Santa María la Antigua 9 septiembre 2024 Homilía del Nuncio Mons. Dagoberto Campos Salas

Santa María la Antigua 9 septiembre 2024  Homilía del Nuncio Mons. Dagoberto Campos Salas

En este día tan especial, la Iglesia y el pueblo católico panameño, se alegran y dan gracias a Dios por el patronazgo de nuestra Madre Celestial, en su advocación de Santa María la Antigua. Este pueblo que tanto la ama reconoce que ella, desde los inicios de la evangelización, ha ocupado un lugar central en la espiritualidad y en el actuar, de quienes creemos que Jesucristo es la única luz, que puede iluminar las tinieblas de la historia, y de nuestra historia misma.

El fruto bendito del vientre de María es la verdad que tanto anhela el ser humano, es el camino seguro que conduce a la plenitud y la fuente de la vida verdadera, que solo brota de la abundancia del amor misericordioso de Dios. En el hijo de María, las insidias del enemigo son final y definitivamente derrotadas y la serpiente queda aplastada bajo el peso de la fidelidad y humildad del que se entrega por nosotros.

En esta acción de gracias, la liturgia nos propone varios textos muy hermosos y profundos, pero resalta de un modo especial el cántico de María, que hemos escuchado. Este himno maravilloso, además de ser una de las páginas más bellas de la Sagrada Escritura, también expresa de manera admirable, el misterio de un Dios que hace maravillas en todos aquellos que, como María, se abren completamente a la acción de su Espíritu. El Magníficat tiene tres partes que se distinguen claramente, porque cada una de ellas celebra la acción de Dios que transforma a María, al mundo y a su pueblo elegido.

En los primeros cuatro versículos, María alaba al Señor porque ha hecho obras grandes en ella, ha puesto su mirada en una sirva humilde, en una mujer sencilla y pobre que no desea otra cosa, más que cumplir la voluntad de Dios. María se percibe a sí misma con total realismo, pertenece a un pueblo insignificante y ella misma es una muchacha más, entre muchas que tratan de sobrevivir en un mundo que les resulta hostil. Pero en medio de esta dura realidad, Dios interviene y realiza maravillas en ella, y el espíritu de esta joven humilde se llena de alegría, y esa alegría es tan grande que será llamada “dichosa” de generación en generación.

Estas palabras cargadas de esperanza, nos hacen dirigir la mirada a tantas hermanas nuestras que, como María, son pobres, sencillas y humildes. Mujeres que sufren a causa de la violencia doméstica, a causa de la falta de oportunidades, a causa de la pobreza o la exclusión, a causa de una cultura que las confina a un rol secundario y anula su potencial creador. Muchas de ellas, forzadas por estas condiciones de vida, tienen que abandonarlo todo y salir en busca de nuevos horizontes, así como la Madre del Salvador tuvo que hacerlo. La buena noticia es que Dios también hace obras maravillosas en ellas, les abre los ojos para que puedan tomar consciencia de su altísima dignidad y les devuelve la alegría y la esperanza. Ojalá algún día podamos llamar “dichosas” a todas estas mujeres sufrientes. Un pueblo que tiene a María de Nazareth como su patrona, no puede hacer otra cosa que ayudar a las Marías de hoy, a experimentar la fuerza del Dios que se ha fijado en su pequeñez y portentosamente las levanta.

Luego vienen tres versículos en los que María canta la llegada de un mundo nuevo, completamente transformado por la cercanía y la justicia de Dios. Muchas veces aceptamos sin cuestionarlo, el orden establecido, y nos parece que es imposible renovarlo. Pero este maravilloso cántico nos recuerda que los soberbios, los potentados, los que se sientan en sus tronos, los que detentan el poder y lo ejercen injustamente, perderán sus lugares de privilegio, abriendo así espacio a los que Cristo, ha puesto en primer lugar, priorizando su salvación. De este modo, María se hace eco de las voces proféticas que animaron el caminar del pueblo de Israel a lo largo de su historia y, al mismo tiempo anuncia, la predicación de su Hijo, quien, con sus palabras y con sus acciones, va a recordarnos que “hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros” y que se acerca un mundo nuevo donde los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, serán bienaventurados.

También nosotros, como nuestra Madre Celestial, soñamos y trabajamos por un mundo más justo y más equitativo. La criatura que María ha acogido en sus entrañas, va a predicar un Reino nuevo, donde los poderosos no se aprovechen de los pequeños, y donde los sencillos son escuchados, atendidos, tomados en cuenta, priorizados. Solo cuando los olvidados de este mundo sean puestos en el lugar de privilegio y nosotros consagremos a Cristo nuestras vidas, entonces, solo así, podremos llamarnos coherentemente “marianos” y “cristianos”.

Y finalmente, los últimos dos versículos celebran otra obra maravillosa de Dios. No solo transforma a María y al mundo, sino también a SU pueblo. Dios acoge y se muestra misericordioso con Israel su siervo, con la descendencia de Abraham. El Hijo que María lleva en su vientre, es el cumplimiento de lo anunciado al pueblo elegido. Por fin llegan los tiempos mesiánicos y el pueblo de Dios debe ponerse totalmente al servicio del Hijo del Hombre, a Cristo, que viene a proclamar el triunfo de nuestro Dios.

También nosotros, el nuevo Pueblo escogido, estamos llamados a dejarnos transformar por el Verbo Encarnado. También la Iglesia, esa Iglesia sinodal, es destinataria de la obra salvadora que se está gestando en el vientre de María. El Magníficat nos recuerda que la gran familia de los bautizados, también es destinataria de las obras maravillosas que Dios realiza, y debe vivir confiada en la promesa del Señor, que dijo que estaría con ella hasta el final de los tiempos.

El cántico de María, con el cual celebramos a la patrona de Panamá, es una celebración gozosa de todas las cosas buenas que el Dios Trinitario realiza, cuando hay personas dispuestas a decirle “hágase en mi según tu palabra”. Pero es también un compromiso, un programa de acción, una cierta manera de estar en el mundo, que debemos asumir quienes amamos y servimos al Hijo de María: a Cristo.
Panamá necesita cristianos y cristianas que se levanten, que suban hasta donde están los pequeños, que les lleven la alegría de la salvación y canten con ellos y ellas la obra maravillosa de Dios.

Pero para ello, también necesitamos mujeres y hombres de oración, sin la oración, nuestros buenos propósitos se debilitan, María no perdió nunca esa comunicación convertida en oración, por eso en este año 2024, establecido por el Santo Padre Francisco como Año de la Oración, en preparación al Jubileo 2025, nos unimos todos con nuestra Madre Santa María la Antigua, para orar por esta noble Nación panameña, para que no deje de acoger a esos rostros sufrientes; para que caminando sinodalmente podamos recuperar el deseo de descubrir en ellas y ellos la presencia del Señor. Oración, sí, oración para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, la cual nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla.

Como ustedes saben bien, en este mes de septiembre, el Santo Padre nos ha pedido que “oremos para que cada uno de nosotros escuche en su corazón el clamor de la tierra y el clamor de las víctimas de las catástrofes ambientales”. Como siempre lo hace, el Papa nos pide que acompañemos nuestras oraciones con un compromiso por buscar las respuestas, no solo ecológicas, sino económicas, sociales y políticas a los grandes desafíos que implica proteger nuestra casa común. Y me parece muy oportuno hacerlo precisamente en este día. Con Santa María la Antigua, nuestra Madre Celestial, cantemos las maravillas que Dios ha hecho al crear este mundo inmenso y maravilloso, y oremos con ella, por la Madre Tierra que tanto necesita de hombres y mujeres conscientes de que debemos cuidarla mejor.

¡Qué la fiesta mariana que hoy celebramos, haga resonar en nuestros corazones el cántico profético de María! ¡qué la patrona de Panamá, con su ejemplo y con su protección, nos acompañe siempre! ¡qué nunca dejemos de soñar y trabajar por un Panamá nuevo lleno del amor de Cristo. Amén.

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La Arquidiócesis de Panamá creada el 9 de septiembre de 1513 es la Iglesia más antigua en tierra firme y madre de las Iglesias particulares existentes hasta ahora en la república de Panamá.