ese panorama oscuro, la luz de la solidaridad y la fraternidad de muchas personas, organizaciones e instituciones, que han puesto al servicio de los demás sus talentos para compartir lo que tienen y aliviar su difícil situación.
La Iglesia Católica en Panamá también se ha visto afectada. Sin embargo, ahora más que nunca sus obras sociales y de misericordia se han reforzado y se han creado otras, para ser esa Iglesia en salida y encarnada en su pueblo a través del compromiso permanente de tantos sacerdotes, consagrados y laicos, que se han despojado de sus miedos y limitaciones para donarse al más necesitado.
También la Iglesia doméstica que es la familia ha sido fortalecida por el acompañamiento a través de las plataformas digitales, dando una dimensión pastoral distinta, que no renuncia a la esperanza y a la fe en su misión de construir el Reino de Dios.
Indudablemente reconocemos que es el soplo del Espíritu Santo, al igual que a los discípulos encerrados por miedo en el Cenáculo, el que nos da la fuerza para buscar nuevos horizontes y caminos de creatividad para responder a los desafíos de una pandemia que ha puesto en evidencia la fragilidad humana.
Las preocupaciones
Como pastores, en contacto permanente con el pueblo, hemos constatado la preocupación por las problemáticas que existían antes y que han sobrevivido a la pandemia porque son virus que carcomen el tejido social, empobreciendo a una gran mayoría como son la corrupción, la falta de credibilidad y de ética en todas las esferas de la vida.
En tiempo de pandemia, sigue la preocupación por una educación que deja a los sectores empobrecidos más excluidos, a pesar de los esfuerzos emprendidos. Un sistema de salud que ha dejado al descubierto su colapso, pero con un personal sanitario con un ejemplo encomiable, que combate el Covid-19 hasta la entrega de la vida de algunos de sus miembros.
Es indiscutible que los históricos excluidos del desarrollo, son los más afectados por esta pandemia, y ahora se ha sumado un número creciente de familias vulnerables al perder sus trabajos o medios de subsistencia.
A todo lo anterior hay que añadir los índices de violencia y criminalidad en todas sus modalidades, el clamor popular contra la corrupción y la falta de transparencia en la gestión pública, las continuas exigencias de mejores condiciones de vida: agua, vivienda, salud, educación, empleo digno y estable.
Con la apertura de sectores productivos para reactivar la economía, también está el riesgo de un repunte del contagio. A las autoridades les corresponde diseñar una estrategia que permita el control del Covid-19 y garantizar la protección de la población. La responsabilidad del cuidado de la salud es compartida y es de todos, ya que por más medidas que dicten las autoridades, si la ciudadanía no asume su parte no se detendrá el contagio.
Una oportunidad histórica
En medio de la incertidumbre estamos en un tiempo de gracia, que nos da una oportunidad histórica de recomponer el tejido social y de establecer otra dinámica que nos haga más humanos, más solidarios y fraternos. Como dice el Papa Francisco, de una crisis no se sale igual, se sale mejor o peor (cfr. Mensaje de Pentecostés 2020).
Animamos a nuestras comunidades de fe, a encender la llama de la esperanza, siendo testimonio de una Iglesia Servidora, Solidaria y Fraterna, a través de las parroquias, de los grupos y movimientos para que se redescubra la Alegría del Evangelio.
Tenemos una tarea grande e impostergable: renovar la fraternidad y la solidaridad, conscientes que nadie se salva solo. Es momento de pasar de las palabras a la acción, de derrumbar los muros que nos separan; lo que no significa no denunciar aquello que impide la construcción de un Panamá inclusivo y de oportunidades para todos, con una ecología integral, que no separe lo sociopolítico y económico de lo ambiental y ético (LS 137ss). Urge afrontar unidos el desafío de la pobreza y la exclusión, el calentamiento global y la universalidad de la globalización, siguiendo la alerta del Papa Francisco sobre la importancia de “unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”.
Todos tenemos que hacer renuncias para aliviar el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas. Nos corresponde colocarnos la camiseta Panamá para reconstruir nuestro país, somos un pueblo de fe y un pueblo de esperanza. Contra los virus que han condenado a muchos a la pobreza y la muerte, tenemos los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. Vivamos el compromiso de ser uno en todos, de hacernos más humanos, responsables unos de otros.
Iluminadoras son las palabras del Santo Padre: “La crisis del coronavirus nos ha sorprendido a todos, como una tormenta que descarga de repente, cambiando súbitamente a nivel mundial nuestra vida personal, familiar, laboral y pública. Muchos han tenido que lamentar la muerte de familiares y amigos queridos. Muchas personas han caído en dificultades económicas, otras han perdido su puesto de trabajo. En muchos países fue ya imposible celebrar comunitariamente la eucaristía en público ni siquiera en Pascua, la fiesta mayor de la cristiandad, para obtener fuerza y consuelo de los sacramentos. Esta dramática situación ha puesto en clara evidencia la vulnerabilidad, caducidad y contingencia que nos caracterizan como humanos, cuestionando muchas certezas que cimentaban nuestros planes y proyectos en la vida cotidiana. La pandemia nos plantea interrogantes de fondo, concernientes a la felicidad de nuestra vida y al amparo de nuestra fe cristiana”. (Prólogo del Papa Francisco al libro Dios en la pandemia).
Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo.
Que Santa María La Antigua, nuestra buena Madre, Patrona de Panamá, siga intercediendo por nosotros y que su mirada llena de ternura nos sostenga en estos tiempos de prueba.
Panamá, 17 de septiembre de 2020.
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