HOMILIA – DOMINGO 28 DE OCTUBRE DEL 2021 ( Adviento )
Al llegar a la iglesia este domingo, hemos visto que se ha producido un cambio en la decoración: el color dominante es el morado (los domingos anteriores los ornamentos eran de color verde), no recitamos el himno del Gloria y las lecturas nos anuncian que algo muy importante va a suceder. ¿Qué nos indican estos cambios?
Que hoy comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento, que es la preparación de las celebraciones navideñas.
Pero estos cambios de escenografía no solo se dan en el interior de las iglesias. También nuestras ciudades empiezan a ser decoradas con luces, pesebres y árboles de Navidad. Las vitrinas de los almacenes nos anuncian la proximidad de las fiestas navideñas.
¿Por qué todas estas transformaciones? Más allá de la explotación comercial de estas fechas, la Navidad nos recuerda un acontecimiento que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. Hace dos mil años, en un pueblo desconocido del oriente, el Hijo Eterno del Padre asumió nuestra condición humana. Como lo expresa hermosamente san Juan en el Prólogo de su Evangelio, “la Palabra se hizo carne y estableció su tienda entre nosotros”.
Por eso los cristianos empezamos este domingo el año litúrgico, que marca nuestra manera particular de situarnos en el tiempo, actualizando los misterios de Jesús.
Y empezamos este tiempo con esperanza, puestos nuestros ojos en las promesas de Dios que es un Dios con nosotros, el Emmanuel.
Somos conscientes de que vivimos en medio de una crisis, pero sabemos que también en ella podemos experimentar la cercanía del Dios misericordioso.
Por eso el celebrar la promesa de Jesús de permanecer en su Iglesia hasta el fin de los siglos es lo que anima y da sentido a la liturgia. En efecto, la liturgia es la celebración del misterio de Cristo presente en medio de nosotros. En la liturgia el misterio de Cristo presente se contempla en sus diversos aspectos con la periodicidad que nos sugiere el sol, es decir, cada año. Por eso, se organiza en un «Año litúrgico», aunque no coincide exactamente con el año solar.
Hoy, con el Domingo I de Adviento, comenzamos un nuevo Año litúrgico, aunque aún no comenzamos un nuevo año solar.
El Adviento es un aspecto esencial del misterio de Cristo. La palabra latina «adventus» significa «venida» y nos dice dos cosas esenciales sobre Cristo. En primer lugar, nos recuerda que Él existe desde antes de la creación del mundo y desde antes del tiempo y que Él «vino» al mundo en un momento del tiempo, como lo dice San Juan en el Prólogo de su Evangelio: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios… Vino a su casa, y los suyos no la recibieron…
La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único…» (Jn 1,1-2.11.14). Esta primera venida de Cristo podemos conocerla por medio del Evangelio: «Hemos contemplado su gloria». Sobre esa venida suya Jesús dice: «Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16.28).
Una segunda cosa esencial sobre Cristo nos dice el «Adviento», a saber, su venida futura al fin de los tiempos.
Por eso el tiempo del Adviento comienza con la contemplación de esta segunda venida de Cristo.
El Evangelio de este domingo tiene dos partes. La primera parte se refiere a la venida final de Cristo y culmina con esa declaración solemne: «Entonces, verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria». Esta sentencia está introducida por el adverbio de tiempo «entonces», que indica la sucesión en el tiempo de dos cosas.
Una cosa es esa venida de Cristo con gran poder y gloria, que es el evento final. Pero es sucesiva a las señales que la precederán: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, desfalleciendo los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas».
Si estas son las señales premonitoras de la venida de Cristo, sobre todo, «desfalleciendo los hombres de terror y de ansiedad», entonces parece que esa Venida habría que temerla y conjurarla lo más posible. Pero esta conclusión es errada. La conclusión verdadera es la contraria.
¡Esa Venida nos liberará de todo terror y angustia! En efecto, Jesús agrega: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, yerganse y levanten la cabeza, porque se acerca la redención de ustedes». La «redención» es el pago por la liberación de un esclavo.
Los seres humanos estamos sometidos a esclavitud por el temor de la muerte y de otras fuerzas adversas, somos esclavos del pecado, estamos con la cabeza baja y sometidos ante el mal. Por eso, para los que tienen fe, esas señales premonitoras de la venida de Jesús, que Él indica, deben despertar la esperanza: «Se acerca la redención de ustedes», la liberación de toda esclavitud.
En la segunda parte del Evangelio de hoy Jesús indica la conducta que debemos tener en este tiempo de espera de su Venida para que podamos percibir a tiempo sus señales: «Guardense a sí mismos, no sea que sus corazones se vuelvan pesados por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre ustedes, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra».
Esta es la actitud propia del Adviento. Se nos recuerda particularmente en este tiempo; pero debe caracterizar la vida del cristiano en todo momento. Jesús nos ha dicho de qué debemos guardarnos.
Pero agrega también qué debemos procurar: «Estén en vela, orando en todo tiempo, para que tengan la fuerza de escapar de todas estas cosas que tendrán lugar y puedan estar de pie delante del Hijo del hombre».
En otra ocasión, por medio de una parábola, Jesús había insistido en esa necesidad de orar en todo tiempo: «Les decía una parábola para inculcarles que era necesario que ellos oraran siempre, sin desfallecer». Y, precisamente, en la conclusión de esa parábola, Jesús pregunta: «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lc 18,1.8). La prueba más evidente de esa fe, que nos hará alegrarnos con la Venida del Hijo del hombre y vernos liberados por ella, es la oración.
Durante el Adviento debemos preguntarnos hasta qué punto contribuyo yo a que el Hijo del hombre encuentre fe sobre la tierra cuando venga, es decir, hasta qué punto «oro en todo tiempo». Esta es la actitud coherente con el Adviento y con todo tiempo en la vida de un cristiano.
Recuerda Adviento, tiempo de gracia en el que el Señor, a través de la Iglesia, nos invita a prepararnos para acoger al Señor que nace, que viene junto a nosotros, que vuelve a preguntarnos si estamos dispuestos a darle nuestra carne, nuestro tiempo, pues Él quiere entrar en nuestra vida concreta. ¡Qué tiempo más singular!
El Señor entra en nuestra historia a través de nosotros. Entra para llevar la alegría de Dios a los hombres. El verdadero regalo y el más grande, del que hoy sentimos una necesidad especial, es conocer a Dios, conocer a Dios que se hizo Hombre. ¡Qué maravilla poder captar la presencia de Dios entre nosotros!
Que Dios haga crecer en nosotros el deseo de Él y aliente así en nosotros una vida santa.
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