HOMILIA – DOMINGO 17 DE OCTUBRE DEL 2021
Homilía del Domingo XXIX Tiempo Ordinario
Misa Televisada / Capilla del Seminario Mayor San José
17 de octubre 2021
En este domingo acontece algo excepcional para la Iglesia Católica. Se abre el SÍNODO con la finalidad indicada en este título: POR UNA IGLESIA SINODAL: Comunión, participación y misión. El pasado domingo lo inauguró solemnemente el Papa en Roma, pero en este domingo se abre o inaugura en todas las Iglesias diocesanas del mundo. En la Arquidiócesis lo estaremos inaugurando hoy a las 10.00 am, en la Iglesia Cristo Redentor. Invitamos a todos a unirnos a esta celebración.
La finalidad de este Sínodo, no es producir documentos, sino “hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimularla confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una autora de esperanza, aprender unos de otros y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos” (Francisco en el sínodo de los jóvenes. Año 2018). La finalidad está marcada de optimismo. Pero a la vez nace de una constatación donde puede que este “ardor” sea escaso y a lo que incita el Papa es a caldearlo, foguearlo y hacer que sea significativo en el mundo de hoy.
Dando la oportunidad de escuchar y dialogar a nivel local a través de este Sínodo, el Papa Francisco está llamando a la Iglesia a redescubrir su naturaleza profundamente sinodal. Este redescubrimiento de las raíces sinodales de la Iglesia implicará un proceso de aprender juntos con humildad, cómo Dios nos llama a ser Iglesia en el tercer milenio.
Desde esta perspectiva podemos entender las lecturas de este domingo que nos recuerda una vez más, que la lógica de Dios es diferente a la lógica del mundo. Por eso se nos invita a prescindir de nuestros proyectos personales de poder y de grandeza y a hacer de nuestra vida un servicio a los hermanos. Es en el amor y en la entrega de quien sirve humildemente a los hermanos, en donde Dios ofrece a los hombres la vida eterna y verdadera.
La 1ª lectura del profeta Isaías nos presenta la figura de un “Siervo de Dios”, insignificante y despreciado por los hombres, pero a través del cual se revela la vida y la salvación de Dios.
Los valores de Dios y los valores de los hombres son diferentes. En la lógica de los hombres, los vencedores son aquellos que toman el mundo al asalto con su poder, con su dinero, con su ansia de triunfo y de dominio, con su capacidad de imponer sus ideas o su visión del mundo; son aquellos que impresionan por la forma como visten, por su belleza, por su inteligencia, por sus brillantes cualidades humanas.
En la lógica de Dios, los vencedores son aquellos que, aun viviendo en el olvido, en la humildad, en la sencillez, saben hacer de la propia vida un don de amor a los hermanos; son aquellos que, con sus actitudes de servicio y de entrega, aportan al mundo un mayor valor de vida, de liberación y de esperanza.
No nos dejemos engañar: Dios no está en aquello que brilla, seductor, majestuoso, espectacular; Dios está en la sencillez del amor que se hace don, servicio entrega humilde a los hermanos.
En el Evangelio de san Marcos, se nos describe que el deseo de poder es una de las grandes pasiones del hombre. Todos de alguna manera queremos ejercer alguna forma de poder. Imponemos muchas veces nuestra manera de ver las cosas; queremos decir siempre la última palabra; incluso las simples conversaciones normales son con frecuencia más una lucha que un diálogo sereno y respetuoso.
De hecho la lucha por el poder, por conseguirlo o conservarlo, ensombrece el panorama nacional e internacional en todos los ámbitos, político, social y religioso, pues cierra a las personas en los propios intereses, sin mirar por el bien común de la comunidad nacional o internacional.
Y los perdedores ante esta lucha, son siempre los pobres, los descartables, los que no cuentan. Y aunque el horizonte universal propuesto por el Papa en Fratelli tutti aparece como puramente utópico e irrealizable, edso no debe desanimarnos a la hora de hacer el bien.
No se trata de hacer revoluciones violentas sino de poner en práctica la revolución del amor que inauguró la persona de Jesús. Y esto empieza por el cambio en la propia persona y la puesta en práctica de los pequeños gestos de las llamadas obras de misericordia, sin renunciar a querer cambiar el mundo, la realidad social y política y religiosa.
Los apóstoles vivieron con la ilusión de que Jesús era el Mesías político, esperado por Israel y lógicamente algunos fueron tomando posiciones de cara al futuro reino. Santiago y Juan no tienen empacho en manifestar sus ambiciones a Jesús delante del grupo de los apóstoles y hacen lobby en favor de sus intereses personales. (Mc 10,35-45). Piden los primeros puestos. No es de extrañarse que los demás discípulos se indignaran contra ellos, pues en el fondo tenían las mismas secretas esperanzas, que podían esfumarse si Jesús accedía a su petición.
Jesús en un primer momento parece seguirles la corriente y les hace un pequeño examen sobre sus capacidades. Se trata ante todo de la fidelidad a su persona, de ser capaz de compartir su suerte, que va a ser un destino doloroso. Santiago y Juan ya no pueden dar marcha atrás y se declaran dispuestos a ir con Jesús hasta el fin. Jesús acepta esa promesa, pero les hace ver que en el Reino de Dios las cosas son muy diferentes de las de aquí.
Con gran realismo Jesús describe la dinámica del poder. Por más que se insista en que es un servicio, el poderoso tiraniza y oprime a los súbditos, utilizándolos según sus intereses. Los tratados de filosofía y teología formulan el ideal la autoridad como un servicio del bien común, pero la realidad desmiente muchas veces esa ideología.
Tan sólo Jesús, que es el verdadero servidor que da la vida en rescate por todos, ejerce una autoridad que no oprime, sino que libera. La entrega de su vida le permite solidarizarse con todos los que sufren, con todos los oprimidos.
Por eso Jesús habla en contra del dominio, la explotación, la usurpación del poder. Y frente a la ambición del poder, Jesús nos propone un camino: “No será así entre ustedes: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Estas palabras son el programa cristiano ante el carácter, a veces injusto, del poder.
“Pues el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”. Con su palabra y con su vida, Jesús condena como inhumanos la opresión y el dominio de unos seres sobre otros.
Jesús sabe que habla en un mundo que piensa y vive al revés, que consideran primero a quien está en lo alto de la escala social. El mensaje de Jesús es: hay que cambiar las categorías, hay que empezar a servir abandonando las ganas de dominar y ser servido.
Jesús aprovecha esta impertinencia para dar una lección sobre el sentido de la autoridad en la vida social y en la vida de la Iglesia. Empieza su catequesis con un comentario muy sincero: “¡No saben lo que piden!”. Jesús, entonces, desarrolló un inspirado discurso sobre el sentido de la autoridad como servicio: “El que quiera ser grande entre ustedes, debe ser servidor de los demás; y el que quiera ser el primero entre ustedes, deber ser esclavo de todos”.
Con ese discurso, Jesús está desenmascarando una de las pasiones más arraigadas del ser humano: la ambición de poder. Es ampliamente conocido el planteamiento de Nietzsche sobre el súper-hombre y la voluntad de poder; según este filósofo, la humildad es un rasgo propio de los débiles y fracasados.
Los políticos han leído el tratado de Maquiavelo, en el que hace recomendaciones al Príncipe para consolidarse en el poder; le dice al oído que “es mejor ser temido que ser amado”. Un mensaje totalmente opuesto al testimonio del Siervo de Yahvé y a las enseñanzas de Jesús sobre la autoridad como servicio.
En Panamá, vivimos esta semana el pleno debate de las reglas del juego electoral electoral. Y frente a ello como ciudadanos nos preguntamos: ¿No hay otra forma de hacer política? ¿No es posible ser un político distinto?
Creo que sí. La respuesta la tenemos ante nuestros ojos. En estos días está cerrando su vida política la canciller de Alemania, Ángela Merkel, después de estar dieciséis años en el poder. Es reconocida como la mujer más poderosa del mundo quien, con mano firme, guió a Alemania y a la Unión Europea en medio de profundas crisis.
¿Por qué es reconocida? Por su estilo de vida austero, su firmeza, la aplicación de la ciencia en la solución de los grandes problemas sociales, su solidaridad ante las olas migratorias. Esta tímida mujer, hija de un pastor luterano, nos muestra que es posible ejercer el poder con espíritu de servicio, valores éticos y sentido del bien común.
El problema del poder no se plantea, por lo tanto, sólo en el mundo político. Si nos quedamos ahí, no hacemos más que unirnos al grupo de los que están siempre dispuestos a dar golpes, por sus propias culpas… en el pecho de los demás. Es fácil denunciar culpas colectivas, o del pasado; más difícil las personales y del presente.
De eso se trata el inicio del Sínodo que inauguremos esta mañana a las 10.00 am. En la Iglesia Cristo Redentor de San Miguelito y que estaremos trasmitiendo por FETV.
“Se trata de algo nuevo que no tiene comparación, este sínodo es un proceso de transición hacia un nuevo modo de proceder, lo cual implica una manera completamente renovada de asumir la eclesiología del pueblo de Dios con el concilio. El ser capaz de escucharnos, buscar consensos; y eso es algo nuevo para los Obispos y sus diócesis, los párrocos y sus parroquias, comunidades y familias, por eso el gran reto es cómo todos nos podemos involucrar. La sociedad reclama cambios a la Iglesia y hay que estar abiertos a la escucha”.
Y tengamos siempre presente uno de los retos que se perfilan para la consumación del camino sinodal es cómo hacer frente a las divisiones y asumir la diversidad asumiendo la existencia de conflictos. Por eso la respuesta está en el laicado. “Llegó la hora de los laicos; es una gran oportunidad para que el laicado tome la palabra y pueda expresar lo que realmente siente, sueña, y se convierta en gestor de esos sueños, porque en la medida que uno pone palabras a sus sueños, los empuja”.
Esta es “es la hora de todo el pueblo, pero sobre todo de los laicos”. “Queremos que el arranque de este sínodo en las Iglesias y diócesis sea un acontecimiento de todo el pueblo de Dios. Por eso hemos estamos a disposición de todas las parroquias, grupos, movimientos para ayudar a que esto tenga el empuje necesario y que podamos implicar a todos y todas, no solo a los de siempre. Queremos caminar todos juntos desde el principio, que todo el mundo se sienta concernido”.
Un signo muy positivo y que da esperanza es que se quiere hacer la cultura del consenso eclesial. Esta práctica está reflejada en el documento preparatorio, que impele a todos y todas en igualdad de condiciones como bautizados. Si no se dan estas relaciones de completarnos los unos a los otros, entonces estamos en una Iglesia ajena a los tiempos, tenemos que aprender y reaprender lo que significa ser Iglesia”.
Que el servicio desde Jesús nos ayude a lograr la mayor promoción de bien, que aún, cuando nos quedemos hasta lo último y nos dé la sensación de quedarnos sin nada y sacrificándolo todo, tengamos la esperanza en Jesús, a quien el Padre Eterno le dio el poder en el cielo y en la tierra. El Padre Eterno nunca nos abandonará; esa es una fe firme y de plena confianza en Dios que debemos tener.
Este esquema de servicio lo entendió y lo expresó muy bien Juan el Bautista: es necesario que el crezca y yo disminuya. Jesús por su parte dirá: es necesario que yo me vaya, porque si no, no vendrá el Espíritu Santo sobre ustedes. Una vez que hemos cumplido nuestra misión, no hay que estorbar ni complicar a quien llega a continuar la tarea.
Esto último nos permite observar los síntomas de un poder que achica, oprime y quiere controlar a los demás, para que no lleguen otros a realizar un servicio que haga crecer. Esto lo vemos en relevos de obispos, sacerdotes, superiores religiosos, responsabilidades en las familias, en las empresas, en el gobierno, en la política … Por eso hay mucho que trabajar en la propuesta de servicio que plantea Jesús. Por eso en este proceso sinodal hemos de tener especial cuidado para involucrar a las personas que pueden correr el riesgo de ser excluidas: mujeres, discapacitados, refugiados, migrantes ancianos, personas que viven en la pobreza, católicos que raramente o nunca practican su fe”.
Ven, Espíritu Santo. Tú que suscitas lenguas nuevas y pones en los labios palabras de vida, líbranos de convertirnos en una Iglesia de museo, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro. Ven en medio de nosotros, para que en la experiencia sinodal no nos dejemos abrumar por el desencanto, no diluyamos la profecía, no terminemos por reducirlo todo a discusiones estériles. Ven, Espíritu Santo de amor, dispón nuestros corazones a la escucha. Ven, Espíritu de santidad, renueva al santo Pueblo fiel de Dios. Ven, Espíritu creador, renueva la faz de la tierra. Amén (Papa Francisco ).
† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ
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