Homilía del Domingo 14º del Tiempo Ordinario – 04 de Julio del 2021
Nadie es profeta en su tierra
El pasaje evangélico de este domingo es extraordinario. El evangelista san Marcos nos narra sin tapujo que Jesús fue rechazado, que sus propios parientes y paisanos no creyeron en él. En un escrito de propaganda, jamás aparecería un episodio así. Por eso debemos estar convencidos que los evangelios son escritos que pretenden suscitar en los lectores la fe en Jesús; no son escritos de propaganda ni de promoción de imagen. En el mundo actual el culto a la imagen es tan común en las campañas políticas, en el mundo publicitario y el de la farándula, que se vale de medias verdades, para destacar solo los éxitos y logros; mientras que los fracasos y falencias son ocultadas.
Los evangelios son escritos de la historia de la humanidad con todo lo que ella significa, pero que es iluminada por la Palabra de Dios, que nos permite leer nuestra propia historia personal o comunitaria que nos anuncio como la fe nos puede transformar y salvar, porque Jesucristo se encarnó en la humanidad para hacerse uno con nosotros y mostrarnos el camino de la vida Eterna. Por eso, los evangelistas no se avergüenzan de decir que Jesús encontró resistencia entre los suyos, parientes y paisanos, que lo tenían por loco, y muchos no le creyeron; que la invitación a la fe no es una convocatoria a un seguimiento ciego, sino que es una llamada que va acompañada de discernimiento y reflexión.
La acción del relato se desarrolla de esta manera. Jesús regresa a su tierra, a su pueblo de crianza, Nazaret. Llega con sus discípulos. Su fama ha llegado al pueblo antes que su persona, pues, aunque no pudo hacer allí ningún milagro, porque no encontró fe, sin embargo, la gente sí sabía que tenía sabiduría y poder para hacer milagros. La demasiada familiaridad con Jesús impide a los nazarenos hacer la opción de fe. ¿Acaso no es este el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Es interesante constatar que esta misma pregunta que se hacía la gente de Nazaret acerca de Jesús, la siguen utilizando los adversarios de la Iglesia católica para sembrar dudas en los creyentes en torno a la fe recibida, para distraer a los creyentes de lo que es realmente importante.
Los de Nazaret decían: “No puede ser que este hombre sea el enviado de Dios, pues creció aquí entre nosotros y conocemos su parentela”. Los que siembran dudas en el corazón de los fieles dicen: “no puede ser que la fe católica sea verdadera pues los católicos dicen que la madre de Jesús permaneció virgen y no tuvo más hijos, y ya ven, el evangelista san Marcos dice que tenía cuatro hermanos y varias hermanas”.
En ambos casos –el de ayer y los de hoy– se trata de poner obstáculos para impedir la fe. En ambos casos, los enemigos de la fe utilizan a la parentela de Jesús para desacreditar la naturaleza de su identidad como Hijo de Dios, enviado de Dios, Salvador nuestro. Pues negar la virginidad de María, es como negar la condición divina de Jesús, pues esa virginidad es el signo de la divinidad de su Hijo, como la maternidad es el signo de su real humanidad.
Es muy duro estar consciente de esta verdad: Jesús es rechazado por los suyos, los que lo conocen desde niño. Rechazado precisamente en su propio pueblo, pero en el fondo no rechazan a Jesús, lo que rechazan es su mensaje, porque es molesto y desestabiliza su comodidad e intereses particulares. El mensaje de Jesús, tanto para sus paisanos como para nosotros provoca resistencias por sus exigencias y transformaciones personales y comunitarias, de ahí que intentemos frecuentemente ignorarlo, silenciarlo.
Podemos calificar de necios y cerrados a los paisanos de Jesús, pero no estará mal que nosotros mismos nos preguntemos con el evangelio en la mano si el Jesús en el que decimos creer es realmente el Jesús que nos presenta el Evangelio. ¿Será el Jesús que nos hemos moldeado a nuestra imagen y semejanza?
Proclamamos y decimos creer en la palabra de Dios, pero ¿le damos cabida en nuestro corazón y la concretamos en la vida? Jesús enseña que es posible decir sí con la boca y no con los hechos y, al contrario. El evangelio de este domingo nos reta a preguntarnos: ¿Cómo es posible que en la Iglesia haya posturas tan encontradas e intransigentes? Posturas tan radicales, pero que no tienen nada que ver con las posturas de Jesús. Y la respuesta es que han dejado a un lado la más importante enseñanza: el amor misericordioso de Dios.
Y surge también otra pregunta: ¿qué piensa Jesús de nuestra fe? ¿Cómo nos ve Jesús? ¿Cómo personas de mucha o de poca fe? ¿Cuántos de nosotros, con nuestra vida, damos lugar a la incredulidad de los demás? Reconocemos el poder de Dios, pero en realidad no lo creemos. Nos puede suceder que no dejemos a Dios ser Dios.
No olvidemos que una cosa es tener fe y otra vivir la fe, y corremos el peligro de encerrarnos en nuestras ideas aprendidas más que en una fe vivida. Y por su falta de fe no pudo hacer allí ningún milagro (v.5). Los paisanos de Jesús le despreciaron diciendo: ¿no es este el carpintero, el hijo de María?
Miren, esta incapacidad para ver más allá de las simples apariencias también la sufrimos en el entorno familiar, pues nos es muy difícil reconocer las cualidades y los éxitos de las personas que viven junto a nosotros, nuestros parientes, nuestros vecinos. No nos sorprendemos ante sus actuaciones positivas. La excesiva cercanía nos impide valorarlos integralmente. Nos pasa a nosotros cuando hablamos de proyectos importantes y que requieren de personal especializado, y a los primeros que vamos desacreditando es a los propios nacionales. A pesar de tener una rica historia de proezas que hemos realizado -hombres y mujeres- que han mostrado que si es posible realizar grandes obras en Panamá. Eso mismo le sucedió a Jesús; sus vecinos fueron incapaces de reconocer en Él al Mesías de Israel.
Según los relatos evangélicos, la verdadera dificultad para acoger al Hijo de Dios, no ha sido su grandeza extraordinaria o su poder aplastante, sino precisamente el encontrarse con un carpintero, hijo de María, miembro de una familia insignificante.
Por ello, Rinaldo Fabris, presbítero, biblista y teólogo italiano ha dicho que la raíz de la incredulidad es precisamente esta incapacidad de acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano. Muchas veces, no sabemos reconocer a Dios en lo ordinario de la vida.
La encarnación de Dios en un carpintero de Nazaret, un hombre ordinario, nos asombra y nos hace vivir incrédulos, hemos de descubrir que Dios no es un exhibicionista que se ofrece en espectáculo, no es como diría el filósofo alemán Federico Nietzsche: Dios es el ser Todopoderoso que se impone y ante el que es conveniente adoptar una postura de legítima defensa.
El Dios encarnado en Jesús es el Dios discreto que no humilla. El Dios humilde y cercano que, desde el misterio mismo de la vida ordinaria y sencilla, nos invita al diálogo. Como escribía Dietrich Bonhoeffer, líder religioso alemán: Dios está en el centro de nuestra vida.
A Dios lo podemos descubrir en las experiencias más normales de nuestra vida cotidiana. En el trabajo de cada día, en nuestras tristezas inexplicables, en la felicidad insaciable, en nuestro amor frágil, en las añoranzas y anhelos, en la vida diaria, en las preguntas más hondas, en nuestro pecado más secreto, porque Él tiene misericordia de nosotros, en nuestras decisiones, en la búsqueda sincera.
Tenemos la vista nublada. Necesitamos unos ojos más limpios y sencillos, y menos preocupados por tener cosas y acaparar personas. Una atención más honda y despierta hacia el misterio de la vida, que no consiste solo en tener espíritu observador, sino en saber acoger con simpatía los innumerables mensajes y llamadas que la misma vida irradia.
Dios no está lejos de los que lo buscan. Lo que necesitamos es liberarnos de la superficialidad, de las mil distracciones que nos dispersan y de esa actividad nerviosa que, con frecuencia, nos impide tomar conciencia de lo que es la vida y nos cierra el camino hacia Dios.
La vida de un cristiano comienza a cambiar de manera insospechada el día en que descubre que Jesús es alguien que le puede enseñar a vivir. Quiero invitarlos a acoger la presencia de Dios en lo ordinario, y a dejar que Él actúe en nuestra vida.
El Papa Bergoglio
El Papa Francisco ha suscitado como ningún otro Santo Padre el interés de creyentes y no creyentes. Pero también ha provocado una oposición más o menos declarada de sectores eclesiales y eclesiásticos que no están de acuerdo con su línea. Se le acusa de cambiar la doctrina católica, cuando en realidad lo único que está haciendo es querer renovar la pastoral de la Iglesia. Al final será también signo de contradicción para unos y otros, aunque por diversos motivos. A unos les parecerá revolucionario, y a otros inmovilista.
Por eso el Papa Francisco -como Jesús- en algunos sectores fuera y dentro de la Iglesia es despreciado, precisamente por su mensaje, porque es molesto y desestabiliza a quienes quieren permanecer instalados para que no se afecten sus intereses particulares.
En estos días, con el ímpetu desenfrenado de las redes sociales, y muchos grandes medios tradicionales con agendas muy definidas, las embestidas contra la Iglesia son atroces, al igual que los ataques contra el Papa Francisco, y debo decir que también hemos sido objeto de esos ataques, sin conocerme a mí, ni conocer el trabajo fiel y dedicado de tanta gente comprometida con esta Iglesia que peregrina en Panamá.
Como cristianos no podemos esperar que todo a nuestro alrededor sea un lecho de rosas. Es comprensible que el seguimiento al Maestro involucre las afrentas y agravios que sufrió el que es la roca de esta Iglesia; a quien en su tiempo no quisieron reconocer como el Mesías, y lo disminuyeron diciendo que solo era el hijo del carpintero, el hijo de María.
En la actualidad se sigue menospreciando a Jesús, se mira por encima del hombro su mensaje, sus enseñanzas y sus propuestas de vida. Estas y las agresiones contra la institución de la familia y la vida, por ejemplo, buscan fortalecer sus arremetidas, haciendo alarde de su repulsa al Papa, a los obispos y a la catolicidad toda.
Los obispos panameños recientemente concluimos nuestra segunda asamblea anual, y como es tradicional emitimos un comunicado en el que nos referimos a la familia, y que deseo citar: “… aunque hace poco hemos concluido el mes de la familia, no disminuye el empeño por mantener vivos los principios que la sostienen como principal célula de la sociedad y la Iglesia. El Papa Francisco ha convocado el Año de la Familia, para que como católicos la valoremos, la fortalezcamos y la defendamos desde la fe. Como dice el Papa Francisco: ‘los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano’. (AL 35). Por lo tanto, añade el Santo Padre: ‘nadie puede pensar que debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio es algo que favorece a la sociedad. Ocurre lo contrario: perjudica la maduración de las personas, el cultivo de los valores comunitarios y el desarrollo ético de las ciudades y de los pueblos’” (AL 52). Hasta aquí la cita del comunicado de los obispos.
Los panameños no podemos permitir que se menoscabe la principal de nuestras instituciones, la familia. Pongámosla en el centro de nuestros desvelos, de nuestros afanes públicos y privados, pues lo que está en juego es el propio futuro. Los cristianos y la gente de buena voluntad no podemos permanecer indiferentes y menos callar ante estos atentados.
Que Santa María la Antigua, patrona de Panamá, interceda por nosotros y con su ejemplo nos enseñe a mantenernos en pie a pesar de las indisposiciones y las dificultades de la vida.
† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ
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