Homilía Conmemoración de los 54 años de la desaparición del Padre Jesús Héctor Gallego Herrera

Homilía Conmemoración de los 54 años de la desaparición del Padre Jesús Héctor Gallego Herrera

Mons. José Domingo Ulloa Mendieta OSA
Lunes 9 de junio de 2025 – Parroquia San Pedro Apóstol, Santa Fe, Veraguas

Luz que no se apaga memoria viva del Evangelio en la tierra de los pobres

Queridos hermanos y hermanas:

Nos convoca hoy el amor y la memoria. El amor a Cristo, al Evangelio, a los pobres de esta tierra panameña; y la memoria viva, comprometida y esperanzada del Padre Jesús Héctor Gallego Herrera, cuyo testimonio sigue interpelando nuestra fe a 54 años de su desaparición.

No estamos aquí para rendir un homenaje vacío, ni para idealizar a una figura. Estamos aquí para celebrar la Eucaristía y hacer memoria del paso de Dios en medio de su pueblo, a través de la vida, la entrega y el martirio de un pastor que vivió a imagen de Jesús: pobre con los pobres, justo con los oprimidos, sembrador del Reino en medio del abandono y la injusticia.

Su llegada a tierras panameñas
Era apenas un joven seminarista colombiano cuando, movido por un ardiente deseo de servir, se integró con sencillez y entrega a la vida del pueblo veragüense, el 5 de febrero de 1967. Desde sus primeros pasos como diácono en San Francisco, se dedicó al Movimiento Familiar Cristiano y acompañó con esperanza a los jóvenes del grupo “San Francisco Mejor”. Ordenado sacerdote por Monseñor

Marcos Gregorio McGrath, en julio de 1967 y regresó a Panamá en ese mismo año, para celebrar su primera misa y, de inmediato, sin perder tiempo, asumió la misión de fundar y organizar la parroquia de San Pedro Apóstol en Santa Fe, convirtiéndose en su primer párroco.

El joven Padre Héctor no se amedrentó ante las dificultades de un distrito olvidadopor el Estado, donde predominaban el analfabetismo, la pobreza extrema, la falta de salud y el aislamiento geográfico. Lejos de desanimarse, recorrió cada comunidad con valentía y ternura, formando pequeñas comunidades cristianas en torno al Evangelio. Acompañado por un grupo de seminaristas, escuchó al pueblo, aprendió de su dolor y sembró en sus corazones una fe activa y transformadora.

Su presencia marcó profundamente la historia de Santa Fe, no como un visitante, sino como uno más entre los suyos, dispuesto a vivir y sufrir con ellos, a iluminar con el Evangelio los caminos polvorientos de las montañas veragüenses.

Sacerdote comprometido con el pueblo
El Padre Héctor Gallego fue un sacerdote profundamente comprometido con el Evangelio y con la realidad de su pueblo. Fiel al espíritu del Concilio Vaticano II y a la voz profética de del Documento de Medellín, entendió que evangelizar significaba también transformar las estructuras injustas que condenaban al campesinado a la marginación. Desde Santa Fe de Veraguas, impulsó un modelo de pastoral encarnado que integraba la fe con la promoción humana, la Palabra de Dios con la defensa de la dignidad, la espiritualidad con la justicia. Inspirado por el Plan Veraguas y en colaboración con la Iglesia local, su trabajo fue una respuesta concreta al clamor de una población sumida en el olvido y la miseria.

Vivió con radicalidad la opción por los pobres
No fue una misión cómoda ni exenta de riesgos. Héctor organizó a los campesinos en comunidades eclesiales de base, formó líderes comprometidos con la justicia, promovió la alfabetización, la conciencia crítica, y el acceso equitativo a bienes fundamentales.

Su opción por los pobres no fue teórica; la vivió con radicalidad, compartiendo su pobreza, durmiendo en sus chozas, caminando sus montañas, escuchando sus penas y celebrando su fe. Así nació la cooperativa “La Esperanza de los Campesinos”, un signo claro del Reino que irritó a los poderosos porque rompía con el dominio de los comerciantes y terratenientes. Desde ese momento, el joven párroco se convirtió en blanco de persecución.

Lo acusaron falsamente, lo llamaron comunista y agitador, intentaron silenciar su voz con calumnias, amenazas y cárcel. El 22 de mayo le prendieron fuego a su choza, pero pudo escapar. El 9 de junio de 1971, mientras dormía en la casa de un amigo, se presentaron tres hombres en un jeep, lo sacaron, lo golpearon y secuestraron. Desde ese día no se tiene noticia de él.

Pero nada logró apagar la luz que había encendido. Héctor no empuñó otra arma que el Evangelio; no proclamó otro mensaje que el de la justicia y la fraternidad.

Su misión fue construir una Iglesia que camina con su pueblo, que defiende la vida, que denuncia el pecado estructural. Su arresto en diciembre de 1969 y los ataques que precedieron su secuestro en 1971, fueron consecuencias de su fidelidad evangélica.

Héctor: hermano y pastor
A Jesús Héctor Gallego lo recodamos no solo como un sacerdote, sino como un verdadero hermano y pastor que trajo consigo la Luz del Evangelio y la esperanza concreta de una vida más digna para los campesinos de Santa Fe. Su compromiso con el método pastoral del Concilio Vaticano II —»Ver, Juzgar y Actuar»— lo llevó a no limitarse a diagnósticos teóricos, sino a sumergirse en la realidad del pueblo, discernirla a la luz del Evangelio y transformarla mediante la acción concreta. Con ese método, Héctor caminó junto a los más humildes, los animó a organizarse, a tomar conciencia de su dignidad y a trabajar por un futuro diferente, haciendo de su vida un testimonio coherente entre la fe proclamada y la justicia vivida.

El laicado y la pastoral social
Desde su profunda fidelidad al Concilio, el Padre Gallego entendió que el papel del laico no era pasivo ni marginal, sino activo y central en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Por eso impulsó con firmeza su formación, su protagonismo en las comunidades de base y su compromiso con la transformación de las estructuras injustas.

No se trataba solo de orar, sino de orar actuando, organizándose, y creando formas de economía solidaria como las cooperativas campesinas. Su defensa del cooperativismo no fue una moda ni una táctica política, sino una expresión del Evangelio vivido en clave de comunión, equidad y participación, donde el bien común prevalecía sobre los intereses egoístas.

Además de sacerdote y evangelizador, Héctor Gallego fue un precursor lúcido de la Pastoral Social de la Iglesia en América Latina. Supo ver en los pobres no solo una prioridad pastoral, sino un lugar privilegiado de revelación de Dios. Desde allí discernía los signos de los tiempos y promovía una fe encarnada que liberara no solo las almas, sino también los cuerpos de la opresión estructural.

Su opción por los pobres fue clara, firme y evangélica, entendiendo que estar cerca del pobre es estar cerca de Dios. Esa fue su brújula, su coherencia y su causa, y por ello sigue siendo una luz que no se apaga.

“Si el grano de trigo muere, da mucho fruto…”
Jesús nos lo dijo en el Evangelio: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). El Padre Gallego fue ese grano de trigo sembrado en la tierra de Santa Fe. Su desaparición marcada por la injusticia y el silencio cómplice del poder, no fue el fin, sino el inicio de una historia de conciencia, de organización, de esperanza.

Su sangre derramada junto a los pobres es hoy semilla de nuevos compromisos y de una Iglesia que sigue optando por los últimos, como nos pidió el Papa Francisco: una Iglesia en salida, misionera, pobre y para los pobres.

Un pastor con olor a oveja
El Padre Gallego no vino a imponer, vino a compartir. No trajo soluciones fáciles, sino que acompañó procesos desde el Evangelio. Formó comunidades de base, promovió la conciencia crítica, anunció el Reino con la Palabra y con su vida. Por eso fue perseguido. Por eso fue desaparecido.

Pero su presencia hoy está más viva que nunca. Está en la memoria de las comunidades campesinas. Está en el clamor por verdad y justicia. Está en las luchas por dignidad, por tierra, por pan, por derechos. Está en la pastoral que no se resigna a ser neutral ante la injusticia.

Defensor del Evangelio y la justicia social
Recordamos al Padre Gallego no solo como víctima de una dictadura, sino como defensor del Evangelio, testigo de la opción preferencial por los pobres, anunciador del Reino en medio del conflicto. Su vida nos recuerda que no puede haber verdadera fe sin justicia, sin compromiso, sin encarnación en la historia concreta del pueblo.

La Iglesia lo reconoce como un hombre de Dios, un pastor según el corazón de Cristo, un laico comprometido, un sacerdote coherente hasta las últimas consecuencias. Por eso, hoy reafirmamos nuestro compromiso con la causa por la cual vivió y por la cual entregó su vida.

Un llamado a la Iglesia panameña
Hoy, más que nunca, necesitamos una Iglesia que no tenga miedo de ensuciarse los pies, que opte por los últimos, que anuncie la esperanza y denuncie el pecado estructural. Como nos pide el Papa, una Iglesia con olor a oveja, como lo fue el Padre Gallego: humilde, cercano, libre, coherente.

Que su vida inspire a nuestros jóvenes, anime a nuestros pastores, fortalezca nuestras comunidades. Que su testimonio fecunde una nueva generación de cristianos valientes, comprometidos con el Reino, dispuestos a dar la vida si es necesario.

Padre Héctor Gallego: presente
Presente en la esperanza de los pobres.
Presente en la Iglesia que no calla ante la injusticia.
Presente como semilla que sigue dando fruto.

El clamor por la verdad y la justicia
Desde esta Eucaristía celebrada en memoria del Padre Jesús Héctor Gallego, elevamos también nuestra voz y nuestra oración por todos los desaparecidos, por todos los que aún no tienen sepultura, por todas las familias que siguen esperando respuesta, verdad y justicia.

Encontrar el cuerpo de Héctor no es solo un acto de justicia personal, es una deuda histórica con todo un pueblo. Su hallazgo sería un signo de dignidad restaurada, no solo para él, sino para todos los desaparecidos durante la dictadura, la invasión y la misma era democrática. Sería también un acto de sanación nacional, un paso hacia la reconciliación auténtica que no se construye sobre el olvido, sino sobre la verdad.

La memoria de Jesús Héctor se convierte así en un símbolo de todos aquellos cuyos nombres han sido borrados de las listas oficiales, pero no del corazón del pueblo ni del libro de la vida. Su rostro es el de todos los campesinos sin tierra, de los estudiantes perseguidos, de los humildes silenciados, de los mártires anónimos de nuestra historia.

La Iglesia no puede ser neutral ante este clamor. La fe nos exige defender la dignidad humana hasta las últimas consecuencias. Como pastores, como pueblo

creyente, como comunidad bautizada, no podemos ceder al olvido ni a la resignación. La justicia no es venganza; es restauración, es reparación, es verdad para que haya auténtica paz.

Por eso seguimos pidiendo:
Que se abran todos los archivos.
Que se escuchen las voces de los familiares.
Que se identifiquen los restos.
Que se reconozcan responsabilidades. Que se garantice la no repetición.

La historia no puede clausurarse mientras haya madres que aún lloran sin saber dónde están sus hijos. Mientras el cuerpo del Padre Gallego no sea encontrado, nuestro país tendrá una herida abierta en su memoria colectiva.

Un llamado a la fidelidad
Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo en que la corrupción, el egoísmo y la indiferencia amenazan nuestra dignidad como pueblo, la figura del Padre Gallego nos llama a volver a las fuentes: al Evangelio vivo, al testimonio, a la solidaridad con los que siguen siendo descartados.

No podemos permitir que su memoria sea silenciada ni manipulada. Recordarlo es un acto de fe, de justicia y de fidelidad al Cristo crucificado que hoy sigue siendo crucificado en muchos hermanos y hermanas de nuestro país.

Que Santa María la Antigua, Madre de los humildes, nos acompañe en este camino de memoria, fe y esperanza activa. Amén.

 

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ


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