Homilía Tercer Domingo de Pascua Mons. José Domingo Ulloa Mendieta osa

Homilía Tercer Domingo de Pascua Mons. José Domingo Ulloa Mendieta osa

Homilía Tercer Domingo de Pascua
Mons. José Domingo Ulloa Mendieta osa
4 de mayo 2025, Catedral Basílica Santa María de la antigua

Queridos hermanos y hermanas:

Seguimos celebrando con alegría este tiempo de Pascua, en el que la luz de Cristo resucitado disipa toda tiniebla y nos llena de esperanza. Hoy el Evangelio nos presenta una escena entrañable y profundamente humana: El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago de Tiberíades.

Pero entre todos, hay uno que ocupa el centro del relato, Pedro. Pedro que no solo tiene un papel de liderazgo, sino que también recibe una misión específica, ser la roca sobre la cual se edifica la Iglesia. La misión de Pedro es de servicio, de liderazgo, de anunciar el Evangelio, y de guiar a los creyentes con humildad y amor. Porque la Iglesia, fundada sobre Pedro y sus sucesores, continúa siendo llamada a ser signo de esperanza, de justicia y de amor en el mundo.

Y es lo que estamos comprendiendo cada vez más en este tiempo. Ante la muerte y el funeral del Papa Francisco que han acaparado la atención del mundo entero durante esta semana que termina; y donde habrá que esperar hasta el 7 de mayo cuando empieza el cónclave de los cardenales para elegir al nuevo Papa.

Por primera vez en la historia, el Papa Francisco y su legado han sido reclamados no solo por los creyentes sino también por muchos no creyentes.

Por eso, estamos rezando en estos días al Espíritu Santo por el sucesor de Pedro. Él tiene el don de hacer la armonía en la Iglesia, de cuidar la unidad de la Iglesia. La misión de Pedro es importantísima, es respetar la diversidad de los miembros del pueblo de Dios y al mismo tiempo asegurar su unidad y trabajar por su unidad, trabajar con la armonía del Espíritu”.

Para eso, “pidámosle al Espíritu que asista y esté presente estos días en la mente y en el corazón de los cardenales, que nos regalarán un nuevo Papa que tanto necesitamos. Hemos sentido a Francisco como la pérdida de un padre de la humanidad. Nos hemos sentido huérfanos. En poco tiempo será elegido el nuevo sucesor de San Pedro. Acompañemos con nuestra oración este hecho trascendente para la vida de la Iglesia y para la vida del mundo”. Nosotros creemos que cada Papa tiene su talante particular y lo importante es que sea fiel a Jesús y su evangelio.

Desde esa perspectiva el evangelio de hoy nos presenta a Jesús que quiso confiar su Iglesia a una persona que mereciera su confianza, una persona de la que estuviera seguro que iba a tratar bien a sus ovejas y sus corderos.

Para ponerla prueba no le pregunta si ama a esa Iglesia que le va a confiar. Jesús sabe que sólo amará a ese rebaño si ama al Señor del rebaño.

Por eso, le hace por tres veces la pregunta más que directa: ¿me amas? Si no se ama al Señor es difícil amar a su Iglesia.

Muchos dirán que aman al Señor, pero no a la Iglesia que tenemos. Jesús, sin embargo, ama a su Iglesia y se entregó por ella para purificarla y poderla presentar ante sí sin arruga ni mancha.

“Pedro, ¿me amas?” Es una pregunta que no se queda en Pedro. Es una pregunta que el Señor nos dirige hoy a cada uno de nosotros: “¿Me amas?”

Y no es una pregunta teórica. Jesús no le pregunta a Pedro: “¿Crees en mí?”, “¿me admiras?”, “¿me sigues?” Le pregunta algo mucho más radical: “¿Me amas?” Porque el cristianismo, en su esencia más profunda, no es simplemente una doctrina ni una moral. Es una historia de amor. Y Jesús no quiere seguidores tibios, sino amigos apasionados, discípulos que amen de verdad.

Pedro, con humildad, le responde: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero”. Ya no promete grandes cosas, ya no presume. Ahora habla desde la herida, desde la verdad de su corazón. Y es precisamente a partir de esa sinceridad, de esa humildad, que Jesús lo restituye: “Apacienta mis ovejas”.

Esto nos enseña algo muy hermoso: Dios no busca perfectos, sino sinceros. Dios no edifica su Iglesia sobre nuestras fuerzas, sino sobre nuestra disponibilidad a amar y servir, incluso desde nuestras debilidades.

Hoy Jesús sigue confiando su rebaño a quienes lo aman. En la familia, en la parroquia, en la comunidad, en el trabajo, cada uno de nosotros tiene una porción de rebaño que cuidar: hijos, enfermos, pobres, hermanos que necesitan guía, consuelo, verdad. Pero sólo quien ama puede cuidar.

Sólo quien ama de verdad, como Cristo nos ama, puede convertirse en pastor, en puente, en testigo. Y cada uno de nosotros somos pastores de un rebaño.

Por eso, en este tiempo pascual, Jesús nos llama nuevamente a vivir desde el amor. No basta con saber muchas cosas de Dios. No basta con cumplir externamente. Jesús nos pregunta, como a Pedro:
“¿Me amas más que estos?”
¿Me amas más que tus seguridades?
¿Más que tu éxito?
¿Más que tus miedos?
¿Más que tus planes?

Y cuando respondemos que sí, aunque sea con temor, el Señor nos dice: “Apacienta…”, es decir, confío en ti. A pesar de tus errores, cuento contigo. Te envío. Te necesito.

Queridos hermanos: Que esta Eucaristía nos renueve en el amor. Que, como Pedro, respondamos con verdad, y pongamos nuestra vida al servicio del Evangelio.

Y que cuando el Señor nos vuelva a preguntar: “¿Me amas?”, podamos decirle con todo el corazón: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.”


MENSAJE AL PAÍS EN MISA DOMINICAL

Queridos hermanos y hermanas:
Al llegar al final de esta celebración, sentimos la necesidad de unirnos como comunidad creyente en una oración especial por nuestra querida patria, Panamá. Vivimos días marcados por tensiones, incertidumbre y dolor, que nos interpelan como Iglesia y como pueblo.

Busquemos promover una mejor comunicación y entendimiento entre todos, invocando con humildad al Dios de la paz, para que nos ayude a superar este tiempo difícil.

Sabemos que los caminos humanos, sin la guía del Espíritu, pueden perderse fácilmente entre el orgullo, la indiferencia o el miedo.

Por eso, pedimos al Señor para que nos conceda la gracia de la concordia, el don de la sabiduría para nuestros gobernantes, la serenidad para nuestros ciudadanos y la voluntad de conversar con franqueza y amplitud para encontrar soluciones viables.

Panamá necesita hoy más que nunca puentes de encuentro, no muros de división.
Necesita manos tendidas, no puños cerrados. Hablarnos con la verdad de los hechos sin interpretaciones erróneas.

Panamá necesita personas que trabajen por el bien común más allá de ideologías o intereses particulares.

Panamá necesita el compromiso sincero de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que, movidos por su fe o por su amor al país, deseen construir una nación más próspera y con equidad, en especial para aquellas personas con mayores necesidades; una Nación más justa, solidaria y fraterna.

Pidamos juntos al Señor que abra nuestras mentes y nuestros corazones, para ser sembradores de paz, artesanos de esperanza y testigos del Evangelio en medio de los desafíos de este tiempo.

Que no olvidemos nunca que la unidad y la reconciliación comienzan con un gesto sencillo, una palabra justa y una oración confiada.

Que Santa María la Antigua, Madre de todos los panameños, interceda por nuestra tierra y nos acompañe en este camino de sanación y fraternidad. Amén

Panamá, 4 de mayo de 2025

 

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ
PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL PANAMEÑA

 

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