Arzobispo reitera llamado al diálogo ante proyecto de ley 61
Parte de la homilía del Arzobispo este domingo 17 de julio del 2016, donde se refiere a la educación sexual y la familia.
Permítanme terminar recordando lo que estamos celebrando el día del niño.
Hoy celebramos el día internacional del niño, en medio de todas las celebraciones que podamos hacer, es un día que nos invita a profundizar sobre lo que estamos haciendo con esas personitas que serán nuestra juventud y futuros ciudadanos.
Es preocupante ver las cifras de la situación de exclusión y pobreza que viven nuestros niños y jóvenes, las estadísticas suben y bajan sustentando posiciones sobre la gravedad del problema. Creemos que los diagnósticos son suficientes para estar convencidos que nos podemos seguir alzando las voces y prometiendo medidas sin llegar a soluciones concretas y permanentes que garanticen una vida digna de la niñez y juventud panameña, a través de políticas de Estado que sobrepasen a los gobiernos.
O actuamos coherentemente o estaremos lamentando prontamente, lo que se ve: el incremento de la delincuencia juvenil, más niños abandonados, violentados en su dignidad humana.
La educación es el camino a la transformación social, invertir en educación es una de las principales preocupaciones de un Estado. Esta educación debe ser más que instrucción, debe ser integral, con valores humanísticos, espirituales, morales, como académicos para tener profesionales que deseen aportar desde sus espacios a un desarrollo humano integral, solidario y con oportunidades, especialmente para los más vulnerables.
Actualmente un tema que está en el corazón de la sociedad panameña es el de la educación sexual, posiciones encontradas se han manifestado a favor y en contra. Y esto bueno, así se construye la democracia, sin que pensemos que quienes no opinan como yo son mis enemigos. Lamentablemente una vez más es evidente que nuestros niveles de tolerancia están muy bajos. Ya los descréditos se presentan en las redes sociales, de ambas posturas: unos porque no admiten por simbolizarlo de alguna manera la palabra abstinencia y otros porque no toleran las palabras derechos reproductivos.
Personalmente he recibido de grupos de ambas posiciones, toda clase de calificativos, porque pretenden que el obispo se adecue a sus formas de opinar o luchar. Y eso lo asumimos responsablemente, porque la Iglesia Católica mantendrá siempre una actitud conciliadora para cuando sus hijos y hermanos, incluso los no católicos, sino toda la humanidad, entren en contradicciones, ella pueda servir como orientadora, formadora y mediadora.
Es en estas situaciones que los cristianos, especialmente los laicos, tienen una gran responsabilidad, para ser luz y sal del mundo, especialmente en un tema tan sensitivo e importante como es la educación sexual de sus hijos. Este es el ámbito en que deben hacer presente los valores del evangelio. Pero, debemos preguntarnos, especialmente en este año de la misericordia, ¿cómo haría Jesús en estas circunstancias? ¿Cuál sería su actitud frente a los otros que opinan distinto? La respuesta es el amor, pero con firmeza y coherencia, dando testimonio de ser discípulos y misioneros de Jesucristo.
Estamos convencidos que el mal no tendrá la última palabra sino el amor, la misericordia y el perdón. No debemos preocuparnos demasiado por lo que digan de ti o de mi, porque ni siquiera Dios ha logrado caerle bien a todo el mundo.
Como Iglesia somos el ungüento con olor a Cristo, que debemos aplicar a una sociedad herida, fragmentada, para encontrar los caminos de fraternidad y solidaridad, que nos hagan redescubrir que somos hermanos. Panamá es un país pequeño donde todos nos conocemos y no podemos enfrentarnos como enemigos, cuando tenemos la oportunidad de escucharnos y buscar soluciones juntos.
Los obispos en nuestro más reciente comunicado hemos dicho que compartimos con la sociedad panameña la inquietud por el contenido del proyecto de ley, teniendo en cuenta los interrogantes e inquietudes que ha suscitado en amplios sectores de la sociedad. Esta inquietud se hizo evidente con la marcha multitudinaria que se realizó en defensa de la familia y los hijos, la semana pasada, donde familias enteras, organizaciones de las sociedad civil y cristianos católicos y evangélicos y de otras denominaciones religiosas se hicieron presente.
Por nuestra parte, los obispos hicimos un respetuoso llamado para que el proyecto de ley 61, fuese bajado a primer debate, para poder sentarnos a escuchar las propuestas de los distintos sectores y lograr los consensos necesarios que permitan una educación sexual profunda e integral, sin que se violente la dignidad de nuestra niñez y juventud, porque somos conscientes de las nociones reduccionistas de una sexualidad banalizada y empobrecida, que se presentan como las grandes soluciones.
No todos estamos informados del contenido del proyecto de ley 61, hay que analizarlo, discutirlo y aportar lo mejor para que tengamos una ley que responda a nuestro ser panameño, sin que nos quieran imponer experimentos de otros lados.
Reiteramos la invitación a todos, padres de familia, pedagogos, profesionales de la salud, consejeros, fieles de todas las denominaciones religiosas, y muy especialmente a los jóvenes –quienes son el sujeto y objeto de esta propuesta de ley y que deben ser escuchados.
Y no olvidemos que toda ley de educación sexual pasa por la obligación de legislar en favor de la familia como institución. Ojalá que defender la familia generara la misma pasión de todos los sectores, porque es en ella donde están los verdaderos problemas sociales y es reforzándola donde podemos encontrar las soluciones permanentes.
Los embarazos precoces, la delincuencia, la deserción escolar, entre otros males que aquejan a nuestra niñez y juventud, no se solucionarán si no atendemos integralmente el problema familiar. Ya lo hemos dicho familia enferma, sociedad enferma; familia sana, sociedad sana.
Invertir en la familia es invertir en el país, y no se trata de dar subsidios económicos ni dar soluciones que no dignifican a las personas. Invertir en la familia es dar las condiciones para que sea gestora de su transformación a lo que por naturaleza es: cimiento de la sociedad, constituida por un hombre y una mujer, abierta a la vida, capaz de generar personas y ciudadanos con valores humanos, solidarios, morales y espirituales comprometidos con el desarrollo de su país.
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