Feliz pascua, tenemos la certeza del triunfo del bien sobre el mal

Feliz pascua, tenemos la certeza del triunfo del bien sobre el mal

Hoy llegamos a la Pascua de Resurrección, por eso nos saludados afectuosamente diciendo: Feliz Pascua. ¿Qué significa este saludo, qué es  para nosotros la Pascua? Sabemos que es un día de gozo, de una gran alegría y así se manifiesta en la liturgia de la Iglesia, en la Misa Pascual, con el canto del Aleluya, que retumba en los templos católicos en el mundo. ¡Ha Resucitado el Señor Jesucristo!
La fuerza de esta alegría de la Resurrección, no nos deja inmóviles y mucho menos indiferentes, todo lo contrario, impulsa al creyente a movilizarse ante las injusticias, ante la violencia, la exclusión social, ante todo aquello que es contrario a la voluntad del Padre, a quien le duele el sufrimiento humano y nos pregunta como a Caín: “Dónde está Abel, tu hermano? No podemos responder como Caín: No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?”, porque el Señor nos replicará: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo”.
Somos testigos y protagonistas de la muerte y Resurrección de Jesucristo, testigos y protagonistas de esta gran Verdad, en consecuencia tenemos la certeza del triunfo del bien sobre el mal.
Entender esto es comprender que Dios actúa y llega al hombre, a través del mismo hombre. No podemos esperar milagros. El milagro de Dios es la creación de un hombre libre, abierto a sus hermanos y a un encuentro con él. Dios no sustituye al hombre, lo necesita para crear con él una sociedad más fraterna, que sea la casa de todos sus hijos.
Por eso el  Mensaje Pascual, esperanzado y esperanzador, no es solamente para nosotros, sino también para la sociedad en la cual vivimos, es también para el mundo, para el universo entero.Pero, ¿cómo influirá en la trama de la historia humana la fuerza que brota de la Resurrección de Cristo? No se trata de un pase de magia. El influjo posible de la gracia de la salvación requiere que los cristianos vivan intensamente su fe y la hagan cultura; que impregnen las realidades cotidianas con la energía de la Resurrección de Cristo. Hace falta una cultura cristiana para que las cosas cambien.
La esperanza pascual nos invita a ponernos en la situación que corresponde a quienes han resucitado con Cristo. La novedad pascual implica que no podemos volver siempre para atrás, no podemos estar mirando siempre hacia atrás; estamos destinados a algo que viene en el futuro y que nosotros hemos de emprender con la gracia de Dios, ya que nos encaminamos a su Reino.
Pensemos por un momento en la situación que vive  Panamá. Es un país el nuestro que por momentos nos desconcierta; un país lleno de posibilidades y sin embargo lo vemos deshilachado, sin rumbo, sin destino. Pareciera que todo tiene que renovarse y sin embargo todo vuelve hacia atrás, estamos como anclados en el pasado lleno de heridas y dolores, rencores, sinsabores, en la desesperanza que nada puede cambiar.
¿Pero cómo podemos superar esta triste situación? Es necesario reeducar a toda una generación, o quizás a varias generaciones, en los verdaderos valores, en los grandes valores superiores. Es necesario promover la civilidad activa en todos los habitantes de este suelo, para que dejen de ser meros habitantes y pasen a ser auténticos ciudadanos.
Es necesario asumir una civilidad activa, que no rehúya incluso, cuando corresponde, el compromiso político, donde haga visible los auténticos valores morales a través de un compromiso honesto, generoso, servicial, inspirado por un sereno patriotismo, haciendo honor al sentido real de la política que es el servicio a los demás.
Ya lo ha reiterado el Papa Francisco en distintas ocasiones que es un deber, una obligación del cristiano, involucrarse en la política aunque sea “demasiado sucia” porque al estar en ese ámbito se puede trabajar por el bien común, se pueden transformar las estructuras de pecado, de injusticia y de corrupción que están eliminando las oportunidades a las personas para vivir con dignidad.
Se trata de recrear una situación de verdadera justicia. Se habla con mucha frecuencia de una mejor distribución de la riqueza, pero vemos que pasan los años y al mismo ritmo la riqueza pasa de manos. Ahora está en otras manos, pero son siempre pocas y siempre para frustración de los más pobres, de los pobres de siempre y de los nuevos pobres, que son muchos.
Vivimos en una sociedad que busca respuestas a estos dramas. Sabemos que no alcanzan sólo estructuras o metodologías nuevas, la crisis tiene raíces más profundas. La crisis es moral y cultural. El hombre, especialmente el joven, vive una orfandad de referencias, de valores y de ejemplaridad, que compromete el sentido de su vida y la fuerza de sus ideales. No alcanza, por otra parte, sólo con presentar valores, estos necesitan ser vistos, testimoniados y asimilados. Hay una crisis de ejemplaridad, de credibilidad y de confianza que lleva a muchos jóvenes a refugiarse en un presente sin horizontes, sin un proyecto que aliente su futuro. Ellos, desgraciadamente, son presa fácil de una sociedad que en su afán de lucro no tiene límites.
Es importante, para ello, que recuperemos la confianza. Ella necesita apoyarse en el testimonio de la verdad, en la certeza de la justicia y en la credibilidad de la palabra. Cuando estas dimensiones se devalúan se debilita el nivel de nuestras relaciones y decae la vida de la sociedad. Estas cuestiones, en cuanto tienen al hombre como sujeto, poseen una ineludible dimensión moral. Todo esto tiene que ver con la Pascua, que es un principio de Vida Nueva que eleva la vida y las relaciones del hombre. No debemos negar los problemas, pero sí tener frente a ellos una actitud de compromiso y de esperanza, porque el bien, el amor y la paz ya han triunfado en Jesucristo. Este mensaje de Pascua quiere ser un llamado a todos los hombres y a toda la dirigencia, para sentirnos protagonistas en la creación de una sociedad más humana, más justa y solidaria.

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Su Excelencia Reverendísima Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, O.S.A. Nacido en Chitré, Panamá, el 24 de diciembre de 1956.Es el tercero de tres hermanos del matrimonio de Dagoberto Ulloa y Clodomira Mendieta. Fue ordenado sacerdote el 17 de diciembre de 1983 por el entonces Obispo de Chitré, Mons. José María Carrizo Villarreal, en la Catedral San Juan Bautista de Chitré.