HOMILÍA 52 CITA EUCARÍSTICA Y JUBILEO DE LA FAMILIA “PEREGRINOS DE ESPERANZA”

50 años de la Campaña de Promoción Arquidiocesana; 25 años de Pro Fe;
y Bodas de Oro Episcopales de Mons. José Dimas Cedeño Delgado
Mons. José Domingo Ulloa Mendieta OSA
1 de junio 2025, anfiteatro del Parque Omar
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, querido pueblo de Dios en nuestra amada Arquidiócesis, queridos sacerdotes, religiosas, laicos, familias, jóvenes, niños, querido Monseñor José Dimas, a quien rodeamos hoy con afecto y gratitud.
Avanzando con alegría en el año Jubilar, nos congregamos hoy como Peregrinos de la esperanza en la solemnidad de la Ascensión del Señor, que nos ofrece una manera admirable de seguir proclamando que en Jesús somos bendecidos con la “esperanza que no defrauda” (Romanos 5.5). Somos iluminados con la alegría que nos permite trascender las realidades que vivimos para empezar a compartir la gloria del que, aunque se va, no nos deja, estará siempre en medio de su pueblo.
La Eucaristía, aliento del pueblo santo y signo de esperanza, debe formarnos para vivir en la unidad y para la comunión. Hoy más que nunca el sacramento adorable debe ser vínculo de unión, espacio para mirar unidos no sólo a la presencia adorable del Señor, sino también la eficacia de su amor que restaura el corazón de la humanidad, que devuelve la dignidad a la persona, que alimenta de modo verdadero la existencia humana. Cuando tantos proponen el humanismo, el Dios de la vida entendió el humanismo del Pan que, al tiempo, alimenta, sana, conforta, nutre; haciendo de este medio tan elemental el signo de su presencia, presencia que se hace viva también en la realidad del hermano.
Un anhelo ferviente de paz
En nuestro camino de fe hay mucha sangre derramada. Sangre de mártires, sangre de hermanos que van dejando huellas dolientes en los senderos de la historia. Nunca más guerra”, pidió el Papa León XIV en un mensaje dirigido a las potencias mundiales durante su primera alocución dominical en el Vaticano. El recién elegido pontífice pidió un alto al fuego en Gaza, expresó su esperanza en un “acuerdo” entre India y Pakistán, y deseó una “paz auténtica, verdadera y duradera” para Ucrania.
Cuánto quisiéramos que esa entrega de tantos hombres y mujeres, se vuelva paz y consuelo; vida y fraternidad; que sostenga la esperanza; que calme la sed de justicia; que nos transforme desde dentro para proseguir nuestros caminos con el corazón sanado por el amor.
Memoria agradecida por la entrega del P. Héctor
En esta Cita Eucarística, no podemos olvidar al padre Jesús Héctor Gallego, secuestrado y desaparecido, el 9 de junio de 1971 en Sante Fe de Veraguas. Aquel 13 de junio de 1971, la Iglesia alzó su voz en la Cita Eucarística para reclamar justicia y la verdad de lo ocurrido y ese mismo clamor lo hacemos hoy, porque aún nos preguntamos ¿Héctor, dónde estás?
Su legado nos desafío y nos impulsa a seguir trabajando incansablemente por aquellos a los que se entregó en forma total, a quienes evangelizó, formó y organizó para que fuesen gestores de su propio destino, ante la realidad de un campesinado, explotado y abandonado a sus suerte, en la más pauperrima pobreza. Un cristiano no puede ser indiferente ante el dolor y la injusticia que sufre el prójimo.
Recuperemos la fraternidad y la paz social
En importante que ante crisis que estamos experimentando, recordemos que Panamá, es un “país noble” como lo llamó el Papa Francisco en su visita a nuestro país, con motivo de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud 2019 (JMJ). Un país sereno, solidario, capaz de estrechar lazos y de hacer sentir como propios a los que llegan, no puede hundirse en el olvido del Dios que nos hermana.
La zozobra del desencuentro que vivimos por la suficiencia arrogante del que no escucha, que da la espalda a las legítimas aspiraciones del pueblo; y por la facilidad con que algunos olvidan, que el camino de la paz pasa necesariamente por desarmar el corazón, por “convertir las espadas en arados”, “sin herir la convivencia democrática y la vida de las comunidades, sin olvidar que el respeto, la mesura y la responsabilidad en la palabra y las acciones son condiciones necesarias para construir puentes”.
Ahora, más que nunca, se hace imprescindible buscar caminos de paz, de diálogo y de escucha. Entre hermanos nos estamos enfrentando, nos estamos persiguiendo, y en esta crisis todos estamos perdiendo. No veamos el diálogo como una debilidad, sino como una muestra de madurez y de amor al país. Ya existen demasiadas fragmentaciones y heridas por la violencia de un sistema excluyente para que añadamos nuevas rupturas. Somos familia, no podemos autodestruirnos. Es urgente tender puentes, abrirnos a la escucha activa, y apostar por la paz.
Como Padre y Pastor quiero expresarles a ustedes mis hermanos y mis hermanas en la fe que, el mejor camino para encontrar caminos de paz es la reconciliación. Este es el mejor camino para sanar las relaciones fracturadas y los corazones rotos.
¿Qué significa para el cristiano reconciliarse? Jesús nos da la respuesta al decirnos: Si al presentar tu ofrenda al altar y te das cuenta de que tienes algo contra tu hermano o hermana, deja tu ofrenda, reconcíliate primero, y luego vuelve a ofrecer tu ofrenda (Mt. 5:23-24). La Eucaristía es el sacramento de la comunión y de la unidad. No es extraño que comencemos su celebración con el rito penitencial, pidiendo perdón y reconciliación. Y justo antes de recibir la Sagrada Comunión, nos damos mutuamente el signo de la paz de Cristo. La gracia plena de la Eucaristía, se ve impedida si no estamos plenamente reconciliados.
Hago un llamado vehemente para que cese la violencia, que los violentos bajen sus brazos y dejen de agredir a sus hermanos y hermanas, porque eso jamás será el camino para lograr la paz y la justicia social. Esta súplica no es ingenua, somos conscientes que las heridas infringidas a la dignidad humana, a la democracia y a la institucionalidad son severas y profundas; pero aún estamos a tiempo de recapacitar, de escuchar, de consensuar, de ceder en un diálogo abierto y transparente, un diáogo sentado sobre las bases del respeto y del bien común.
Panamá es un país pequeño donde todos, de una forma u otra, somos familia, porque nos unen lazos familiares y fraternales, a los que en estos momentos debemos aferrarnos en medio de las contradicciones para que podamos respetarnos.
Esta es nuestra esperanza, que podamos encontrarnos en medio de la crisis dura y dolorosa, para buscar el camino que nos devuelva la paz y la justicia social anheladas, sin que haya vencidos ni vencedores, sino gestores comprometidos en la costrucción de un mejor Panamá.
La esperanza no defrauda, y para el cristiano, Jesucristo es nuestra esperanza. Es el Sacrificio del Altar, el Sacramento del amor, el “viático” con el que la humanidad se alimente para que los caminos de la esperanza, de la verdad, de la vida, nos lleven a la unidad y a la comunión.
Somos familia en la Iglesia y en la sociedad
Al iniciar junio, el mes dedicado a la familia, pongamos en la mesa del Señor la situación de nuestro país y a cada familia panameña, con la esperanza que no defrauda.
Hemos venimos a este encuentro eucarístico no como espectadores, sino como miembros vivos de la Iglesia, la familia de los hijos de Dios. Y no es casualidad que este encuentro marque también el inicio del mes de la Familia, porque, desde sus orígenes la familia es el primer lugar donde se siembra la esperanza, donde se aprende a amar, a creer y a confiar.
Con una firme convicción proclamamos: “cristiano, la Iglesia eres tú”, y añadimos: la Iglesia nace en tu casa. La Iglesia vive en cada padre y madre que reza por sus hijos, en cada esposo que cuida a su esposa, en cada abuela que transmite la fe, en cada hijo que agradece y honra a sus padres.
Ser peregrinos de la esperanza es también ser constructores de familia, lo que es más urgente que nunca. Porque la cultura del descarte amenaza el valor del compromiso, y muchos hogares sufren fracturas, soledad o indiferencia. Frente a esa realidad, el Señor nos llama a ser signos vivos de un amor que no se rinde, que se levanta cada mañana para volver a empezar.
Es bueno recordar que la iniciativa de tener un mes de la familia, surgió en 1977, por el Movimiento Familiar Cristiano, al declararse oficialmente el Año de la Familia. Su propuesta fue acogida por Mons. Marcos G. McGrath quien elevó esta iniciativa al Ministerio de Gobierno y Justicia, para que fuese institucionalizada esta celebración, para promover los valores familiares, morales y cívicos. Oficialmente, mediante la Ley 305 del 31 de mayo de 2022, junio es declarado como el Mes de la Familia.
Aprovechemos este mes para profundizar en reconocer a la familia, más allá de ser una estructura social, sino como escuela de humanidad, donde aprendemos a poner el corazón en las necesidades del otro, a ser solidarios y a construir un mundo más justo y fraterno.
Pidamos al Señor que fortalezca a las familias, que las proteja de las amenazas actuales les conceda la sabiduría y la gracia para vivir según la voluntad de Dios. Que cada familia descubra su identidad y misión, y sea un faro de luz en medio de un mundo que necesita.
Acontecimientos por los que damos gracias
Esta familia Arquidiocesana se alegra y da gracias a Dios por hechos significativos que marcan nuestra historia reciente: los 50 años de la Campaña de Promoción Arquidiocesana, los 25 años de Pro Fe, las Bodas de Oro Episcopales de Mons. José Dimas Cedeño Delgado y la elección del Papa León XIV.
A través de estos acontecimientos, podemos contemplar la fidelidad de Dios a su Iglesia, y el testimonio de una comunidad que camina unida, como hermanos, hacia el Reino.
Campaña Arquidiocesana y Fundación Profe: Corresponsabilidad eclesial
La Campaña de Promoción Arquidiocesana y la Fundación Profe han sido una expresión concreta de comunión y corresponsabilidad en la Iglesia. Han demostrado que, cuando se ama a la familia de la fe, se entrega lo que se tiene —tiempo, recursos, talento— no por obligación, sino por amor. Gracias a esta entrega generosa, se han sostenido seminarios, levantado obras sociales, fortalecido comunidades y promovido la evangelización.
Con el lema “CRISTIANO, LA IGLESIA ERES TÚ”, que ilumina este caminar de 50 años de la Campaña Arquidiocesana, recibimos una llamada clara, directa y desafiante. Muchas veces pensamos que la Iglesia es algo externo: los templos, el Papa, los obispos, los curas, las religiosas… y olvidamos que la Iglesia eres tú. LA IGLESIA SOY YO. Esta es una afirmación que nos interpela profundamente. Nos recuerda que la Iglesia no es algo externo o lejano, sino que cada bautizado es parte viva y activa de su construcción. La fe no se vive desde la distancia; se encarna en cada gesto cotidiano de amor, servicio y compromiso cristiano.
Por otra parte, la Fundación Pro Fe durante 25 años ha sido un pilar de la nueva evangelización en Panamá, especialmente en el ámbito laboral. Nacida en el año 2000 como fruto del Gran Jubileo. Su principal misión es promover la evangelización y la solidaridad cristiana entre los trabajadores y sus comunidades, respondiendo al llamado del Papa San Juan Pablo II de “remar mar adentro”, con una evangelización nueva en su ardor, métodos y expresión.
Desde sus inicios, Profe ha identificado profundas necesidades espirituales en los ambientes laborales, ofreciendo espacios de reflexión y formación basados en los valores del Evangelio, la armonía personal y profesional, el trabajo en equipo y la ética cristiana. Su labor no se ha limitado a la formación espiritual, sino que ha promovido una cultura de solidaridad concreta, invitando a los trabajadores a realizar un aporte voluntario de su salario, como signo de gratitud a Dios por el don del trabajo y para apoyar las obras de misericordia de la Iglesia.
No olvidemos que la Iglesia es una familia de familias, como nos dijo el Papa Francisco, y por eso la Campaña Arquidiocesana y Profe, no pueden entenderse solo como una colecta de recursos económicos. Es un acto de amor, donde la Iglesia entera se convierte en hogar. Así, la esperanza no se improvisa, sino que se construye con gestos concretos de generosidad y comunión.
Monseñor José Dimas Cedeño Delgado: Padre y hermano en la fe
Un obispo según el Corazón de Cristo. A lo largo de estos cincuenta años de ministerio episcopal, Mons. José Dimas ha encarnado ese perfil del obispo que el Concilio Vaticano II y el Magisterio han delineando: hombre de comunión, servidor de la Palabra, promotor del Evangelio, defensor de los pobres, constructor de puentes y sembrador de esperanza. Su paso por la Diócesis de Santiago, y luego por la Arquidiócesis de Panamá, ha dejado huellas que el tiempo no borrará, como son la renovación pastoral, la formación del clero, en la vida consagrada, el impulso a las vocaciones, su cercanía al pueblo fiel.
El testimonio de Mons. José Dimas nos enseña que la perseverancia es posible, que el amor no envejece, y que el fuego del Espíritu sigue ardiendo en quien se ha dejado moldear por Cristo.
La Iglesia que peregrina en Panamá se siente agradecida. No solo por el gobierno pastoral de Mons. José Dimas, sino por su amor a esta tierra, a su gente, a sus sacerdotes, a sus comunidades religiosas, a sus jóvenes y familias. Agradecemos su sabiduría, su prudencia, su celo misionero, su pasión por la verdad y la justicia, su fe serena y profunda.
Cincuenta años como obispo son una vida ofrecida. Son un testimonio de que el “sí” dado un día, se puede renovar cotidianamente hasta el final. Son también una llamada para todos nosotros, los sacerdotes, para vivir con mayor entrega; los seminaristas, para abrazar con esperanza su vocación; para los laicos, a confiar en sus pastores; y para toda la Iglesia, a redescubrir el valor del ministerio episcopal como un servicio al estilo de Cristo.
No podemos dejar de destacar que durante su fecundo ministerio episcopal, Mons. José Dimas no escatimó esfuerzos para promover en el corazón del pueblo panameño la devoción a Santa María la Antigua, legado espiritual que hunde sus raíces en los albores de nuestra historia evangelizadora. Su empeño constante, oración ferviente y sensibilidad pastoral fueron decisivos para que esta advocación mariana, fuera reconocida y proclamada oficialmente como Patrona de la República de Panamá.
Gracias a su liderazgo sereno y firme, a su capacidad de convocar y unir, y a su profundo amor por la Virgen María, hoy Panamá tiene en Santa María la Antigua no solo una intercesora ante Dios, sino un símbolo de unidad, esperanza y fidelidad cristiana.
La familia panameña
Finalmente, no podemos hablar de familia sin mirar también a la gran familia que somos como nación: La familia panameña. Los panameños, y todos quienes habitamos este bendito territorio, somos hijos e hijas de una misma patria, con el mismo Padre, aunque algunos puedan renegar de Él.
En esta gran familia también caben nuestros hermanos y hermanas migrantes, a quienes debemos dar una atención con cuatro palabras: acoger, proteger, promover e integrar. Esta es la respuesta cristiana, porque son parte de la familia humana en condiciones de vulnerabilidad.
En la Iglesia, ser peregrinos de la esperanza es confiar en que Dios continúa obrando incluso en medio de la oscuridad. Significa anunciar el Evangelio con valentía, actuar con caridad y mantener la fraternidad viva, especialmente con los más pobres y descartados. Es ver que, aunque muchas puertas se cierren, el Evangelio siempre abre una ventana de luz y vida nueva.
Si queremos transformar la Iglesia, empecemos por transformar nuestros hogares. Si queremos, transformar a Panamá, que sea Cristo quien reine. Si queremos llevar esperanza al mundo, sembremos primero esperanza en nuestra familia, luego en la comunidad y en la sociedad.
Cantemos con María el Magnificat por los 50 años de la Campaña de Promoción Arquidiocesana, 25 años de Pro Fe y las bodas de oro episcopales de Mons. José Dimas Cedeño Delgado y la elección del Papa León XIV. ¡Gracias, Señor, por tanto amor! Gracias por habernos hecho una sola familia.
Les invito a todos, como comunidad eclesial, a unirnos en oración por el eterno
† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ