Palabras del Presidente al Papa Francisco
Santo Padre: En nombre del pueblo y el Gobierno de la República de Panamá, le damos la más cálida bienvenida a esta hermosa tierra de paz, de diálogo y de unión, donde habita un pueblo que ha sabido usar su privilegiada posición geográfica por más de 500 años para convertirla en un punto de encuentro y de intercambio, de evangelización, de comercio y de puente para los pueblos del mundo. Desde hace casi 200 años, en este Salón a mi izquierda el Libertador Simón Bolívar tuvo la visión de un continente unido, donde Panamá jugaría un rol de centro del mundo. En la Carta de Jamaica de 1815, el Libertador manifestó su visión sobre la privilegiada posición geográfica de Panamá: “Parece que si el mundo hubiese de elegir su capital, el Istmo de Panamá sería señalado para este augusto destino, colocado, como está, en el centro del globo, viendo por una parte el Asia, y por la otra el África y la Europa”.
Hoy, con su presencia y la de cientos de miles de jóvenes, se reafirma y se fortalece esa visión. Por estas tierras han pasado hombres y mujeres de fe a llevar la palabra de Dios a otras naciones. Nuestras tres ciudades, Panamá La Vieja o Nuestra Señora de la Asunción, con su Camino de Cruces; el Casco Antiguo, donde estamos hoy, con su ferrocarril y luego su Canal; y la nueva Ciudad Moderna con su Canal Ampliado, su centro logístico y financiero han sido testigos de ese llamado “pro mundi beneficio”, a ser una nación al servicio del mundo. Santo Padre, quiero dejar un mensaje plasmado en la historia ante las presentes y futuras generaciones. Ese mensaje es el que usted escribió con motivo de la Cumbre de las Américas celebrada en Panamá en el 2015, que decía: “…los esfuerzos por tender puentes, canales de comunicación, tejer relaciones, buscar el entendimiento nunca son vanos. La situación geográfica de Panamá, en el centro del continente Americano, que la convierte en un punto de encuentro del norte y el sur, de los Océanos Pacífico y Atlántico, es seguramente una llamada, “pro mundi beneficio”, a generar un nuevo orden de paz y de justicia y a promover la solidaridad y la colaboración respetando la justa autonomía de cada nación.”
Este poderoso mensaje nos recuerda el rol que nuestro país está llamado a jugar a nivel global como promotor de la paz, el diálogo y el respeto entre los pueblos. Además, deja un compromiso en los aquí presentes, en los panameños, en todos los que han escogido esta patria como suya y en los que nos escuchan, a seguir esa vocación de nuestra posición geográfica y convertirnos en artesanos de paz con acciones que siempre aporten en la construcción de la casa común.
La obra de la Iglesia Católica y las órdenes Religiosas en estas tierras ha dejado una herencia maravillosa tanto en la atención de los más necesitados como en el cuidado de los enfermos y la educación. Las edificaciones más emblemáticas de este Casco Antiguo son un testimonio de la obra milenaria de la Iglesia iniciada por aquellos 6 franciscanos que acompañaron en 1514 al primer obispo de Darién, pasando por los dominicos, los hermanos de las escuelas cristianas de La Salle, los agustinos, los salesianos, los mercedarios y, por supuesto, los jesuitas.
Santo Padre, desde la llegada del primer miembro de la Compañía de Jesús a Panamá hace 450 años, el Padre Jerónimo Ruíz del Portillo, la orden ha jugado un rol muy importante en la educación de miles de hombres y mujeres que hoy sirven a nuestro país. Fue la formación que recibí de sacerdotes jesuitas en el Colegio Javier la que me permitió estar aquí con usted, un Santo Padre latinoamericano, en un evento global como este, en el país que me ha dado la oportunidad de servirle como Presidente. Le agradezco la bendición que nos ha dado, permitiendo que Panamá sea la sede de este importante evento que trae jóvenes de más de 150 países a escuchar su mensaje de paz, amor y unidad, y a vivir la fe del Evangelio para aplicarla en su vida diaria en la construcción de un mundo mejor. Su Santidad, En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium manifestó su petición a Dios por más políticos capaces y honestos, y además se refirió a la política como una altísima vocación, siendo una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Este mensaje transciende los confines del catolicismo. Su visita nos da la oportunidad a todos, creyentes y no creyentes, cristianos, judíos, musulmanes y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, de unirnos por un fin: poner al ser humano por encima, la obligación de velar por nuestros hermanos, por los olvidados y marginados, por el bien común. Estoy seguro que entre los miles de jóvenes impactados por esta Jornada se encuentran los futuros constructores del orden mundial, que guiados por la fe, trabajarán porque las riquezas de este hermoso planeta lleguen a todos sus habitantes y se les permita vivir una vida digna, sin que nadie se quede atrás.
Su visita a Panamá llega en medio de importantes retos globales, en donde su mensaje trae una voz de aliento, de fe y esperanza a los jóvenes de los países que enfrentan conflictos políticos y sociales, crisis humanitarias, desastres naturales, violencia, desigualdad, problemas relacionados con el crimen organizado y la alternativa de una complicada y dolorosa migración. Con su mensaje y su presencia, usted deja sembrada una semilla en el corazón de nuestro pueblo, de los jóvenes y de los que han seguido esta jornada, y de ella crecerá un gran árbol que dará sombras de paz, equidad y prosperidad a los habitantes de nuestra hermosa tierra. Por eso, no sólo en nombre de Panamá y Centroamérica, sino de nuestra región, le decimos una vez más: Gracias por estar aquí, Santo Padre. Nuestro pueblo en unidad abre sus puertas y su corazón para recibir a Su Santidad y a los miles de peregrinos que han venido de 5 continentes a acompañarlo y asegurar que esta Jornada Mundial de la Juventud, en este verano con sus vientos del norte, traiga una nueva era de fe y esperanza a nuestro continente y al mundo entero.
¡Bienvenido a Panamá!
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