Homilía del Arzobispo, Mons. José Domingo Ulloa – Misa Crismal 2017
Querida Iglesia Arquidiocesana, representada de manera maravillosa en todos los que estamos hoy aquí reunidos.
El Señor Dios nos concede nuevamente su gracia para reunirnos en este Miércoles Santo, en esta histórica Iglesia de San Francisco de Asís y juntos celebrar en esta Misa Crismal, que tiene -por el conjunto de sus ritos- una fuerte impronta eclesial.
Saludo a todos los que han venido a esta Eucaristía, al Señor Nuncio Apostólico, monseñor Andrés Carrascosa Coso, a los Obispos Auxiliares Pablo y Uriah, a nuestros queridos Obispos Eméritos, a los laicos que junto con sus sacerdotes, vienen por los santos óleos; a las hermanas religiosas, que con su entrega, ya sea desde la vida contemplativa en los monasterios, en los colegios o en las casas de acogida son signos del Reino de Dios que crece silenciosamente como la semilla de mostaza.
Saludo a los seminaristas, que son la esperanza tener un clero nativo más numeroso, que Dios les dé la gracia de la perseverancia y se entreguen con generosidad al Señor. A los diáconos que -con su espíritu de servicio- nos van recordando constantemente que la grandeza se adquiere cuando a imitación de Jesús nos ponemos al servicio de los demás. También no solo saludamos sino agrademos y elevamos nuestra acción de gracias por todos los sacerdotes que hoy renuevan sus promesas sacerdotales, muy especialmente al P. Guillermo Rojas que estará celebrando sus Bodas de Oro sacerdotales.
Somos en Jesucristo un pueblo sacerdotal y profético
Junto a la Eucaristía, celebraremos un sacramental de gran valor para el servicio a la fe y a la gracia del Pueblo cristiano. La Iglesia renueva en esta expresiva y simbólica celebración su unción y misión en el Espíritu. En la bendición del óleo de los enfermos y de los catecúmenos, y en la consagración del Santo Crisma, instrumentos de la salvación de Dios en Cristo, utilizados en diversos sacramentos, la Iglesia se muestra como pueblo sacerdotal y profético.
También en esta concelebración eucarística, los presbíteros manifestaremos nuestra ofrenda personal y comunitaria, que traemos en nuestras manos y llena nuestro corazón: las promesas sacerdotales y, sobre todo, su concreción diaria en el ejercicio del ministerio como servidores del Pueblo de Dios. Los que hemos sido llamados y consagrados, para actuar “in persona Christi Cápitis”, vamos a renovar juntos las promesas de ser transparencia de Jesucristo en nuestra vida y actividad ministerial.
Una transparencia que es más genuina, más sólida y, por tanto, más apostólica, si está construida y embellecida por la unidad fraterna.
Leí la reflexión de un Cardenal africano sobre los comienzos de su vocación. Vivía en un pueblo muy humilde, mal comunicado por tierra de una ciudad bien distante. Era un joven piadoso y el sacerdote misionero le habló del sacerdocio. Experimentó la alegría del llamado y se entusiasmó con ir al Seminario. Tenía 11 años y partió hacia el Seminario menor que quedaba en otro país, a 4 días de viaje lo que suponía una durísima aventura. No sabía cómo era, qué iba a estudiar, cuál iba a ser su futuro, cómo sería su vida, sólo que cuando fuera grande iba a ser sacerdote. Recordando todo aquello, muchos años después daba gracias a Dios por aquella luz y aquel entusiasmo.
Todos nosotros hemos vivido lo mismo: la luz de Dios nos movió y pusimos en sus manos nuestras vidas, se la entregamos. ¿Qué vendría después? Sabíamos que debíamos identificarnos con Cristo, rezar y trabajar por Él sirviendo a mucha gente; que no faltaría esfuerzo en la vida, que teníamos que llenar nuestro corazón de Amor a Dios, dejarnos conducir, y poco más.
Van pasando los años y es hermoso que en cada Misa Crismal renovemos nuestros compromisos. No queremos que quede en un simple rito, en algo más bien legal. Aprovechemos para recordar nuestra disposición alegre y entusiasta del comienzo de nuestra vocación, llena de confianza en nuestro Padre Dios. Tal vez para personas incluso cercanas parecíamos soñadores, gente sin los pies en la tierra; tenían algo de razón porque teníamos la cabeza, los afectos y las ilusiones en Dios.
Seguramente tuvimos que enfrentar preguntas: ¿de qué vas a vivir?, ¿estás seguro de que vas a ser feliz?; ¿y si te sientes solo o si te surgen dificultades?, ¿¡y es para toda la vida!?
Pero como nuestra confianza estaba en Dios y seguimos su llamado todo encontró respuesta en nosotros: Si, a pesar de los altibajos de la vida, con la ayuda de Dios permanecíamos fieles, nuestra entrega daría mucho fruto. Que el Señor nos conceda un entusiasmo cada vez mayor por nuestra vocación, afianzado por años de experimentar lo bueno que es Dios, la paciencia que nos tiene, por su Misericordia Infinita.
Pidamos también a Dios que no se meta en ninguno de nosotros el espíritu mundano sobre el que tantas veces previene el Papa Francisco. Se podría colar si permitiéramos que nuestra atención fuera detrás de lo que dejamos con la vocación, o en búsqueda de seguridades o compensaciones que reflejarían poca confianza en que Dios pude hacernos felices.
El Señor que es nuestra luz y nuestra salvación nos cuida de estos peligros. Es humanamente lógico que nos cansemos, porque el trabajo es mucho y no suele faltar algún otro sufrimiento. No olvidemos que después de la institución del Sacerdocio vino la Cruz. Tenemos experiencia que la Cruz nos une a Nuestro Redentor y que nuestra entrega llena de confianza en Dios siempre da mucho fruto.
La presión del espíritu mundano es fuerte y nos invita a acomodarnos a este mundo, a pasarlo lo mejor posible. El Señor nos invitó y nos sigue invitando a los sacerdotes a grandes desafíos. Estamos hechos para la entrega sin condiciones, para el servicio sacrificado a los demás, para vivir en comunicación con Dios todo el tiempo; por eso necesitamos defender nuestros ratos íntimos solo para el Señor, para estar con Nuestra Madre del Cielo.
Dios cuenta con el testimonio de la alegría en el ministerio para meterse en la vida de muchos jóvenes. Ayuda a que se entusiasmen también ellos con nuestra vida de entrega y de servicio y experimenten con entusiasmo que Dios los llama. Se hace realidad lo que dice Isaías: todos los que los vean reconocerán que son la estirpe bendecida por el Señor (Is. 61, 9), ¡qué responsabilidad!
Pastoral de la Familia y Pastoral Vocacional
Al hablar de nuestra pastoral arquidiocesana, me van a permitir que me detenga en dos campos que han de ser prioritarios para la Arquidiócesis, y, más en concreto, para nuestro ministerio sacerdotal. Me refiero a la pastoral de la familia y a los jóvenes.
Como nos recuerda el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, “el deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes, y esto motiva a la Iglesia. Como respuesta a este anhelo el anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia” (AL, 1). Por eso, todos “estamos llamados a cuidar con amor la vida de las familias, porque ellas no son un problema, son principalmente una oportunidad” (n. 7).
La recepción de esta Exhortación pontificia, frutos de la colegialidad expresada en el Sínodo de los obispos, es una oportunidad preciosa de renovación de nuestra pastoral matrimonial y familiar, también la ocasión de formar las conciencias, y no pretender sustituirlas (Cf. AL, 37).
La renovación de la pastoral familiar, ha de suponer también la oportunidad de incidir en la misión con los jóvenes, acompañándolos para que “reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud” (Lineamenta Sínodo 2018). El Señor Jesús tiene que decirles mucho a los jóvenes de esta generación, como lo ha dicho generación tras generación. Nuestra misión es ser instrumentos para que este encuentro sea posible.
En el encuentro con el Señor, el joven descubrirá también cuál es la vida a la que lo llama; y a la luz de la Palabra de Dios, habrá de realizar un discernimiento que esté marcado por la confianza en el Dios que lo llama a su servicio, y por la generosidad de la respuesta.
Queridos sacerdotes, hermanos míos, no podemos quedarnos al margen de esta llamada pastoral. Nuestro testimonio es fundamental para las familias y para los jóvenes. En buena medida, la pastoral de las vocaciones está en nuestras manos. Un sacerdote ilusionado, ilusiona; un sacerdote entregado con alegría es una invitación clara al seguimiento de Cristo, y a la respuesta generosa a su llamada. “Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas” (EG, 107). Invitemos, pues, a los jóvenes a escuchar la voz de Dios que resuena en su corazón.
Con esta confianza, yo también quisiera gritar a los jóvenes de nuestra Arquidiócesis: “No tengan miedo de escuchar al espíritu que les sugiere opciones audaces; no pierdan tiempo cuando la conciencia les pida arriesgar para seguir al Maestro” (Carta del Papa Francisco a los jóvenes, 13 de enero de 2017). Como sacerdotes tenemos la responsabilidad y el compromiso de llevar a más jóvenes a descubrir su proyecto de vida a través del encuentro con Jesucristo.
“El Sínodo de los jóvenes” y la Jornada Mundial de la Juventud
Existe una particular preocupación del Papa Francisco al respecto, y queremos compartir algunas de sus reflexiones entorno al Sínodo de la juventud y la Jornada Mundial de la Juventud.
El Papa Francisco lo dijo claramente en la Vigilia en víspera del Domingo de Ramos, en la basílica Santa María la Mayor: “Esta tarde se da un doble inicio: el inicio del camino hacia el Sínodo, que tiene un nombre largo: «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», pero llamémoslo «el Sínodo de los jóvenes», así se entiende mejor. Y también el segundo inicio, el del camino hacia Panamá.
Y agregó: “Desde Cracovia a Panamá; y, en medio, el Sínodo. Un Sínodo del que ningún joven debe sentirse excluido. «Pero… hacemos un Sínodo para los jóvenes católicos… para los jóvenes que pertenecen a las asociaciones católicas, así es más fuerte…». No. El Sínodo es el Sínodo de y para todos los jóvenes; los jóvenes son los protagonistas. «¿Pero también los jóvenes que se declaran agnósticos? Sí. «¿También los jóvenes que tienen una fe tibia?» Sí. ¿También para los jóvenes que se han alejado de la Iglesia?» Sí. «¿También para los jóvenes ―no sé si habrá alguno, a lo mejor hay alguno―, los jóvenes que se dicen ateos?» Sí. Este es el Sínodo de los jóvenes, y todos nosotros queremos escucharos. Cada joven tiene algo que decir a los otros, tiene algo que decir a los adultos, tiene algo que decir a los sacerdotes, a las religiosas, a los obispos y al Papa. Todos tenemos necesidad de escucharos”.
La experiencia vivida en la entrega de la Cruz Peregrina y el icono de la Virgen de parte de los jóvenes polacos a la delegación panameña, centroamericana, mexicana y caribeña, fue una muestra de la empatía y el compromiso de la juventud creyente. No es coincidencia que estos signos de la JMJ se entreguen al inicio de la Semana Mayor. Nos han demostrado que quieren cargar la cruz de Jesús con la alegría del evangelio y presentarlo a aquella juventud que no ha podido experimentar el amor misericordioso de Dios.
Hay una juventud que demanda un mayor protagonismo en la Iglesia y en la sociedad, para transformar y renovar la manera de proponer una vida en Jesucristo. No seamos obstinados ni sordos. Ha llegado el momento de escuchar a toda la juventud. De manera especial nuestro país estará en la mirada del mundo, porque al año siguiente de concluir este Sínodo de los jóvenes, estaremos celebrando la Jornada Mundial de la Juventud, un evento que como vemos no es un acto más sino la oportunidad de motivar precisamente el proyecto vocacional de la juventud, como parte del proyecto pastoral que estamos desarrollando en la Arquidiócesis de Panamá.
No podemos ser egoístas ni indiferentes con nuestra juventud, especialmente aquella alejada y excluida. Como ha manifestado del Papa Francisco “en el Sínodo, la Iglesia entera quiere escuchar a los jóvenes: qué piensan, qué sienten, qué quieren, qué critican o de qué cosas se arrepienten. La Iglesia tiene necesidad de aún más primavera, y la primavera es la estación de los jóvenes”.
La renovación de la Iglesia y de la sociedad depende en gran medida de la atención pastoral que demos a nuestra juventud. Dios nos ha dado la gracia de ser parte de este importante Sínodo y ser la sede de la Jornada Mundial de la Juventud. Que esta primavera salga precisamente de Panamá será un signo importante de la bendición que hemos tenido desde que la fe llegara a este Istmo de la mano de la Virgen María.
Queridos sacerdotes ustedes son uno de los agentes de pastoral más importantes en este evento de la JMJ, que quiere ser la puesta de pantalones largos del trabajo que en este continente se ha venido realizando con y por la juventud, a través de la Pastoral Juvenil y los procesos que ella le ofrece a nuestros jóvenes. Por eso les pido que unamos voluntades para que podamos compartir la responsabilidad del evento, donde nadie está demás ni nadie está excluido.
Nuestros hermanos migrantes nos desafían
La crisis migratoria mundial, también está afectando a nuestro país. En muchas ocasiones el Papa Francisco ha destacado que la presencia de los emigrantes y de los refugiados interpela seriamente a las diversas sociedades que los acogen. Y no cesan de multiplicarse los debates sobre las condiciones y los límites que se han de poner a la acogida, no sólo en las políticas de los Estados, sino también en algunas comunidades parroquiales que ven amenazada la tranquilidad tradicional. (Mensaje del Papa Francisco para la Jornada mundial del Migrante y el Refugiado 2016)
“Ante estas cuestiones, ¿cómo puede actuar la Iglesia si no inspirándose en el ejemplo y en las palabras de Jesucristo? La respuesta del Evangelio es la misericordia”. (Mensaje del Papa Francisco para la Jornada mundial del Migrante y el Refugiado 2016). Esta siempre será la respuesta de la Iglesia Católica, por ello ante la reciente situación de los 400 migrantes cubanos que han quedado en nuestro país, en comunicado de la Conferencia Episcopal del 11 de abril del 2017, se indicó que debe siempre debe prevalecer el trato digno de los migrantes. Esta es la lógica de amor a que nos desafía la crisis migratoria que se vive en el mundo hoy.
Rezar permanentemente por los sacerdotes
El Cardenal africano al que me refería al principio afirmaba que su vocación partió -como también decía San Juan Pablo II de la suya- de la Ultima Cena; comentaba que cuando Jesús instituyó el sacerdocio había visto a los que vendrían con el tiempo, y que por tanto lo había visto a él. Qué hermoso pensar hermanos que nos vio también a nosotros en la Última Cena, elegidos antes de la constitución del mundo …., y que no estamos solos: Yo estaré con ustedes hasta la consumación de los tiempos.
Recordaba el Cardenal que junto a la Institución del Sacerdocio estuvo la de la Eucaristía. Veía cómo en su vocación la Eucaristía vino junto al llamado: desde niño iba a Misa con mucho gusto y con sus padres todos los días a la 6 de la mañana; después él se dirigía a la escuela y sus padres a trabajar. Cuando empezó el camino hacia el sacerdocio a los11 años le entusiasmaba la idea de que algún día podría celebrar la Santa Misa. A todos los sacerdotes nos pasó algo similar y recordamos con ilusión nuestra primera Misa. Que Dios nos conceda celebrar cada día con más fe, con más devoción, con más amor.
Recen por nosotros para que estemos siempre llenos de entusiasmo, de alegría, de deseos de servir. El hecho de que tantas religiosas y tantos fieles quieran acompañarnos es un testimonio elocuente de lo que valoran el sacerdocio y esto a nosotros nos mueve a entregarnos más. Ayúdennos a ser fieles con hechos, a no tentarnos con lo mundano, con algo que el sentido común y cristiano dice que no va en un sacerdote. Ayúdennos a rezar, respetando nuestros tiempos de intimidad con Dios. Recen por las vocaciones, hacen falta más brazos. Los padres de familia recen y enseñen a sus hijos a ser piadosos por si el Señor los quiere llamar a su servicio.
Queridas hermanas y hermanos, les pido encarecidamente que oren por sus sacerdotes. Dentro de algunos minutos, ellos renovarán delante de mí, sus compromisos sacerdotales. Sé que cuento con un ejército de sacerdotes abnegados, enamorados de su vocación, identificados con su pueblo y dispuestos a dar la vida. Me he sentido orgulloso y contento de trabajar con ellos durante estos ocho años de pastoreo en esta Arquidiócesis. Pero también soy consciente que el demonio “no cansa ni descansa” y quiere desfigurar el rostro de Cristo que está impreso en cada uno de ellos, en sus corazones. De ahí, que tenemos que acompañarlos, ayudarlos, levantarlos cuando caigan y animarlos a continuar adelante, a pesar de las dificultades.
Que María Santísima, Nuestra Señora de la Antigua, nos acompañe, como hizo con su Hijo, en estos días para celebrar solemnemente la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y nos conceda renovar una vez más la ilusión del principio de nuestro sacerdocio; tal vez sea menos expresiva pero sí más madura y más profunda, probada por años de caminar en su presencia e intentar con su Gracia ser cada día más fieles a su voluntad. Así sea.
† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ
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