REFLEXIÓN DEL TE DEUM – 3 noviembre 2025

REFLEXIÓN DEL TE DEUM - 3 noviembre 2025

UNIDOS EN ACCIÓN DE GRACIAS, LLAMADOS A LA ESPERANZA

MONS. JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
CATEDRAL BASÍLICA SANTA MARÍA LA ANTIGUA, 3 DE NOVIEMBRE 2025

Hermanos y hermanas en Cristo,
Autoridades civiles, religiosas y diplomáticas,
Pueblo de Dios que peregrina en Panamá:

De acuerdo con una tradición hermosa y profundamente arraigada, las puertas de esta Iglesia Catedral, la primera en tierra firme, se abren nuevamente para acoger a los hijos e hijas de esta Nación. Hoy, encabezados por quienes tienen la noble tarea de guiar nuestros destinos, nos congregamos para elevar una plegaria. Venimos a entonar el Te Deum, nuestro canto de Acción de Gracias al Padre Dios, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, al conmemorar los 122 años de vida independiente y soberana de nuestra República.

Comenzar las festividades patrias poniendo a Panamá en las manos de Dios no es un acto de evasión o una abdicación de nuestra responsabilidad. Es, por el contrario, el reconocimiento humilde y certero de que solo haciendo la historia junto a Él, interpretando sus designios de amor y justicia, podremos ser auténticos protagonistas en la construcción de un reino de paz y bienestar en esta tierra que nos ha sido confiada.

A LA LUZ DEL EVANGELIO DE LUCAS
El Evangelio de Lucas nos presenta a un pueblo que, con el corazón expectante, acude a Juan el Bautista con una pregunta que atraviesa los siglos: “¿Qué tenemos que hacer?” (Lc 3,10).

Esa misma pregunta debería resonar en cada uno de nosotros al contemplar la historia de nuestra nación: ¿qué debemos hacer para que Panamá sea verdaderamente tierra de justicia, de fraternidad y de paz?

Juan no responde con teorías, sino con gestos sencillos y transformadores: compartir con quien no tiene, actuar con honestidad, evitar la violencia y conformarse con lo justo. Celebrar la patria a la luz del Evangelio es, entonces, renovar el deseo de construir un país donde cada panameño viva con dignidad, donde el poder sea servicio, la fe se traduzca en obras, y la esperanza se haga compromiso concreto con el bien común.

PANAMÁ, UN MOSAICO DE FE Y ESPERANZA
En este encuentro nos acompañan —como ya es una feliz y significativa tradición— las diversas comunidades de fe que enriquecen nuestro suelo patrio. Celebrar juntos esta efeméride no es solo un símbolo, es una profesión viva de esperanza: reafirmando la certeza de que la unidad es posible en medio de nuestra maravillosa diversidad.

Aquí la historia ha tejido con hilos de fe y respeto a católicos, judíos, musulmanes, anglicanos, bahaí, hindúes, mormones, evangélicos y otras tradiciones que enriquecen nuestro horizonte espiritual. Panamá ha sabido ser tierra de acogida, donde el dialogo no divide, sino hermana.

Ahora -dejando a tras nuestras diferencias todos los panameños y panameñas – hemos de alzar la voz para dar gracias porque en esta tierra, donde confluyen tantas historias y rostros, donde resplandece una misma vocación, de ser la casa abierta donde todos los hijos de Dios, sin exclusión, encuentren un lugar en la mesa de la fraternidad.

Esta unidad no es una quimera. Se forjó con el esfuerzo común de hombres y mujeres de distintas razas y credos —criollos, afrodescendientes, pueblos originarios, chinos, europeos— que unieron sus manos y sus esperanzas alrededor de un sueño común, de una patria libre y soberana. Ese mismo espíritu se manifestó en la época de la construcción del Canal, cuando decenas de nacionalidades demostraron que la cooperación, puesta al servicio de un ideal común, es capaz de mover montañas y unir océanos.

Esa llama de amor patrio ardió con fuerza en el heroísmo del 9 de enero de 1964, cuando la sangre generosa de jóvenes valientes regó la semilla de la dignidad nacional y abrió el camino irreversible hacia los Tratados Torrijos-Carter y nuestra plena soberanía. Esa misma sed de libertad inspiró la recuperación de la democracia tras los años de dictadura. La voz del pueblo, sostenida por la fe y la esperanza, logró restaurar el orden constitucional en 1989, (donde muchos de los aquí presentes participamos) recordamos que la democracia no se hereda, que es una planta frágil que debemos regar para fortalecerla cada día con participación, verdad y justicia.
El ciclo se completó un 31 de diciembre de 1999, cuando el Canal de Panamá pasó a nuestras manos para administrarlo no como un botín político o económico, sino como un sagrado símbolo de servicio, unidad y orgullo nacional. En esos gestos sencillos y luminosos, Panamá reafirma su vocación de ser puente del mundo y corazón del universo; un hogar donde la fe, en todas sus voces, canta al unísono la esperanza.

UN LLAMADO A LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN
Recordar a los hombres y mujeres que forjaron nuestra independencia no es mirar al pasado con nostalgia y mucho menos con malquerencia, sino descubrir en ellos un espejo del futuro que todavía podemos construir. Algunos son recordados como fundadores, que en el fondo fueron soñadores valientes:

José Agustín Arango, con visión cívica y sentido de justicia, quien supo que la libertad debía ser instrumento del bien común.
Dr. Manuel Amador Guerrero, médico y político, comprendió que la independencia sería vana sin educación, salud y moral pública.
Dr. Belisario Porras, estadista y reformador, nos enseñó que “el poder sin moral es tiranía y la libertad sin virtud es anarquía”.
Y María Ossa de Amador, al confeccionar la bandera con manos de madre, convirtió un trozo de tela en símbolo de amor y esperanza.

Junto a ellos brillan también nombres como Justo Arosemena, “Padre de la Nacionalidad”, quien soñó con una república cimentada en la educación, la justicia social y la participación ciudadana; y Amelia Denis de Icaza, poetisa que transformó el dolor de la pérdida en canto de amor por la tierra istmeña.

Y sabemos que hubo muchos más, gente del pueblo, del arrabal, quienes estuvieron dispuestos a ofrendar la vida a cambio de la libertad de la nación que tanto amaban, y por la que aún se espera.

Todos ellos tenían claro que la independencia no se lograría plenamente con la ruptura política, sino con la madurez moral del pueblo. Soñaron con una patria libre y creyente, donde el poder fuera servicio, la libertad responsabilidad y la fe inspiración.

CONSTRUYAMOS JUNTOS LA PATRIA DE LA ESPERANZA
Soñar, hoy, no es evadir la realidad. Es la forma más valiente de comprometerse con ella. Panamá necesita, urgentemente, hombres y mujeres que vuelvan a soñar, que se atrevan a creer que un país mejor es posible.

Pensemos que nuestros próceres no soñaron una patria de privilegios, sino de oportunidades para todos. No lucharon por levantar un país para la riqueza de unos pocos, sino por edificar una nación donde cada persona pudiera vivir con dignidad. Ellos no quisieron una patria sin alma, sino una tierra sostenida por valores, animada por la fe y encendida por la esperanza. Su legado nos interpela hoy: ¿Estamos construyendo el Panamá que ellos soñaron?

Por eso, cada generación debe emprender su propio 3 de noviembre. Es la hora de decidir entre la indiferencia y el compromiso, entre el “sálvese quien pueda” y la solidaridad que levanta, entre la corrupción que todo lo envenena y la honradez que todo lo construye.

Y en esta tarea, la juventud es la heredera natural de este sueño. Panamá los necesita: su talento, su energía fresca, su mirada crítica y su corazón limpio.

José Dolores Moscote lo expresó con sabiduría: “Una nación que descuida la educación de sus hijos se suicida lentamente”. Hoy, los jóvenes panameños están llamados a renovar ese sueño. Cada joven que estudia con empeño, que trabaja con honestidad, que sirve a su comunidad y que vive su fe con autenticidad, es una bandera viva de esperanza para la Nación.

EDUCAR PARA AMAR: LA PATRIA COMO CASA COMÚN
Educar en el amor a la Patria es la tarea más urgente. Es formar el corazón para entender que Panamá no es una abstracción, es nuestra casa común, un don de Dios que debemos cuidar y hacer crecer.

1. Se educa con el ejemplo: Los niños y jóvenes aprenden a amar lo que ven que los adultos respetan y sirven. El servidor público honesto, el maestro dedicado, el padre de familia que cumple con su deber, son los mejores maestros de patriotismo.

2. Se educa con la memoria: Recordar de dónde venimos, nuestras gestas y nuestros héroes, nos da identidad y nos empuja a escribir nuestro propio capítulo de grandeza.

3. Se educa con la participación: Cuando enseñemos a no ser espectadores de los problemas, sino actores de las soluciones. Desde el aula hasta la comunidad, cada uno tiene un don para aportar.

4. Se educa con valores: Cuando la honestidad, el respeto, la solidaridad y la justicia son el alma de la Patria. Cuando estos valores se viven, la bandera ondea no solo en los mástiles, sino en cada acto de nuestra vida.

HEREDAR EL SUEÑO, VIVIR LA MISIÓN
El futuro de Panamá no se improvisa. Se sueña con esperanza, se construye con honradez incansable y se vive con un amor que se dona.

Como cantó el poeta Ricardo Miró, voz profunda del alma nacional:
“Yo no tengo riquezas ni oro,
solo tengo el fulgor de mi bandera;
y en mi pecho, un amor que nunca muere
por esta tierra mía, tan pequeña y tan bella”.

Que ese amor, sencillo y profundo, sea el motor de nuestro renacer. Y que las palabras de Amelia Denis de Icaza sigan siendo la plegaria de nuestro compromiso:
“Yo te amo, patria mía,
como se quiere al sol por su luz pura,
como se quiere al bien por su hermosura,
como se adora a Dios por su bondad”.

Que el Dios de la Vida, que nos ha regalado esta Patria bendita, nos conceda la gracia de amarla con hechos, de servirle con fidelidad y de trabajar incansablemente para que sea, cada día más, un verdadero Puente del Mundo y Corazón del Universo, cimentado en su Amor.
Después de este recorrido de fe y de gratitud, en el que hemos contemplado la historia de Panamá a la luz del Evangelio, sigamos elevando a una sola voz nuestra acción de gracias a Dios por los dones recibidos.

CORONACIÓN PONTIFICIA DE SANTA MARÍA LA ANTIGUA
Junto a los 122 años de independencia, celebramos también la Coronación Pontificia de Santa María la Antigua, concedida por el Papa León XIV, este 9 de septiembre de 2025 como reconocimiento de los 512 años de creación de la primera Diócesis en Tierra Firme y los 100 años de haber sido elevada a Arquidiócesis, que no es solo un honor concedido a una imagen venerada, sino un gesto que corona la fe de todo un pueblo y reconoce el papel singular que Panamá ha desempeñado en la historia cristiana del continente.

Este acto sagrado reconoce lo que la historia ha dado: Panamá el honor de ser la primera diócesis erigida en tierra firme del continente americano (1513), y bajo la protección de Santa María de La Antigua primera devoción mariana oficialmente reconocida en el Nuevo Mundo. Ella fue, y sigue siendo, la Madre fundadora de la fe en América.

Por eso, su coronación pontificia no es solo una joya puesta sobre su frente bendita, sino el símbolo visible del amor de un pueblo agradecido que mira su historia con fe, honra su identidad cristiana y renueva su compromiso de seguir construyendo una patria cimentada en el Evangelio.

La corona que hoy brilla sobre su imagen no pertenece solo al templo o al altar:
Es la corona del pueblo panameño, que reconoce a María como Reina y Madre.
• Es la corona de nuestra historia, que une los primeros albores de la evangelización con el presente de una nación creyente.
• Es la corona de la esperanza, que nos impulsa a seguir siendo puente del mundo y corazón de la fe en el continente.

Así, esta Coronación Pontificia se convierte en un signo de comunión con la Iglesia universal, de gratitud por nuestros orígenes y de renovación de la misión evangelizadora que comenzó hace más de cinco siglos bajo el amparo de la misma Madre: Santa María de la Antigua, Patrona de Panamá.

Como hijos de una misma Madre y ciudadanos de una misma Patria, proclamemos con gozo y con fe:
¡Que viva Panamá! Tierra de promesa, casa de todos y luz de esperanza cristiana. Amén.

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ
PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL PANAMEÑA

 


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La Arquidiócesis de Panamá creada el 9 de septiembre de 1513 es la Iglesia más antigua en tierra firme y madre de las Iglesias particulares existentes hasta ahora en la república de Panamá.