HOMILIA EN EL CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL MONSEÑOR JOSE DOMINGO ULLOA, ARZOBISPO DE PANAMA

HOMILIA EN EL CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL MONSEÑOR JOSE DOMINGO ULLOA, ARZOBISPO DE PANAMA

Quito, Ecuador, Jueves 12 de septiembre 2024

Queridos hermanas y hermanos:

Somos una comunidad privilegiada, al poder reunirnos entorno al altar para celebrar la Santa Eucaristía. Es por ello que debemos pedir la gracia de abrir el corazón y la inteligencia para acercarnos, con humildad y temblor, a este gran Misterio.

Vivir la Eucaristía va más allá de tener el conocimiento de los aspectos que se desarrollar alrededor de la misma. Se trata de reavivar nuestro estupor y maravilla ante el misterio Eucarístico, del que Jesús nos entregó como alimento espiritual y fortaleza.

La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. San Cirilo declara: «No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Salvador, porque Él, que es la Verdad, no miente».

En la Eucaristía, sentimos la cercanía de Cristo, su amor y su misericordia, y nos renovamos en nuestra fe y en nuestra comunión con Él.

La Eucaristía es el sacramento que nos lleva a rememorar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. En ella, está presente el sacrificio que hizo Jesús en la cruz por la salvación de todos nosotros. Nos ofrece la posibilidad de hacer una comunión íntima y personal con Él, dejando que su gracia nos invada, nos transforme y nos renueve.

Que importante es recordar que la Eucaristía es un acto de amor, un acto de humildad y un acto de entrega total de Jesucristo hacia nosotros. Es por esta razón que debemos acercarnos a la Eucaristía con un corazón limpio y abierto, dispuestos a recibir la gracia de Dios y a permitir que Él actúe en nuestras vidas.

Cuando Jesús instituyó la Eucaristía en la Última Cena, Él nos dejó un regalo invaluable, la presencia real de su Cuerpo y de su Sangre, que nos alimenta y nos sostiene en nuestra vida espiritual.

La Eucaristía es “la locura de Dios para que no estemos nunca solos” porque “Dios quiere estar cerca de los hombres, quiere salir a visitar a todas las personas, especialmente a los que sufren”.

Precisamente porque se trata de una realidad misteriosa que rebasa nuestra comprensión, no nos ha de sorprender que también hoy a muchos les cueste aceptar la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No puede ser de otra manera. Así ha sucedido desde el día en que, en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús declaró abiertamente que había venido para darnos en alimento su carne y su sangre (cf. Jn 6, 26-58).

Ese lenguaje pareció “duro” y muchos se volvieron atrás. Ahora, como entonces, la Eucaristía sigue siendo “signo de contradicción” y no puede menos de serlo, porque un Dios que se hace carne y se sacrifica por la vida del mundo pone en crisis la sabiduría de los hombres. Pero, con humilde confianza, la Iglesia hace suya la fe de Pedro y de los demás Apóstoles, y con ellos proclama, y proclamamos nosotros: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). Renovemos también nosotros este día la profesión de fe en Cristo vivo y presente en la Eucaristía. Sí, “es certeza para los cristianos: el pan se convierte en carne, y el vino en sangre”.

Este es un día especial para los cristianos, es la fiesta Eucarística que hoy celebramos. La experiencia íntima con Cristo Eucaristía, nos impulsa a salir a las calles, porque necesitamos con valentía compartir con nuestros hermanos y hermanas, el anuncio de la Buena Nueva.

Por eso la fiesta que hoy celebramos nos ofrece el alimento que nos hace santo el Santo Padre San Juan Pablo II de feliz memoria: nos recordaba a menudo una gran verdad “la Iglesia vive de la Eucaristía,” convirtió este sacramento en el centro de su preocupación pastoral, como lo demuestra el haber dedicado al argumento su primera encíclica del milenio, ‘Ecclesia de Eucharistia’ (2003).

En la Eucaristía, ‘Cristo entrega su cuerpo y su sangre por la vida de la humanidad. Y cuantos se alimentan dignamente en su mesa se convierten en instrumentos vivos de su presencia de amor, de misericordia y de paz’.

‘Cada vez que come este pan y beben este cáliz, anuncian la muerte del Señor, hasta que venga’ (1Co 11,26). Quien participa en él, se une al misterio de la muerte del Señor, es más, se convierte en su ‘heraldo’.

Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, comenzó su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.

Mediante la Eucaristía, la comunidad eclesial es edificada como nueva Jerusalén, principio de unidad en Cristo entre personas y pueblos diferentes.

Por eso, cada vez que nos reunimos a celebrar la Eucaristía a hemos de quedarnos maravillados ante el amor tan grande de Jesús por nosotros: “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo de dar la vida por nosotros”.

En este sacramento celebramos su amor por nosotros hasta el extremo de morir por nosotros. “Quien adora y festeja a Cristo en la Eucaristía, palpa el amor hasta el extremo del Hijo, que le llevó a hacerse el siervo de todos…Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto, palpar el amor infinito de su corazón” (Juan Pablo II: “ Ecclesia de Eucharistia” n.25).

Juan Pablo I nos llamó e invitó a renovar nuestro “asombro eucarístico”. Quisiera decirles algunas razones de este asombro:

– Iluminados por la luz del Espíritu Santo proclamamos nuestra fe en la presencia real, verdadera y substancial de Jesucristo en la Eucaristía. El pan se convierte en el Cuerpo de Jesucristo y el vino se convierte en la sangre de Jesucristo.
– “La Eucaristía es el sacramento de la presencia real, verdadera y sustancial del cuerpo y de la sangre del Hijo en su entrega siempre actual por nosotros”.
– En la Eucaristía se hace presente de forma misteriosa pero real el sacrificio de Jesucristo en el Calvario. ¿Cómo es posible esto?
– En la Cruz Cristo se ofreció Él a sí mismo; en la Misa se ofrece por medio de los sacerdotes.
– En la Cruz Cristo se inmoló de forma cruenta; en la Misa, Cristo se inmola de forma incruenta.

Como los judíos comieron el maná en el desierto para mantenerse firmes y esperanzados en su larga y difícil travesía del desierto, camino de la Tierra Prometida, también nosotros necesitamos alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para perseverar en nuestra peregrinación por este mundo hacia la Casa del Padre. Acerquémonos a este banquete con la conciencia limpia de pecado mortal. Examinemos nuestra conciencia, y si es necesario, acudamos al sacramento de la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados.

Hermanos nunca nos olvidemos, la Eucaristía es un gran misterio y una gran suerte. Es algo increíble, inalcanzable a nuestra mente que todo un Dios se haga presente a través del Pan y el Vino de la Eucaristía para llegar a nosotros. Los cristianos que entendemos todo esto, no podemos prescindir de la eucaristía, tampoco trivializarla como algo monótono o aburrido.

Los que no vienen a Misa normalmente, valoran la Eucaristía de una manera estética, exterior y sólo con la vista de los ojos (no la del corazón). Se limitan a ver si es larga o corta, amena o aburrida, sosa o participada… pero no valoran el centro y lo más importante: JESUS ESTÁ PRESENTE, por encima de que la celebración sea más espectacular o menos.

En este tiempo de sinodalidad, que se nos invita a ser Iglesia en salida, a ir al encuentro de aquellos alejados, de los que tienen hambre material y espiritual, es importante recordar que la Eucaristía la cumbre de toda acción de la Iglesia, no culmina con la bendición final del ministro que la preside, sino que es el envío para que cada de cada bautizado salga a anunciar lo vivido y nos convirtamos en pan partido para los demás. No tengamos miedo en asumir este compromiso, porque es Cristo quien nos envía y es nuestra fortaleza, es nuestra roca.

Nos hacemos eucaristía para los demás al ser solidarios con quienes tienen carencia. La eucaristía es multiplicar los panes en un mundo que muere de hambre. Pensemos en los comedores parroquiales, en el Banco de Alimento, en todas aquellas obras que alivian aquella sed de Dios de los más vulnerables. Por eso como decía P. Arrupe “mientras exista hambre en el mundo, la Eucaristía no será plena.

Al participar de la eucaristía no es solo ni principalmente celebrar un rito, no es un precepto para cumplir con la Iglesia, es algo más serio y profundo, es vivir en actitud de agradecimiento, porque comer el pan de vida es alimentar nuestra existencia, nuestro pensamiento y corazón de Jesús.

Por ello si aliméntanos nuestra vida y mente del amor del Señor, del servicio, de la solidaridad, tendremos entonces vida, vida plena, vida definitiva.

La Eucaristía es la mesa del Señor abierta a todos, que con el correr del tiempo, se ha transformado en un altar. Y el altar sigue siendo una mesa, alrededor de la cual nos sentamos los que celebramos el banquete eucarístico, que es un banquete familiar, un banquete fraterno donde todos somos hermanos, sin exclusión.

Nos preocupa como el rigor litúrgico y moral han ido reduciendo “los cubiertos de los comensales “de la mesa de Jesucristo y no precisamente por las normas sanitarias. Por ello no podemos perder el origen de la Cena del Señor con sus discípulos, por lo existe una relación profunda entre eucaristía y fraternidad, al que están invitados todos.

El cardenal vietnamita Van Thuan, encerrado casi toda su vida en la cárcel por el comunismo, había conseguido que el carcelero le diese cada día unas gotitas de vino, y con eso celebraba misa cada día. Sin más cáliz y patena que sus manos, sin altar, sin iglesia, sin pueblo, sin nada. Y JESÚS ESTABA ALLÍ, y EL ERA FELIZ A PESAR DE SU ENCIERRO.

Que nosotros también nos sintamos felices de estar con Jesús cada vez que celebramos la Eucaristía independientemente del decorado, del sacerdote, de los cantos… que estemos felices porque JESUS ESTÄ CON NOSOTROS, por eso es hermoso estar con Él.

Que el Sacramento de la Eucaristía nos ayude a estar más cerca de nuestro Señor Jesucristo, a dejarnos transformar por su amor y a vivir siempre en su presencia, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. AMÉN.

 

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ

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