Homilía: La Eucaristía, Locura de Amor Mons. Jose Domingo Ulloa Mendieta, OSA | Jueves Santo

Catedral Basílica Santa María de La Antigua
17 de abril 2025
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, hoy nos reunimos en esta celebración eucarística, un momento sagrado donde el amor de Dios se manifiesta de manera palpable. La Eucaristía es, sin lugar a dudas, la locura de amor de Dios por la humanidad. Hoy, quiero invitarles a reflexionar sobre este misterio profundo y transformador.
La Última Cena
La Última Cena es el momento culminante de este misterio. Jesús, sabiendo que iba a ser traicionado, toma el pan y el vino, los bendice y los transforma en su Cuerpo y Sangre. ¿No es esto una locura? ¿Cómo puede el Creador del universo decidir hacerse uno de nosotros, asumir nuestra fragilidad y vulnerabilidad?
Esta acción nos invita a reflexionar sobre la profundidad del amor que nos sostiene y nos llama a seguirle.
La Eucaristía como Presencia Real
La Eucaristía no es solo un símbolo; es la presencia real de Cristo entre nosotros. En el Evangelio de Juan, Jesús dice: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed” (Juan 6:35).
Esta promesa nos asegura que, al participar del Cuerpo y Sangre de Cristo, somos alimentados no solo físicamente, sino espiritualmente.
La Transformación del Creyente
Al recibir la Eucaristía, somos transformados. La gracia que recibimos nos empodera para vivir nuestra fe en el día a día.
La Eucaristía nos envía al mundo, a ser testigos del amor de Cristo. Es una invitación a salir de nosotros mismos y a amar a los demás, especialmente a los más necesitados. Esta locura de amor nos impulsa a ser agentes de cambio en nuestras comunidades.
La Eucaristía como Comunión
La Eucaristía también es un signo de unidad. Al compartir en el mismo pan, nos unimos como comunidad de fe. San Pablo, en su carta a los Corintios, nos recuerda que “hay un solo pan, y así, nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo” (1 Corintios 10:17). Esta comunión nos llama a vivir en armonía, a superar divisiones y a trabajar juntos en el amor.
La Misión de la Comunidad
La Eucaristía nos envía a vivir nuestra misión como comunidad. No podemos quedarnos encerrados en nuestras iglesias; debemos salir y llevar el amor de Cristo a todos los rincones del mundo. La locura de amor de Dios nos llama a ser luz en la oscuridad y esperanza en el desánimo.
La Eucaristía y la Vida Cotidiana
La Eucaristía no es solo un evento litúrgico; debe permeabilizar toda nuestra vida. Cada acción, cada palabra y cada pensamiento puede ser una extensión de esta locura de amor. Al vivir nuestra vida con la conciencia de que somos portadores del amor de Cristo, transformamos nuestro entorno.
La Eucaristía en las Dificultades
En momentos de sufrimiento y dificultad, la Eucaristía puede ser un refugio. Al acercarnos a la mesa del Señor, encontramos consuelo y fortaleza. Jesús nos invita a llevar nuestras cargas y a encontrar en Él la paz que tanto anhelamos. Esta locura de amor nos asegura que nunca estamos solos.
La Eucaristía y el Perdón
El perdón es otro aspecto fundamental de la Eucaristía. Al participar de este sacramento, somos recordados de la importancia de perdonar como hemos sido perdonados. La Eucaristía nos invita a dejar a un lado el rencor y a vivir en paz con nuestros hermanos. Esta locura de amor nos llama a ser instrumentos de reconciliación en un mundo que anhela paz.
La Reconciliación con Dios y con los Demás
La Eucaristía nos brinda la oportunidad de reconciliarnos no solo con Dios, sino también con los demás. Al acercarnos a la mesa del Señor, reflexionamos sobre nuestras relaciones y la necesidad de sanar heridas. Este es un llamado a vivir en autenticidad y amor, a construir puentes en lugar de muros.
La Eucaristía y la Esperanza
Finalmente, la Eucaristía nos llena de esperanza. Al celebrar este sacramento, anticipamos la plenitud del Reino de Dios. La Eucaristía es un anticipo del banquete celestial, donde seremos plenamente uno con Cristo. Esta esperanza nos sostiene en tiempos de dificultad y nos impulsa a vivir con alegría y confianza.
La Vida Eterna
La promesa de la vida eterna es un regalo que recibimos a través de la Eucaristía. Al participar de este sacramento, somos recordados de que nuestra vida no termina aquí. La locura de amor de Dios nos asegura que, al final de nuestros días, seremos acogidos en su reino eterno.
Hoy celebramos una noche que lo cambia todo. Esta noche, Jesús hace algo que sólo puede entenderse desde el amor más puro… una locura de amor.
Sabía que lo iban a traicionar, que lo iban a abandonar. Sabía que el dolor estaba cerca. Y, aun así, no se protege, no se escapa. Al contrario: se entrega. Toma pan… y dice: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes.”
Toma vino… y dice: “Esta es mi sangre, derramada por amor.” No es una metáfora. No es un símbolo frío. Es Él, entero, que se queda con nosotros.
¿Y por qué se queda? Porque sabe que lo vamos a necesitar. Porque no quiere que caminemos solas. Porque su amor es tan grande… que no soporta la idea de estar lejos de ti. Eso es la Eucaristía: una locura de amor.
La locura de Dios por nosotros
CERCANÍA.
El amor pide indistancia. Las personas que se quieren no aguantan la lejanía del otro, se sufre su ausencia, desean estar juntas, cara a cara.
Y decía San Juan de la Cruz: “Descubre tu presencia / y máteme tu vista y hermosura; / mira que la dolencia / de amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura”: San Juan de la Cruz que nos confirma que, sin la presencia del amado, de algún modo, uno está herido, se muere.
Una campaña publicitaria de Telefónica hace años, proclamaba: Lo importante es hablar. Evidentemente quería incentivar el uso y consumo del teléfono. Pero podemos afirmar que el mensaje no es verdadero.
Al niño que ama a su padre (o al novio o novia) y que está de viaje por motivos profesionales, lejos del hogar, incluso en el extranjero, no le basta hablar: quiere tener a su padre en casa, no lejos.
Incluso hoy, con el progreso y posibilidades de los terminales con los cuales podemos ver por vídeo y hablar… no basta.
Queremos el cara a cara de aquel a quien queremos. El invento de Dios para estar cara a cara, indistante, cercano, en signo sacramental, pero real, es la EUCARISTÍA.
Entrega.
En el momento cumbre de su vida Jesús nos dice: “Quiero estar siempre contigo y para eso invento quedarme”, no de modo estático, claro está. Ese es un gran malentendido sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Su presencia y cercanía es siempre dinámica: las palabras “esto es mi Cuerpo/Sangre que se entrega por vosotros” son permanentes y actuales en cada momento. No agotan su contenido una vez que las pronuncia el sacerdote para que se realice la presencia real de Cristo sobre el altar mediante las formas y el vino.
“Se entrega”. El amor es entrega, es donación. Hoy nuestra civilización ha vaciado el contenido de la palabra amor, sensibleramente, eróticamente, y ha perdido la entraña última que genera la unión verdadera de las personas, que expresa lo que es el amor: la entrega, la voluntad de donarse al otro.
Desvivirse.
Hay una expresión hogareña en la que el marido o la mujer pueden llamar al otro: “¡Mi vida!”. También los padres a los hijos: “¡Mi vida!”. A veces incluso elevando la voz y con cierto enfado si se ha hecho algo mal. No importa: ¡mi vida! El que así habla suele desvivirse por el otro. Desvivirse es un verbo denso y rico de nuestra lengua: es vivir la vida, dando la vida para que otros tengan vida. No hay aquí ningún juego de palabras. Vuelve a leerlo y lo verás.
La Eucaristía es el desvivirse de Dios por nosotros: vivir su Vida (divina, eterna…), dando su Vida, para que nosotros vivamos. Y aquí entra otro aspecto de la Eucaristía. Se vive cuando uno se nutre y bebe. El hambre provoca la muerte.
En la Eucaristía el que es Vida Eterna, y se nos quiere dar para que le comamos, nos dice «tomad y comed», quiere ser comido, comulgado.
Por eso, se puede decir con verdad que sin Eucaristía no se puede vivir. La iglesia vive de la Eucaristía, sin Eucaristía no hay Iglesia.
Evidentemente, en camino hacia la eternidad, pero cuando llegue la muerte todas esas comuniones, que han asimilado a Cristo resucitado, serán en nosotros semilla de vida eterna en la resurrección.
Nuestro Dios debe estar loco (de amor): cercano, entregado, para que le comamos y vivamos. ¿O somos nosotros los locos porque no nos enteramos?
Hay otro momento de esa locura:
Jesús se arrodilló ante los pies cansados y polvorientos de sus discípulos. No se fijó en sus errores, en sus traiciones, ni en su pasado.
Solo vio personas amadas, dignas de ternura, de servicio, de perdón. Y eso es lo que Él sigue viendo hoy en cada una de ustedes: mujeres con dignidad, con historia, con heridas… pero también con esperanza, con belleza, con capacidad de amar y de ser amadas.
Un Dios que no impone, que no condena, que no se da desde arriba… sino que se hace pan para que lo podamos tocar, recibir, llevar dentro. Un Dios que se parte, que se deja romper, para que tú puedas volver a empezar.
¿Quién ama así? ¿Quién entrega su vida sin pedir nada a cambio? Sólo alguien que ama de verdad. Sólo alguien que te conoce más allá de tus errores, tus heridas, tus silencios. Y que aún así, te elige.
Y hoy te lo dice a ti, aquí: “Este pan es por ti. Esta copa es por ti. Yo te amo tanto… que quiero quedarme contigo para siempre.”
Queridas hermanos, la Eucaristía no es un premio para las perfectos. Es el alimento de los que están en camino, de los que lloran, de los que han caído y aun así siguen luchando.
Y cada vez que comulgamos, le estamos diciendo al Señor: “Sí, quiero que entres en mi historia. Aunque esté herida, aunque esté rota… te dejo entrar, porque sólo Tú puedes transformarla.”
Que esta noche santa, marcada por la locura de un Dios que se parte y se queda, nos despierte el corazón. Que nos haga creer, una vez más, que somos amadas con un amor que no conoce límites.
Y que podamos decir con el alma: Gracias, Señor, por esta locura bendita de amor.
Que esta celebración nos impulse a vivir en la alegría del amor de Cristo, compartiendo este regalo con todos a nuestro alrededor. Que la locura de amor de Dios nos inspire a ser instrumentos de paz, esperanza y reconciliación.
Amén
† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ
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