Arzobispo en la Apertura del Año Santo de la Misericordia
Su Excelencia Mons. Pablo Varela Server, Obispo Auxiliar de Panamá
Su Excelencia Mons. Uriah Ashey, Obispo Auxiliar de Panamá
Queridos Sacerdotes, Diáconos, Consagrados, Religiosas, Seminaristas, Miembros de los diversos Movimientos Apostólicos
Querida Comunidad
Señores miembros de los diversos Medios de Comunicación
El Papa Francisco ha convocado a un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como un “tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes” (Misericordiae vultus 3). Es un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual.
La apertura de esta puerta nos recuerda que se abre, para nosotros y para toda la humanidad, la puerta de la misericordia de Dios en este Año Extraordinario que concluirá con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, que celebraremos el 20 de noviembre de 2016.
Por eso, en este año se nos exhorta a contemplar el misterio de la misericordia como fuente de alegría, de serenidad y de paz. Pues “Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (MV 2).
Jesucristo con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia del Padre. Jesucristo ha recibido del Padre la misión de revelar el misterio del amor divino en plenitud. En Jesucristo todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión. Lo que le movía en todas las circunstancias era la misericordia.
En las parábolas de la misericordia encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque “la misericordia se muestra como la fuerza que todo lo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón” (MV 9).
Con este gesto simbólico de abrir la puerta santa de la Misericordia, así como en el evangelio de hoy podemos decir que “el pueblo de Israel igual que nosotros está a la expectativa” y se manifiesta buscando, preguntado, anhelando conocer y aprovechar lo que Dios tiene para él y lo que nosotros podemos ofrecerle.
La corrupción en nuestra realidad
El evangelio que hemos escuchado es muy iluminador y nos presenta uno de los temas más conocidos, más señalados y más presentes en nuestras discusiones como es la corrupción. Antes decíamos que solo se daba en nuestro país; pero ahora, como si se abriera una gran cloaca, aparece por todas partes del mundo y en todas la instituciones sin excluir a la Iglesia.
Es triste porque hay quienes la toman como una forma de vivir y otros como si ya no se pudiera hacer nada. Se critica pero se convive con ella.
Hay corrupción que se disfraza de justicia. Hay ladrones de cuello blanco. Para ellos (¿para nosotros?), también tiene una palabra Juan: “No cobren más de lo establecido”. Ya los profetas habían hablado fuerte contra los comerciantes y los cobradores de impuestos. No se condena el comercio ni el cobro de impuestos, lo que se condena es el deseo de enriquecerse a costa de los pobres traficando con su libertad, vendiéndoles incluso los peores productos y robándoles su dignidad. Los impuestos nunca deberían pesar sobre los que menos tienen para sostener lujos de unos cuantos.
Las estructuras de un sistema neoliberal hacen pasar por justos, tratados y mercados que han olvidado a pueblos y personas, sometiéndolos a un régimen muy cercano a la esclavitud.
La desigualdad es el desafío más importante que enfrenta el país. Lo escandaloso no es que no haya dinero ni recursos, sino que estén mal distribuidos; se le ha dado más valor al capital que a las personas. Se teme arriesgar inversiones económicas, pero no hay el menor reparo en poner en grave riesgo la salud, la educación y la vida de los más pobres.
A nivel personal pero también a nivel institucional, el Bautista tiene una palabra para nosotros. La corrupción sólo se puede combatir con la verdad: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”. Nuevamente Juan se hace eco de los profetas. De la administración de la justicia dependen los bienes e incluso la vida de muchas personas. Pero los profetas advierten que es una de las cosas que peor funcionan.
Es frecuente la denuncia de soborno que lleva a absolver al culpable y a condenar al inocente. Esta codicia lleva al perjurio, al desinterés por las causas de los pobres e incluso a explotarlos con la ley en la mano.
Son claros los profetas en decir que la manipulación de la ley lleva a excluir a los débiles de la comunidad jurídica, es robar a los pobres toda reivindicación justa, es esclavizar a los ignorantes y a las viudas, es apropiarse de los bienes del huérfano. Muy pocas palabras tendríamos que cambiar para hacer actuales las palabras de los profetas, con las que san Juan nos invita a cambiar y a descubrir lo que hay en nuestro corazón.
Como si contemplara esta situación agobiante de nuestro planeta, Juan el Bautista se nos presenta con propuestas dolorosas pero necesarias.
Ya hace ocho días lo escuchábamos anunciando la cercanía del Reino y proclamando conversión. Retomaba las palabras del profeta Isaías con mensajes simbólicos, pidiéndonos enderezar el camino y hacerlo recto para poder ver la salvación de Dios.
Hasta ahí todos estamos de acuerdo. El problema comienza cuando señala acciones muy concretas. Todo se suscita porque un grupo de personas se acerca para pedir el bautismo y los manda con caras destempladas: “… den frutos de conversión y no se ufanen diciendo que son hijos de Abraham”.
Pero esto lejos de desanimar a otros de sus oyentes, se atreven a preguntarle antes de recibir el bautismo: “¿Qué debemos hacer?”. Pregunta valiente de un corazón dispuesto que muestra un verdadero interés en cambiar y en enderezar los senderos. San Juan Bautista tomando los mismos mensajes que habían proclamado los profetas empieza a enseñarnos lo que verdaderamente hay que cambiar, no sólo para evitar la corrupción sino para aceptar este reino que ya se acerca.
La conversión siempre pasa por el hermano. Juan nos lo señala: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida que haga lo mismo”. Gracias a Dios en este tiempo de Navidad y este tiempo de misericordia aún se suscitan sentimientos de compartir y de mirar al hermano.
Pero el Bautista va mucho más lejos, no se trata de un mero dar de lo que nos sobra o asistir a un intercambio de regalos. Ni siquiera, el llevar un regalito o una bolsa de alimentos para acallar la conciencia. Se trata de ir a la raíz de la injusticia y de la corrupción. ¿Por qué hemos llegado a estas situaciones extremas de pobreza, de injusticia y de inequidad?
Porque la codicia se ha adueñado de los corazones, porque al ritmo del dinero danzan muchas personas e intereses, porque hemos traicionado y abandonado a Dios.
Cuando se excluye a los pobres, cuando se discrimina a los migrantes, cuando se da la espalda a la viuda, cuando no se atiende al hermano, se traiciona a Dios. La propuesta de Juan es radical, no nos dice que ofrezcamos un poco, dice que compartamos lo nuestro con el hermano. Es volver a nuestros orígenes, todos nacimos de Dios, somos hermanos y tenemos los mismos derechos.
Itinerario para combatir la corrupción
¿Cómo acabar con la corrupción? La respuesta la tenemos en el mismo camino del Adviento que nos señala Juan y en el itinerario de este Año de la Misericordia.
“Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre”. Esta es la motivación del Papa al convocar este Jubileo Extraordinario de la Misericordia, para que sea un tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes.
Pof ello, a los que somos parte activa de la Iglesia el Santo Padre nos recuerda: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia “vive un deseo inagotable de brindar misericordia”” (MV 10).
El Papa Francisco nos propone “vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor: Misericordiosos como el Padre” (MV 13). Para ello, debemos “en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida” (MV 13).
“Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos” (MV 15).
“La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo” (MV 25). Hagamos nuestro el deseo del Papa: “Que en este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Que nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. Que la Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos” (Sal 25,6)” (MV 25).
Un tiempo de gracia: Jubileo de la misericordia.
Estamos llamados a celebrar la gran fiesta del amor, el perdón y la reconciliación. Este Año Santo, año del perdón. es el año de la reconciliación, donde nadie debe ser excluidos.
Dios es el Dios de la justicia, por ello “la misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer”.
La justicia de Dios se convierte ahora en liberación para cuantos están oprimidos por la esclavitud del pecado y sus consecuencias. La justicia de Dios es su perdón (cfr Sal 51,11-16).
No perdamos esta oportunidad de perdonarnos y perdonar, de reconciliarnos. Que experimentar la Misericordia de Dios, nos permita superar las divisiones que nos asfixian; así como las injusticias sociales, emergidas del mismo seno familiar; a derrumbar las rejas del odio, del desamor y la indiferencia. ¡Que nuestros niños no sean huérfanos a pesar de tener padres; que le demos la centralidad en nuestras vidas a los ancianos que se esforzaron por educarnos, pero que los mantenemos en el rincón del olvido. Que las mujeres no vivan con el temor permanente de ser agredidas y hasta asesinadas en su propio hogar. Para que no existan personas que mueran de hambre, porque no encuentran un trozo de pan que les permita sobrevivir. Esta es la conversión que necesitamos los panameños y panameñas para hacer de Panamá un mejor país, un país verdaderamente fraterno.
En lo social, la conversión que necesitamos es construir la justicia, la democracia y la paz, mirando al otro como persona, no como cifras o estadísticas, que contentan a unos pocos pero que margina a una gran población de los beneficios de un país rico y próspero.
Claramente lo ha dicho el papa Francisco: “Que la palabra del perdón pueda llegar a todos y la llamada a experimentar la misericordia no deje a ninguno indiferente…Mi invitación a la conversión se dirige con mayor insistencia a las personas que se encuentran mal…a la personas promotoras o cómplices de corrupción. Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida”.
Atravesar la puerta Santa, es un signo de la disponibilidad de conversión, para ser sanado de mis pecados. La Iglesia te invita a ti que has caído en las garras de alguna banda criminal, a ti que estas envuelto en la trampa de la corrupción y te haces promotor o cómplice de la misma, que le arrebatas la esperanza y la posibilidad de una digna mejor a los pobres y excluidos; a ti que usas la violencia y la fuerza para someter a otros; a ti que te robas una luz roja, y pones en peligro tu vida y la de otros, a ti que prostituyes a mujeres y niños, a ti que has llegado a quitarle la vida a un ser indefenso en el vientre de su madre, a ti que no encuentras una esperanza en medio de la desolación y la injusticia, para que cambies tu vida y goces de una felicidad plena y eterna que solo se sola con el encuentro de Jesucristo, quien murió en la cruz por tus pecados y resucitó para ganarnos la vida Eterna.
Me hago eco de las palabras del Papa: “¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Ante el mal cometido, incluso crímenes graves, es el momento de escuchar el llanto de todas las personas inocentes depredadas de los bienes, la dignidad, los afectos, la vida misma. Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto. Dios no se cansa de tender la mano. Está dispuesto a escuchar, y también yo lo estoy, al igual que mis hermanos obispos y sacerdotes. Basta solamente que acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la justicia mientras la Iglesia os ofrece misericordia”. (MV 19)
Para que nadie quede por fuera de la Misericordia de Dios hemos establecido en la Arquidiócesis diez Iglesias Jubilares donde se ofrecerá la indulgencia plenaria, a quienes cumplan con los preceptos establecidos para ello:
Santa Iglesia Catedral Basílica de Santa María la Antigua; Basílica Menor Don Bosco; Parroquia Nuestra Señora de Lourdes; Templo Divina Misericordia Paitilla; Parroquia Cristo Redentor; Parroquia San Cristóbal de Chepo; Parroquia el Cuerpo y la Sangre de Cristo Tortí; Parroquia San francisco de Paula en La Chorrera; Parroquia San Judas Tadeo; Parroquia San Miguel de la Isla del Rey y el Convento de la Visitación.
Y en cada una de las cárceles estaremos celebrando este mismo rito…En vista de ello los privados de libertad podrán lucrar el don de la indulgencia jubilar en la capilla de la cárcel, y al traspasar la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y oración al Padre, esto será para ellos el paso de la Puerta Santa.
Y quienes por diversos motivos estén imposibilitados de llegar a la Puerta Santa: los enfermos, las personas ancianas y solas que no pueden salir de casa, podrán ganar el don de la indulgencia, viviendo con fe y gozosa esperanza este momento de prueba y recibiendo la comunión o participando en la santa misa o en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación.
En los Hospitales se estará abriendo la puerta Santa el día 11 de febrero de 2016.
También todos los sacerdotes con oficio pastoral en la Arquidiócesis podrán absolver en el sacramento de la penitencia el pecado de aborto y los que conllevan una censura reservada al obispo diocesano.
Por esa razón exhortamos a todos los sacerdotes que faciliten a los fieles el acceso al sacramento de la reconciliación, ofreciendo en cada parroquia o iglesia abierta al público un amplio horario para las confesiones, que les permita a experimentar la grandeza de la misericordia de Dios.
Me parecen oportunas las palabras del Papa Francisco donde nos invita a los sacerdotes a ser misioneros de la misericordia: “Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva. Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de esto somos responsables. Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios. Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes. Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. No se cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún sentido ante la misericordia del Padre que no conoce confines. No harán preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón. En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia”. (MV 17).
En cada Parroquia, el primer domingo de Cuaresma, se realizará la apertura solmene de la Sede Penitencial, como lugar de la celebración del sacramento de la penitencia y la reconciliación. Pues todo aquel que durante este año quiera experimentar la Misericordia de Dios, deberá atravesar también por las “puertas santas” del Confesionario y acercarse a este Sacramento para tener un encuentro vivo y verdadero con la Misericordia del Padre.
Se estará celebrando también la jornada de “24 horas para el Señor”, que se realizará el viernes 4 y sábado 5 de marzo, previo al Cuarto Domingo de Cuaresma, donde se facilitará la adoración al Santísimo y la recepción del sacramento de la confesión.
Incluso quienes manifiesten su preocupación en las Obras de Caridad, tales como el Banco de Alimento, ganarán la indulgencia prevista.
Que Santa María la Antigua, Madre de la Misericordia, nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos re descubrir la alegría de la ternura de Dios y experimentar los frutos de la misericordia divina.
AMÉN.
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