HOMILÍA 508 DE LA CREACIÓN DE LA PRIMERA DIÓCESIS DE TIERRA FIRME

HOMILÍA 508 DE LA CREACIÓN DE LA PRIMERA DIÓCESIS DE TIERRA FIRME

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HOMILÍA 508 DE LA CREACIÓN DE LA PRIMERA DIÓCESIS DE TIERRA FIRME
“Santa María la Antigua”
9 de septiembre de 2021, Parroquia Nuestra Señora de Lourdes

Mons. Luccio Russo Nuncio Apostólico de Su Santidad el Papa Francisco
Su Eminencia José Luis Cardenal Lacunza Maestrojuan Obispo de David
Mons. Rafael Valdivieso Miranda, Obispo de Chitré y Presidente de la CEP
Mons. Manuel Ochogavia Barahona Obispo de Colón-Kuna Yala
Mons. Edgardo Cedeño. Obispo de Penonomé
Mons. Pablo Varela Server. Obispo Auxiliar Emérito
Sacerdotes, diáconos, seminaristas.
Muy amados hermanos y hermanas en el Señor Jesús:

Al celebrar los 508 años de la configuración actual nuestra Iglesia, nos trae a la memoria que han pasado 508 años desde que el Papa León X, el 9 de septiembre de 1513, mediante bula, creó esta primera Diócesis en Tierra Firme, bajo el patrocinio de Santa María la Antigua.
Fray Juan de Quevedo, primer Obispo de esta diócesis, al llegar al primer asiento fundado por los españoles en América, encontró que el rancho del Cacique Cémaco, se dedicó como capilla bajo el patrocinio de Santa María la Antigua, y sede de la primera Catedral de Tierra Firme.
Esta sede de la Catedral fue trasladada el 1 de diciembre de 1521, al lugar que conocemos actualmente como Panamá la Vieja. Luego, el 21 de enero de 1673, es trasladada a la nueva ciudad de Panamá. Es el obispo Antonio de León quien señaló el sitio donde está erigida la estructura de la Catedral Metropolitana.
Sin embargo, lo fundamental de nuestra celebración no es la configuración territorial, que es accidental, histórica y cambiante. A lo largo de los siglos y, en especial en estos cincuenta últimos años, Dios nos ha bendecido con innumerables frutos de la semilla sembrada hace 508 años; con personas, en su mayoría desconocidas, que, siguiendo las huellas de Jesús, que han sabido vivir cada día la llamada a la santidad, a la perfección del amor a Dios y a los hermanos, siendo así testigos vivos del Evangelio de Jesucristo… este el gran don de Dios por el que damos gracias, en esta solemnidad de Santa María la Antigua.

Día de la Patrona y día de la Iglesia Católica en Panamá
Esto es lo que celebramos: el inicio de la fe en este territorio bajo el patrocinio de Santa María la Antigua.
Es de esta diócesis que se crean:
El Vicariato Apostólico de Darién, el 29 de noviembre de 1925, que ha sido presidida por los obispos Juan José Mastegui, José María Preciado, Jesús Serrano, Carlos María Ariz, Rómulo Emiliani y Pedro Hernández.
La Diócesis de David, el 6 de marzo de 1955, presidida por los obispos Tomás Clavel, Daniel Enrique Núñez y José Luis Lacunza.
La Diócesis de Chitré, el 21 de julio de 1962, presidida por los obispos José María Carrizo, Fernando Torres y Rafael Valdivieso.
La Prelatura de Bocas del Toro, el 17 de octubre de 1962, presidida por los obispos Martín Legarra, José Agustín Ganuza y Aníbal Saldaña.
La Diócesis de Santiago, el 13 de julio de 1963, presidida por los obispos Marcos Gregorio McGrath, Martín Legarra, José Dimas Cedeño, Óscar Mario Brown y Audilio Aguilar.
La Diócesis de Colón-Kuna Yala, el 15 de diciembre de 1988, presidida por los obispos Carlos María Ariz, Audilio Aguilar y Manuel Ochogavía.
Y la Diócesis de Penonomé, el 18 de diciembre de 1993, presidida por los obispos Uriah Ashley y Edgardo Cedeño.
A partir de 1925 pasamos a ser la Arquidiócesis de Panamá y los arzobispos han sido:
•       Guillermo Rojas y Arrieta, C.M. (1925–1933)
•       Juan José Maíztegui y Besoitaiturria, C.M.F. (1933–1943)
•       Francisco Beckmann, C.M. (1945–1963)
•       Tomas Alberto Clavel Méndez (1964–1968)
•       Marcos G. McGrath, C.S.C. (1969–1994)
•       José Dimas Cedeño Delgado (1994–2010); arzobispo emérito
•       Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, O.S.A. (2010-presente).

Los 50 años Cita Eucarística 
Por justicia a la historia, permítanme recordar también un acontecimiento que ha marcado el caminar de nuestra Iglesia en Panamá como es la Cita Eucarística que está cumpliendo sus 50 años de creación. Evento eclesial que durante 23 años fue presidido por el muy querido Mons. Marcos Gregorio McGrath; y por 16 años, por Mons. José Dimas Cedeño Delgado. 
No hay duda que el gestor y primer promotor de la Cita Eucarística fue Mons. McGrath, pero vale la pena mencionar que una laica comprometida fue quien le sugirió reunirnos entorno a la Eucaristía una vez al año: Esa persona es la Prof. Rosamérica de Vásquez, de feliz memoria. 
La primera Cita Eucarística, se realizó el 13 de junio de 1971, pocos días después de la desaparición del P. Héctor Gallego, por lo que se vivió un ambiente muy tenso, sin embargo, tuvo una tremenda acogida del pueblo.
El sustento eclesial y pastoral de esta Cita fue la Teología de la ciudad, que el teólogo José Comblin, desarrolló en su charla, que tuvo lugar en la                                                                                                                                                     pequeña sala de la Iglesia de Guadalupe, donde participó el Padre Héctor Gallego, el sábado anterior a la Cita.
Al concluir la charla, Mons. Marcos conversó con el Padre Héctor, para convencerlo que no regresara a Santa Fe, que se quedara en Santiago, con Monseñor Legarra; ya le habían quemado su choza. P. Héctor insistió en regresar, y ocurrió su desaparición. Hoy también recordamos los 50 años de su desaparición y reiteramos nuestro clamor. Héctor donde estás.
Cada Cita tenía una idea fuerza para el lema, en la primera se tomó de la Jornada Mundial de la Paz de ese año: “TODO HOMBRE ES MI HERMANO”. Cada año se lanza un lema, que era utilizado después de en las diversas actividades o eventos eclesiales como campaña de Promoción Arquidiocesana y de Evangelización, de Misión, etc. 
Así la Cita Eucarística, en cada ocasión, ha revitalizado al pueblo panameño, durante estos cincuenta años en circunstancias muy concretas de la vida nacional. En 1971, “Todo hombre es mi hermano; en 1976, “Cristiano la Iglesia eres tú, Si quieres la paz defiende la vida”, En 1990, recién pasada la invasión, cuando nuestros corazones y las miradas de los panameños reflejaban dolor y expectativas, nuestro lema fue “Caminamos y compartimos en Esperanza”; a fin de superar las dificultades que se nos presentaron en la tarea de reconciliación y reconstrucción del país.  Y en este año 2021, en medio de la pandemia reconocemos que, desde nuestra fe, la “Eucaristía es constructora de comunidad”.
Hay que resaltar que la colaboración de tantos laicos, religiosas y sacerdotes  fueron organizando este gran encuentro, hacemos recuerdo de la Hna. Inés González que, junto a la Hermana Margarita Moreno, por encargo del Arzobispo hizo el esquema de la primera Cita; definió las funciones de los diferentes comités y dio forma a las ideas que surgieron.   
Grupos que desde el inicio dieron su apoyo fueron la Adoración Nocturna, las Muchachas Guías, el Club de Jardinería, en el arreglo del gimnasio; y los Bomberos en la parte musical y la seguridad.  El equipo de trabajo ha ido creciendo a lo largo de los años, quienes han perseverado hasta ahora.   Algo muy importante ha sido el espíritu de unidad con que se ha trabajado en el Comité de la Cita Eucarística en el que la comunicación ha predominado. 
Luego la Cita Eucarística empezó a realizarse fuera de la capital. En La Chorrera y las otras diócesis empezaron a tenerla también. La primera diócesis que tuvo una Cita Eucarística, luego de la Arquidiócesis, fue la diócesis David el año 1975, el Año Santo. 
A 50 años de la Cita Eucarística, quiero reiterar lo que dije en mi homilía de toma de posesión como arzobispo: “Al recorrer la historia de nuestro caminar como Iglesia Arquidiocesana, es obligante agradecer al Señor lo que somos como Iglesia y a todos los que, con su entrega y sufrimiento, han abonado esta querida tierra panameña”. 
Gracias a las televisoras nacionales: TVN canal 2, a Telemetro, SERTV, Nextv y FETV, que han hecho posible no solo la transmisión de la Cita Eucarística sino de la misa dominical. 
Memoria agradecida

Bendigamos y demos gracias a Dios por todos nuestros antepasados en la fe: obispos, sacerdotes, religiosos y seglares; por su fidelidad a la fe cristiana, por su fortaleza en la esperanza y por la grandeza de su caridad, en algunos casos, ejemplos de una caridad martirial. Agradecemos gozosos su testimonio de santidad, su fuerza evangelizadora y su extraordinario legado de historia, arte y cultura, expresión de la vitalidad de su fe.
Al recordar a nuestros antepasados y a tantos diocesanos del presente, cómo no hacer nuestras las palabras de Pablo a los Efesios: “Por eso yo, que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias a Dios por vosotros, recodándoos en mi oración” (Ef 1, 15).
Esta es la herencia de nuestro pasado en nuestra Iglesia de Panameña cuando nos disponemos a celebrar este 508º Aniversario.   Pero nuestra Iglesia no es sólo historia, sino también una realidad viva en el presente, aunque tantas veces aparezca frágil, envejecida y debilitada. Y es una realidad viva, porque Dios mismo, en su cercanía amorosa, sigue presente y operante en nuestra Iglesia, en muchos fieles y en nuestras comunidades.
Nuestra Iglesia diocesana de Panamá es una realidad compleja, con su elemento humano y con su elemento divino. En su aspecto visible es la comunidad de los cristianos católicos, que vivimos en el territorio diocesano: la formamos obispo, sacerdotes, diáconos, religiosos y seglares; una comunidad, que peregrina y crece en la fe; una comunidad que proclama el Evangelio y celebra los misterios de la fe; una comunidad que vive la caridad; una comunidad en la que se debe vivir y a la que se debe servir en la tarea siempre nueva de evangelizar.
La Iglesia Diocesana es una gran comunidad de comunidades, que integra en su comunión y misión a las comunidades parroquiales, las numerosas comunidades de vida consagrada y otras comunidades eclesiales, los movimientos, los grupos y las asociaciones. Y cuenta con diversos servicios pastorales y administrativos.

Al hablar de nuestra Iglesia diocesana muchas veces nos quedamos en lo visible, en las personas, en el territorio o en sus estructuras. Pero su realidad humana, externa y visible, no puede hacernos olvidar que en su esencia más profunda nuestras Diócesis es signo e instrumento de salvación, porque en ella, mediante sus personas y sus estructuras visibles, -incluso a pesar de sus deficiencias- Jesucristo está presente y actúa su salvación en favor de los seres humanos.
Esta realidad íntima de la Diócesis debe ser conocida, valorada y vivida por todos sus miembros, por las comunidades y por los grupos eclesiales. Y ha de aparecer también en los proyectos de la vida diocesana, ser luz de las gentes. La Iglesia no es una mera “organización eclesiástica”, a la que se pertenece por razones administrativas y jurídicas, pero no por razones de fe; la vida cristiana no es una mera práctica ético-religiosa, sino acontecimiento de salvación, de experiencia de gracia y de comunión vital con Dios y con los hermanos.
La Iglesia Diocesana es un misterio de comunión para la misión; una, santa, católica y apostólica; existe para promover y vivir la unidad; la santidad y la universalidad de la misión en sus miembros e instituciones, en la sucesión de los Apóstoles.
Responsabilizarnos de la vida y misión de la diócesis
La celebración de 508 años de la configuración actual de nuestra Iglesia Panameña nos ofrece una oportunidad hermosa para lograr una mayor conciencia de pertenecer a ella para responsabilizarnos con su vida y misión.
Es urgente que todos y, especialmente, los pastores, cultivemos sin cesar el afecto a nuestra Iglesia Diocesana. Para ello es fundamental que todos los panameños conozcamos nuestra Iglesia, la valoremos y la acojamos como necesaria para nuestra fe y vida cristiana personal y comunitaria; y, sobre todo, nos urge amarla como algo propio, como a la comunidad de la que formamos parte, como a la propia familia.
Muchos de nuestros católicos desconocen o tienen un conocimiento insuficiente de nuestra Diócesis. Se desconoce su historia, su fisonomía externa, su organización, sus múltiples tareas y actividades evangelizadoras, formativas, litúrgicas y caritativas. Además, la Iglesia diocesana es sentida por muchos fieles como algo distante; otros no tienen conciencia de pertenecer a esta Iglesia, ni la sienten como la propia familia de los creyentes.

Por el contrario, se siente más la parroquia, el grupo o el movimiento, donde se vive y practica la fe. Pero no se puede olvidar que todas estas realidades son realmente eclesiales. Hay que estar en unión y comunión con el Obispo y entroncadas vitalmente en la comunión de la fe, de la celebración y de la misión de la Iglesia diocesana. Es a través del entronque vital en la Iglesia diocesana, como se integran en la comunión de la Iglesia universal. Hemos de evitar el particularismo y el parroquialismo.
Hemos de descubrir y valorar nuestra identidad cristiana y católica para vivirla con alegría y fidelidad, para no avergonzarnos de nuestra condición católica en privado o en público, de palabra o por obra. Amemos a nuestra Iglesia diocesana, porque, no lo olvidemos, la formamos todos y la construimos entre todos. Como en tiempos pasados, está llamada a acoger, proclamar, celebrar y testimoniar a Jesucristo, su Evangelio y su obra salvadora del ser humano y transformadora de la sociedad, del mundo y de la cultura. 

Nuestra Iglesia es y está llamada a ser signo eficaz de comunión de Dios con los hombres y de unidad de los hombres entre sí (cf. LG 1, por encima de razas, lenguas y pueblos. La nuestra es una Iglesia que está llamada a ser y quiere ser “un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando” (Plegaria Eucarística, V/b)
Si repasamos la historia de la Iglesia con sentido no tanto historiográfico, sino con lo que de verdad es, reconocimiento del dinamismo, de las tendencias, presencia viva del Espíritu de Dios… nos vamos a dar cuenta de que es una historia de salvación vivida en comunión con la Iglesia Universal y en estas tierras latinoamericanas y panameñas. 
Sus Obispos, cada uno con su propio estilo, han conducido como el pastor bueno la grey que les ha sido encomendada. Los barrancos y las cañadas oscuras han sido frecuentes. Pero también ha habido momentos de serenidad y de descanso en fértiles pastos. Más aún, se ha podido cosechar lo sembrado en esos pastos… son frutos de santidad, de compromiso vocacional, de presencia activa en medio de la sociedad. Y, aún con las deficiencias y dificultades que se han debido vencer, podemos decir que en ese caminar de 508 años, la nuestra no ha dejado de ser una Iglesia con sabor a pueblo. Nuestra gran compañera de camino ha sido Santa María la Antigua, María que con su rostro sereno y sus brazos amorosos nos sostienen en todo momento.

Podemos y debemos decir que somos herederos de grandes realizaciones que permiten seguir entusiasmados hacia el futuro. Se trata de dones y frutos del Espíritu que muestran la faz carismática de este pueblo de Dios que peregrina en Panamá: la profunda fe de nuestro pueblo, la presencia permanente de un presbiterio con conciencia de servicio a los demás, las vocaciones a la vida sacerdotal, religiosa y laical, la decisión de un laicado que ha ido creciendo en su conciencia apostólica…
Como es propio de quienes creen en Dios y lo manifiestan a través de la esperanza con la caridad pastoral, avizoramos el futuro y no sentimos ni miedo ni pereza para ir adelante. Hoy, en medio de las grandes dificultades provocadas por la situación de aguda crisis que golpea a toda nuestra nación, a lo cual se suma los condicionamientos y efectos de la pandemia del covid19, estamos ante un panorama que nos desafía y que requiere de una respuesta desde la conciencia de la misión evangelizadora que todos debemos desarrollar. 

Con la certeza de ser una Iglesia pobre para los pobres, nos toca asumir el amor preferencial por los más débiles y pequeños. Los tenemos junto a nosotros: están en los barrios y comunidades, en todas partes; con hambre y sed de alimentos materiales y de justicia. Son tantos inmigrantes que están huyendo de sus países que no les ofrece lo necesario y a quienes no podemos ver ni como enemigos, ni como bioterroristas ni como gente mala. Son hermanos nuestros a quienes hemos de ofrecer acogida, respeto y acompañamiento.
Por otro lado, otro reto inmenso es la transformación de la sociedad, su renovación moral y la recuperación integral no son ajenas a la misión evangelizadora. Esto nos lleva a crear las condiciones para contribuir seriamente en la captación, promoción, formación y envío de nuevos líderes, tanto sociales como políticos. No es una tarea que debemos poner sólo en manos de otros. Desde nuestros colegios católicos, desde nuestra Universidad y con la decidida participación del laicado, es un reto claro al que hemos de dar una respuesta de cara al futuro. Esto nos llevará a tener valentía y fortaleza como lo sugiere el Papa Francisco en FRATELLI TUTTI y así enfrentar al enemigo que se disfraza con el egoísmo, el individualismo y la corrupción.
En nuestro caminar hacia adelante y con visión de futuro, nos toca, con pleno sentido de conversión pastoral, intensificar la acción evangelizadora. El Papa nos da la clave: UNA IGLESIA EN SALIDA. No podemos darnos el lujo de caer en la tentación del inmovilismo o del conformismo pensando que ya hemos hecho bastante. Una Iglesia si lo es de verdad se arriesga a ir a las periferias existenciales y fomentar la cultura del encuentro y del diálogo, así podremos crear las condiciones para que la fuerza transformadora del Evangelio se haga sentir por medio del testimonio de los sacerdotes, laicos y miembros de la vida consagrada.
Aunque ya hemos venido haciendo camino en ello, otro desafío irrenunciable es el de asumir la sinodalidad como estilo más propio aún.  De cara al futuro, siguiendo la invitación del Papa Francisco, nos animamos a tomar conciencia de que ese estilo nos llevará mucho más allá de donde nos podemos imaginar. Esto nos permitirá no solo superar toda tendencia clericalista, también presente en muchos laicos, sino abrirnos cada día más a una Iglesia sacramento de comunión. 
Reapertura del Seminario Mayor San José
También la Iglesia Panameña siente un gozo enorme en este año al conmemorar los 51 años la reapertura del Seminario Mayor San José, y 50 años de la Cena de Pan y Vino.

El anhelo de contar con un clero nativo se concretizó en forma más estable y permanente con la reapertura del SEMINARIO MAYOR SAN JOSÉ- lugar donde mucho de nosotros nos fraguamos como pastores. Estos cincuenta años nos ofrecen la oportunidad para asumir con responsabilidad y compromiso el deber de gratitud que cada uno hemos de tener con el Seminario. Cuán importante es que nunca dejemos de interesarnos por el Seminario, valorar el Seminario, apoyarle moral y económicamente. Ya que los años que los sacerdotes pasamos en el Seminario quedan grabados en nuestros corazones.
La presencia aquí de muchos egresados del Seminario Mayor San ofrece a esta celebración un profundo significado. Invito a los sacerdotes egresados del Seminario Mayor San José y a los seminaristas a ponerse de pie; y a ustedes querida comunidad los invito a darles un fuerte aplauso, nosotros somos fruto del don de Dios y de las oraciones de ustedes para que el Señor mande obreros a su mies.

El Seminario Mayor San José cuenta en la actualidad con 31 candidatos, quienes en medio de los embates y dificultades que le ha tocado vivir en estos años, han podido mantener su vocación en un ambiente de gran serenidad, piedad personal y comunitaria, de estudio, de alegría, inquietud pastoral y misionera… Y todo ello es garantía seria e idónea para la preparación de las nuevas generaciones de sacerdotes. Es cierto también, que se puede hacer más.
En la mesa de la Palabra y de la eucaristía colocamos nuestra ofrenda de estos 508 años. Junto con el pan y el vino que presentamos a la Trinidad Santa. Y, al convertirse en alimento eucarístico pidamos a Dios que nuestra historia de ayer hoy y mañana sea de salvación y liberación para todos. Al encontrarnos hoy con la Palabra de Dios y con el Cordero que quita el pecado del mundo, volvemos a experimentar la invitación que nos alienta: ¡ANIMO Y ADELANTE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR! 
Que este tiempo de gracia, que Dios nos concede en este Aniversario, nos ayude a descubrir nuestra identidad cristiana y eclesial, a profundizar en el conocimiento de la herencia espiritual de nuestros antepasados, a sentirnos Iglesia diocesana y a seguir a los testigos y a los maestros que nos han precedido. Reavivemos nuestro ser cristiano y nuestra llamada a la santidad en el seno de la comunión de nuestra Iglesia diocesana.

Seamos testigos de Jesucristo y de su Evangelio. Este Aniversario es una ocasión de gracia para dejarnos fortalecer en nuestra conciencia misionera. El mandato misionero de Jesús es siempre actual y hoy es urgente. Es hora de volver a hablar de Dios y de anunciar a Jesucristo sin complejos y sin miedos.
¡Que María, ¡Madre del Hijo de Dios y Madre nuestra, la Señora de La Antigua proteja y ampare a esta nuestra Iglesia en el año de su 508º Aniversario en su peregrinación hacia la casa del Padre!

 

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ

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La Arquidiócesis de Panamá creada el 9 de septiembre de 1513 es la Iglesia más antigua en tierra firme y madre de las Iglesias particulares existentes hasta ahora en la república de Panamá.