HOMILÍA DOMINGO DE FESTIVIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

Reflexión en torno a la elección del Papa León y la
corresponsabilidad en la misión Óbolo de San Pedro
Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, O.S.A.
Catedral Basílica Santa María la Antigua, 29 de junio de 2025
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Hoy, en esta celebración solemne de san Pedro y san Pablo, la Iglesia se llena de alegría, de gratitud y de esperanza. Celebramos a estos dos grandes apóstoles, pilares de la fe, que con su vida y ejemplo nos muestran el camino de la fidelidad, del servicio desinteresado y del amor incondicional a Jesucristo. En sus vidas encontramos modelos que aún iluminan nuestro caminar cristiano y que nos motivan a seguir dedicando nuestra existencia a la misión que el Señor nos confía.
Este año, además, en medio de esta celebración, la Iglesia ha tenido la gracia de acoger a un nuevo Papa, el Papa León, que ha sido elegido por el Espíritu Santo para guiar y cuidar a la comunidad de creyentes en este tiempo. La elección de un nuevo Papa es siempre un signo de esperanza, una llamada a la renovación y a la fidelidad en la misión de la Iglesia. Él asume la responsabilidad de ser pastor de toda la grey, custodio de la unidad, y guía en los desafíos y esperanzas de nuestro tiempo.
En esta homilía, quiero invitarles a reflexionar sobre la figura de san Pedro y san Pablo, sobre el significado profundo de su ejemplo para nuestra vida y misión, y sobre el papel del Papa como sucesor de Pedro, custodio de la unidad y guía en la misión de la Iglesia. También quiero motivarles a comprender la importancia de nuestra participación activa en esta misión, y cómo podemos manifestarla a través de la generosidad, en particular mediante el Óbolo de San Pedro, que es una expresión concreta de nuestra corresponsabilidad en la misión universal de la Iglesia.
I. La figura de san Pedro y san Pablo: modelos de liderazgo, fidelidad y corresponsabilidad
La festividad de san Pedro y san Pablo nos recuerda que la Iglesia es una comunidad de hombres y mujeres llamados a ser testigos del Evangelio, a vivir con coherencia y a guiar con amor y humildad. Ambos apóstoles, aunque diferentes en su carácter y en su camino, compartieron un mismo compromiso: anunciar a Cristo y edificar la comunidad de creyentes.
San Pedro, el pescador de Galilea, con su carácter impulsivo y su corazón humilde, nos enseña que el liderazgo cristiano no consiste en tener todas las respuestas, sino en ser fieles a la misión, en estar dispuestos a aprender, a corregirse y a confiar en la gracia de Dios. Pedro, desde su debilidad, fue llamado a ser la piedra sobre la cual Cristo edifica su Iglesia. Su liderazgo fue marcado por la cercanía con la comunidad, por la humildad de reconocer sus errores, y por la fidelidad a la misión que Jesús le confió.
San Pablo, por su parte, fue un hombre de una pasión ardiente, lleno de celo por la causa de Cristo, que supo transformar su vida a partir de la experiencia de la gracia. Nos muestra que la misión requiere valentía, perseverancia y una profunda confianza en la misericordia de Dios. La vida de san Pablo es un testimonio de que la gracia puede transformar incluso las vidas más alejadas, y que el amor de Dios es más fuerte que cualquier obstáculo. Su ejemplo nos invita a ser valientes en nuestra misión, a salir de nuestra zona de confort y a anunciar con entusiasmo el Evangelio en todos los ámbitos.
Ambos, Pedro y Pablo, nos enseñan que la misión de la Iglesia requiere liderazgo basado en la humildad, en la fidelidad y en la entrega total. Pero también nos enseñan que esta misión no puede realizarse solo desde la jerarquía o desde los líderes, sino que todos somos corresponsables de la evangelización y del testimonio cristiano en nuestro entorno. La misión de la Iglesia es un esfuerzo conjunto, una tarea que involucra a toda la comunidad, y en esa tarea todos tenemos un papel importante.
II. La elección del Papa León: un signo de continuidad, renovación y responsabilidad compartida
En estos días, la Iglesia ha tenido la gracia de recibir a un nuevo Papa, el Papa León, que asume la misión de continuar la labor de Pedro en el mundo de hoy. La elección del Papa no solo es un acto humano, sino una acción guiada por el Espíritu Santo, que llama a un servidor para cuidar y guiar a toda la Iglesia.
El Papa León, como sucesor de Pedro, tiene la responsabilidad de mantener la unidad de la comunidad cristiana, de fortalecer la fe de los creyentes, de promover la justicia y la paz, y de ser un signo de esperanza para todos. Pero su liderazgo no es solo una función institucional; es una vocación de servicio, que requiere humildad, sabiduría, y una profunda fidelidad a Cristo y a la misión que le confía.
Nosotros, como comunidad cristiana, estamos llamados a acoger con fe y esperanza su liderazgo, a orar por él, a colaborar en la misión de la Iglesia y a vivir con coherencia el Evangelio. La elección del Papa León nos recuerda que la misión de la Iglesia no es solo responsabilidad de unos pocos, sino un esfuerzo de toda la comunidad: pastores y fieles, jóvenes y ancianos, todos somos parte de esa misión.
La corresponsabilidad en la misión de la Iglesia significa que cada uno, desde su vocación y su estado de vida, puede y debe colaborar en la evangelización, en el servicio, en la promoción de la justicia y en la construcción de una cultura de paz. La misión que el Papa asume como sucesor de Pedro también la asumimos nosotros en nuestro día a día. Como comunidad, debemos sentirnos parte activa en esa tarea, apoyando con nuestras acciones, nuestras oraciones y nuestra generosidad.
III. La corresponsabilidad en la misión y el Óbolo de San Pedro: manifestación concreta de nuestra entrega
Una de las formas tradicionales y concretas que tenemos para manifestar nuestra corresponsabilidad en la misión universal de la Iglesia es a través de la colaboración económica, en particular mediante el Óbolo de San Pedro. Esta tradición, que remonta a siglos atrás, es un acto de fe y de amor que refleja nuestra participación activa en la misión del Papa y en la tarea evangelizadora de la Iglesia.
El Óbolo de San Pedro es mucho más que una simple donación; es una expresión de nuestra unión con el Papa, de nuestra solidaridad con toda la Iglesia y de nuestro compromiso en la difusión del Evangelio en todos los rincones del mundo. Cuando contribuimos con el Óbolo, estamos diciendo: “Señor, aquí estamos. Queremos apoyar tu obra en el mundo, queremos colaborar en la misión de la Iglesia, queremos ser partícipes de la tarea evangelizadora y evangelizada.”
Este acto de generosidad también tiene un efecto espiritual: nos ayuda a crecer en la conciencia de que la misión de la Iglesia no es solo una tarea de unos pocos, sino una responsabilidad de todos. Nos recuerda que somos miembros del mismo cuerpo y que, con lo que damos, participamos en la misión de Cristo, en la tarea de salvar y transformar vidas.
Les invito a que este acto de generosidad sea también un acto de compromiso personal y comunitario.
IV. La misión de la Iglesia en el mundo actual: una tarea conjunta
El liderazgo del Papa, inspirado en Pedro, tiene como finalidad principal mantener la unidad de la Iglesia y promover su misión en el mundo. La Iglesia no es solo una institución, sino una comunidad de fe llamada a ser sal y luz en medio de la historia. La misión de evangelizar, de promover la justicia, de cuidar la creación y de acompañar a los más vulnerables, está en el corazón del mandato de Cristo y de la responsabilidad de todos los cristianos.
Pero el Papa, como sucesor de Pedro, es el primero en dar ejemplo y en llamar a todos en la comunidad a asumir esta misión con alegría y compromiso.
V. La familia: cuna de la vida, escuela del amor, pilar de la sociedad
Al finalizar el mes de la familia, damos gracias por la convocatoria de la Alianza por la Vida y la Familia, la Alianza Evangélica, Pastoral Familiar, los diversos movimientos de iglesia, Movimiento Familiar Cristiano, Matrimonios en Victoria, Encuentro Matrimoniales, Encuentro de Novios, Focolares, Legión de María, Camino Necocatecumenal, Cursillos de Cristiandad, Emaús, y tantos grupos pastorales, en las diversas Zonas y Vicarias.
Ayer tuvimos nuevamente la oportunidad de alzar nuestras voces y nuestros pasos en esta marcha por la familia, no para confrontar, sino para afirmar con alegría y convicción que la familia es el corazón palpitante de toda sociedad humana. Caminamos juntos para celebrar, proteger y promover este tesoro insustituible, donde la vida nace, el amor crece, y los valores se transmiten de generación en generación.
En tiempos de confusión y desarraigo, la familia nos recuerda quiénes somos: hijos amados, hermanos solidarios, padres responsables, abuelos sabios.
Ella nos enseña a cuidar, perdonar, compartir y esperar. En la familia aprendemos a ser ciudadanos con conciencia, creyentes con esperanza, y personas con dignidad.
Ayer marchamos no con banderas ideológicas, sino con el corazón en alto. Donde reafirmamos que:
• Toda persona tiene derecho a crecer en una familia donde se le ame y respete.
• La familia fundada en el amor fiel entre un hombre y una mujer es un don de Dios y una riqueza para todos.
• Apoyar a la familia no es un favor, es una necesidad social, cultural y espiritual.
Por eso volvemos a invitar a todos —autoridades, educadores, líderes comunitarios y religiosos— a que no olviden que la salud de la sociedad depende de la salud de las familias. Cuando una familia se fortalece, se fortalece un barrio, una escuela, una nación.
¡Gracias por caminar juntos!
¡Gracias por defender la vida, el amor y la verdad!
¡Gracias por creer que la familia vale la pena!