Homilía – Mons. José Domingo Ulloa Mendieta OSA. 24 de agosto 2025

Homilía - Mons. José Domingo Ulloa Mendieta OSA. 24 de agosto 2025

Domingo XX del Tiempo Ordinario – Ciclo C
Mons. José Domingo Ulloa Mendieta OSA
Capilla de la Universidad Católica Santa María de La Antigua
Domingo 24 de agosto 2025

La esperanza es la fuerza cristiana
que impulsa a transformar la realidad

El Evangelio de este domingo (Lc 13,22-30) nos presenta a Jesús en camino hacia Jerusalén. En medio de ese recorrido, alguien le hace una pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?»

Es la pregunta de siempre. Una inquietud que atraviesa los siglos y que, de una forma u otra, todos nos hemos hecho: ¿Qué debo hacer para salvarme? ¿Qué debo hacer para vivir en plenitud? ¿Cómo alcanzar la vida verdadera?

Detrás de esas interrogantes se esconden el deseo humano de seguridad, de tener certezas sobre el futuro, de saber si vamos bien encaminados.

Jesús, sin embargo, no responde con números ni estadísticas. No dice “sí” o “no”. Más bien, cambia la perspectiva y coloca el acento en lo esencial: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha».

El Señor nos enseña que la salvación no es cuestión de especulación, sino de compromiso; no se trata de mirar curiosamente hacia fuera, sino de asumir personalmente el desafío de vivir el Evangelio en serio.

1. La puerta estrecha: un llamado al compromiso
¿Qué significa esa puerta estrecha? No se trata de un filtro arbitrario de Dios ni de una exigencia caprichosa. La puerta es estrecha porque el camino del Evangelio no es el más fácil, no es el más cómodo, no es el de las apariencias.

La puerta estrecha es la fidelidad a Cristo vivida en lo concreto. Es la coherencia de vida que no se deja arrastrar por las modas o por el relativismo. Es la decisión de amar incluso cuando duele, de perdonar cuando cuesta, de servir sin esperar recompensa.

Jesús nos advierte que no basta con decir: «hemos comido y bebido contigo, hemos escuchado tus enseñanzas». Es decir, no basta con asistir a ritos externos o proclamarse creyentes de palabra. Lo que salva no es la cercanía superficial, sino el compromiso real de hacer la voluntad del Padre (cf. Mt 7,21).

La puerta se estrecha cuando intentamos pasar cargados de egoísmo, de vanidad, de corrupción, de indiferencia. No caben las apariencias ni la doble vida. Esa puerta exige autenticidad, conversión y transparencia.

Entrar por ella significa: Rechazar los atajos fáciles del egoísmo; no dejarnos tentar por la corrupción que destruye a los pueblos; no caer en la indiferencia ante el dolor ajeno; a no contentarnos con una religiosidad de fachada.

Es, en definitiva, vivir con fe que se traduce en obras, con esperanza que se convierte en acción y con caridad que se hace servicio.

2. Nuestra realidad: decepción y esperanza
Cuando escuchamos esta invitación de Jesús, no podemos dejar de pensar en nuestra propia realidad como nación.

Vivimos tiempos donde la decepción es comprensible. Muchos han perdido la confianza en la política, porque la mala política –esa que se mueve por intereses personales y no por el bien común– ha dejado heridas profundas en nuestra sociedad. Hemos sido testigos de cómo la corrupción, la falta de visión y los intereses egoístas han afectado el futuro de generaciones enteras.

Sí, es cierto: nos han robado muchas cosas. Nos han robado la transparencia de los procesos, la confianza en las instituciones, la seguridad de un porvenir digno.

Y, sin embargo, hay algo que no han podido robarnos: la fuerza espiritual y moral de nuestro pueblo. El corazón panameño sigue palpitando con valores que resisten cualquier crisis:
• La solidaridad, que aflora en cada catástrofe o en cada necesidad común.
• La honradez, que todavía resplandece en tantos hombres y mujeres anónimos.
• La fe, que sostiene a nuestras familias en medio de la prueba.
• El amor a la tierra, que hace que soñemos con un país mejor.

Por eso, aunque haya decepción, no hay derrota. Aunque haya desencanto, permanece viva la esperanza.

3. La esperanza como fuerza cristiana
La esperanza es uno de los grandes dones que sostienen al pueblo cristiano. San Pablo nos lo recuerda con claridad: «En esperanza fuimos salvados» (Rom 8,24).

Pero debemos entenderlo bien: la esperanza cristiana no es ingenuidad ni pasividad. No consiste en esperar, con los brazos cruzados, a que las cosas cambien solas. La esperanza cristiana es activa, militante, transformadora, es el motor que nos mueve a sobrepasar el pesimismo de que “esto nadie lo cambia”, para comprometerse en buscar las raíces de los males personas y sociales, y luchas para transformarlos en bienestar para los otros.

Por eso esa esperanza nos impulsa a no conformarnos con lo que está mal; a denunciar la injusticia cuando la dignidad humana es atropellada; a educar en valores a nuestros hijos y nietos; a trabajar con honradez, incluso cuando otros opten, por lo contrario; y a participar responsablemente en la vida social y política.

La esperanza cristiana se traduce en acción concreta. Es el motor que nos hace soñar con un país donde no haya ciudadanos de primera y de segunda, donde cada niño tenga acceso a una educación de calidad, donde cada joven encuentre oportunidades, donde cada trabajador pueda vivir con dignidad y donde cada anciano sea respetado y acompañado.

Nuestra esperanza se fundamenta en un Dios que no abandona la obra de sus manos. Él camina con nosotros en medio de la historia, sostiene a quienes trabajan por la verdad, inspira a quienes buscan el bien común, levanta a los que están cansados. Y aunque los frutos no se vean de inmediato, todo esfuerzo honesto da fruto en el tiempo de Dios.

4. Nuestra tarea: entrar por la puerta estrecha de la esperanza
El Evangelio de hoy y nuestra realidad nos dicen lo mismo; que la vida plena pasa por la puerta estrecha.

Esa puerta es la fidelidad al amor de Dios, vivido en gestos concretos. Es no claudicar en la lucha por la justicia, es no perder la fe en nuestro pueblo, es no dejarse robar la alegría ni la esperanza.

Hermanos y hermanas: nos podrán robar muchas cosas, pero jamás la esperanza en un Panamá nuevo. Ese Panamá nacerá de la fuerza de nuestro pueblo, de la unión de nuestras comunidades y de la fe que sostiene nuestras luchas.

La puerta estrecha, vivida en la historia de Panamá, se traduce en miles de hombres y mujeres que, en silencio, con sacrificio y generosidad, siembran bien todos los días. Ellos son los verdaderos constructores de la patria.
Actualmente, la realidad de nuestro país nos desafía a no caer en la decepción, sino a mantener viva la esperanza, incluso cuando todo parezca oscuro o difícil de sobrellevar.
Sabemos que hay quienes desean que las cosas sigan igual, con injusticias e inequidades, y harán lo posible por desencantarnos: nos acusarán falsamente, harán interpretaciones erróneas de nuestras intenciones, aun cuando estas se fundamenten en el Evangelio. Pero, sostenidos y agarrados de Jesucristo, nuestra Verdad, vamos a perseverar.
En medio de esas dificultades, recordamos las palabras proféticas de San Óscar Romero: “La Iglesia no puede quedarse callada; la Iglesia tiene que ser siempre la voz profética de Cristo que denuncia el pecado y anuncia la esperanza”. Esa voz, aunque a veces incomode, es la que nos impulsa a seguir trabajando con valentía por la justicia y la dignidad de todos. Porque la esperanza cristiana no es pasiva, sino fuerza activa que transforma, que nos anima a ser fermento de cambio en nuestra sociedad.

5. Identidad y corresponsabilidad como Iglesia
Este domingo, además, volvemos a manifestar nuestra identidad y solidaridad con lo que somos como Iglesia.

La fe no se queda en palabras bonitas ni en devociones superficiales. La fe se hace vida en obras concretas de amor y misericordia.

Ahora más que nunca, nuestra corresponsabilidad está comprometida en sostener las más de 48 obras de misericordia que, en nombre de Cristo y de su Iglesia, se llevan adelante en nuestra Arquidiócesis: comedores para los más pobres, hogares de ancianos, proyectos educativos, casas de acogida, iniciativas de acompañamiento pastoral y social.
Nuestra corresponsabilidad eclesial se expresa en las obras de misericordia y en nuestra generosidad con la Campaña Arquidiocesana, signo concreto de unidad como Iglesia y de compromiso con los más necesitados.
Tenemos la oportunidad de seguir expresando nuestra generosidad con la Campaña Arquidiocesana, a través de la alcancía que está en tu hogar, en tu comercio u oficina; y que a partir de este día empezamos a recoger. No se trata de correr y meter un par de monedas que encontramos al momento en que lleguen a buscarla, porque no se trata de una simple colecta. Es un signo visible de fe, solidaridad y compromiso cristiano.

Con ella decimos: ¡Cristiano, la Iglesia eres tú. Tú! Con tu oración y con tu servicio. Tú, con tu testimonio en la vida diaria. Tú, con tu aporte generoso para que la Iglesia siga siendo signo del amor de Cristo en medio de nuestro pueblo.

Esta es una invitación de Jesús a entrar por la puerta estrecha, que se hace concreta en gestos de solidaridad y corresponsabilidad. No basta rezar; hay que sostener las obras. No basta admirar el Evangelio; hay que vivirlo y compartirlo.

6. Bajo el amparo de María
Pedimos a nuestra Madre y Patrona, Santa María la Antigua, que nos ayude a entrar cada día por la puerta estrecha del Evangelio. Que nos enseñe a no ceder al desencanto, a transformar la decepción en compromiso, y a vivir con esperanza activa y solidaria.

Que, bajo su amparo, aprendamos a ser discípulos auténticos de su Hijo, a edificar con fe y con obras un Panamá más justo y fraterno, y a sostener con corresponsabilidad las obras de misericordia que hacen de nuestra Iglesia un verdadero signo del Reino de Dios. Que nunca nos roben la esperanza, que no se apague la fe en nuestros corazones y que la solidaridad permanezca siempre viva entre nosotros. Unidos como Iglesia, sigamos caminando juntos, entrando por la puerta estrecha de la esperanza y construyendo el Panamá que Dios sueña para sus hijos. Amén.

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ
PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL PANAMEÑA

 


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