Homilía Domingo de Ramos Mons. José Domingo Ulloa Mendieta OSA

Catedral Basílica Santa María de la Antigua, domingo 13 de abril 2025
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo comenzamos la Semana Santa con una escena llena de contrastes: por un lado, el júbilo del pueblo que aclama a Jesús como rey, agitando ramos y extendiendo sus mantos en el camino; por otro, la sombra de la cruz que ya se asoma en el horizonte. El mismo pueblo que hoy grita “¡Hosanna!” gritará pocos días después: “¡Crucifícalo!”
Este domingo nos recuerda que la gloria de Jesús no está en el poder mundano, sino en la humildad, en el servicio, en el amor entregado hasta el extremo. Montado en un burro, no en un caballo de guerra, Jesús entra en Jerusalén como el Rey de la paz. No viene a imponer, sino a ofrecerse.
Tomemos nuestros ramos no solo como un símbolo festivo, sino como un compromiso de seguir a Cristo con autenticidad, con valentía y con fe. Que no seamos del grupo que aplaude de lejos, sino de los que caminan con Él hasta la cruz… y más allá, hasta la luz de la resurrección.
Al “celebrar” el domingo de Ramos acerquémonos a Jesús, como uno más de los que lo aclaman, ¿qué nos dice y qué deja en nuestro corazón?
Al acompañar a Jesús, queremos hacer un memorial de aquella primera entrada triunfal en Jerusalén. ¿Triunfal? Por más sencilla que parezca la podremos llamar triunfal, pero es una entrada lejos del triunfalismo, lejos del poder que aplasta. Va el pobre Jesús montado en un burrito que no impresiona a nadie; porque no pretende impresionar, sino manifestarse como un Mesías sencillo y humilde; no quiere oprimir, sino dar la vida; no busca esclavizar, sino liberar.
¡Qué diferente de otros líderes que entran en nuestros pueblos! “rodeado de tanta gente y alarde de fuerza y prepotencia. ¿Se sienten inseguros? “¿Por qué tanto miedo?
Jesús no entra a Jerusalén como un conquistador, pero sí tiene una propuesta que hacer a todos los que allí se congregan. No se sostiene en los carros del Faraón sino ofrece un reino distinto desde la sencillez de un pollino y los gritos entusiastas de la multitud y con las palabras de una enseñanza diferente. Jesús no era mudo en aquel entonces, ni puede serlo en nuestros días. No quiere callar ante la injusticia ni ante los ataques contra la vida.
Muchos han querido callar a Cristo en nuestros tiempos y han intentado sacarlo de muchos lugares, pero jamás lograrán sacarlo del corazón de los que creemos, de los que somos sus discípulos.
¡Cuántos nos hacemos sordos y no queremos escuchar las palabras de Jesús! Nos irrita su insistencia en recalcar en la dignidad y el valor que tiene de cada persona como hija e hijo de Dios. Hoy Cristo proclama su palabra, con verdad y valentía. Cuando los fariseos le reprenden para que haga callar a sus discípulos, su respuesta es contundente: “Les aseguro que, si ellos se callan, gritaran las piedras”.
Al mirar a Jesús, renovemos nuestro esfuerzo por aprender a pensar, sentir, amar y vivir como Jesús. Esto es lo que debería estar en el corazón de todo creyente en esta Semana Santa. Semana Santa es la manifestación de la misericordia de Jesús. Su donación, su cruz, muerte y resurrección, serán el grito que clama por la vida en una cultura de muerte.
Hoy acompañemos a Jesús con gritos de alegría y hosannas, pero durante toda la semana acompañémoslo en su pasión, muerte y resurrección. Somos sus discípulos ¡Vivamos esta semana con Jesús!
El Domingo de Ramos es la puerta de entrada a la Semana Santa, un tiempo sagrado que nos invita a caminar junto a Jesús en su Pasión, muerte y resurrección. No es una historia que recordamos desde la distancia: es un misterio que vivimos hoy, con nuestras propias cruces, dudas, traiciones y esperanzas.
Un pueblo que camina con esperanza, no con imposiciones
Para los cristianos, la entrada de Jesús a Jerusalén no es un gesto superficial; es un acto profundamente profético que desafía los poderes establecidos. Indudablemente que esta escena nos interpela. Nos recuerda que el verdadero liderazgo no domina, sino sirve; que el verdadero Mesías no oprime, sino libera.
Por eso, hoy alzamos los ramos como el pueblo de Jerusalén lo hizo con Jesús, reconociendo en Él al Mesías que viene en paz, montado en un humilde burro, no con poder impositivo, sino con la fuerza transformadora del amor.
Pero también, como aquel pueblo, llevamos en el corazón una esperanza muchas veces traicionada. Una esperanza en Jesús que es el amigo fiel, que entregó su vida por nosotros, sin esperar nada a cambio, sino que vino a ofrecernos en libertad la felicidad que no se acaba: la vida Eterna.
Como panameños, atravesamos días de desconcierto, donde la democracia se resiente. El principal enemigo de Panamá no viene del exterior. No es una potencia extranjera. El verdadero enemigo somos cada uno de nosotros, en la sociedad, en la familia, en los negocios, en la religión. Porque el verdadero enemigo se esconde dentro: es la corrupción y la impunidad.
Corrupción que roba recursos que deberían ir a hospitales, escuelas y viviendas. Corrupción que convierte la política en negocio, y el poder en una puerta giratoria. Impunidad que permite que quienes traicionan al país, salgan caminando como si nada. Que hace sentir a la gente que “no vale la pena luchar”, porque “al final, todos hacen lo mismo”.
Pero el pueblo panameño no es corrupto por naturaleza. Es valiente, trabajador, solidario. Y por eso duele tanto ver cómo algunos se enriquecen mientras muchos apenas sobreviven. Panamá merece más. Merece justicia que no tenga precio. Instituciones que sirvan, no que se vendan. Un país donde nadie esté por encima de la ley. Por eso, la lucha contra la corrupción no es solo política. Es también moral, espiritual, ciudadana. Empieza en lo pequeño, en lo cotidiano, pero exige también un grito firme, una vigilancia activa y una conciencia despierta.
En esta liturgia, el clamor de justicia, de dignidad y de respeto a la voluntad popular, se eleva junto al canto de “¡Hosanna!”. Porque no queremos seguir siendo espectadores pasivos de quienes manipulan el destino de la nación desde la comodidad o el privilegio. Queremos, como aquel pueblo que salió a recibir a Jesús, ser protagonistas de un nuevo tiempo, donde la esperanza no sea sofocada por la corrupción ni la desigualdad, sino fecundada por la participación, el bien común y la verdad.
Pidamos al Señor que nos conceda un corazón fiel, que no se deje llevar por la emoción del momento, sino que permanezca con Él también en el dolor y la prueba.
Que esta Semana Santa no sea solo una tradición, sino una experiencia profunda de encuentro con el amor de Dios, que se entrega por nosotros.
† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ
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