“Nuestras raíces panameñas están ligadas profundamente a nuestra fe cristiana” Mons. Ulloa

"Nuestras raíces panameñas están ligadas profundamente a nuestra fe cristiana" Mons. Ulloa

Hoy nuestro país está de fiesta, celebramos la creación de la primera Diócesis en Tierra Firme, en este continente americano. Y esta primera diócesis ahora se llama Arquidiócesis de Panamá. Ella desde sus inicios hasta ahora siempre ha estado bajo el amparo de Santa María la Antigua, la patrona de nuestro país.
Nuestras raíces panameñas, aunque algunos quieran ignorarlo, están ligadas profundamente a nuestra fe cristiana, una fe que se mantiene viva en el ser panameño.

Han pasado 504 años, desde que el Papa León X el 9 de septiembre de 1513 mediante bula crea la primera diócesis de Tierra Firme, en la ciudad de Santa María la Antigua, que se convirtió en su sede.
Es verdad que, como en cualquier historia humana, no todo han sido luces en estos años. También ha habido sombras, que van siendo aclaradas a medida que el tiempo nos permite una revisión del camino recorrido, en clave de conversión y de creciente clarividencia pastoral, a la luz de la gran Tradición de la Iglesia y, en particular, con la ayuda del magisterio de los Santos Padres.

El Santo Padre Francisco, al elegirnos la próxima sede de la Jornada Mundial de la Juventud, nos llenó de felicidad, pero aún más cuando anunció que los lemas de preparación para la JMJ 2019, giran en torno a la Virgen María.

Será Nuestra Madre, quien nos llevará de la mano en la preparación de este único evento juvenil. Que mejor respuesta que el amor maternal de la Virgen, para llevar a nuestra juventud al encuentro con Jesucristo, como respuesta a la situación, sufrimientos y desesperanza que viven muchos jóvenes. María fue una madre joven, que asumió con valentía la difícil su compromiso de ser Madre de Nuestro Salvador, su testimonio para todos los jóvenes del mundo será el aliciente para animar y vivir el compromiso de ser como Ella, en el corazón de tantos que están llamados a ser discípulos y misioneros de la alegría del Evangelio.
¿Cuántos de nosotros, al saber de la realización de la Jornada Mundial de la Juventud, han dicho que esto nos es posible; dónde se meterá tanta gente? No somos ingenuos, sabemos que un evento de esta índole requiere un trabajo bien organizado y planificado. Y les pregunto ¿creen ustedes que los panameños no somos capaces de hacer proyectos contra toda lógica humana? Hagamos memoria histórica y encontraremos las respuestas.

El Papa cree en Panamá

Quien SI, cree firmemente en nuestra capacidad como Iglesia y como país, es el Papa Francisco. Ve a nuestro pequeño Istmo como el “David” que puede derrumbar los muros de la inmovilidad, de la lógica de lo individual de los modernos GOLIAT.

En su reunión con los miembros del Consejo Episcopal Latinoamericano donde estuve presente: dijo públicamente: “He escogido precisamente Panamá, el istmo de este continente, para la Jornada Mundial de la Juventud 2019 que será celebrada siguiendo el ejemplo de la Virgen que proclama: «He aquí la sierva» y «se cumpla en mí» (Lc 1,38). Estoy seguro de que en todos los jóvenes se esconde un istmo, en el corazón de todos nuestros chicos hay un pequeño y alargado pedazo de terreno que se puede recorrer para conducirlos hacia un futuro que sólo Dios conoce y a Él le pertenece. Toca a nosotros presentarles grandes propuestas para despertar en ellos el coraje de arriesgarse junto a Dios y de hacerlos, como la Virgen, disponibles”. Toca a nosotros presentarles grandes propuestas para despertar en ellos el coraje de arriesgarse junto a Dios y de hacerlos, como la Virgen, disponibles.

Francisco cree en Panamá, por eso nos designó sede de este gran evento. Ahora nos corresponde a nosotros creer en nuestras fortalezas, en la capacidad de aprovechar nuestras debilidades como oportunidades.
Hermanos y hermanas: Redescubramos todo lo valioso que somos: nuestra identidad, nuestra cultura, nuestras traiciones.  Recuperemos el coraje y la valentía de otrora, esos que tuvieron los jóvenes estudiantes del 9 de enero. Seamos valientes y pongamos nuestra confianza en el que todo lo puede: DIOS.

El mantener viva nuestra memoria histórica, nos permite celebrar nuestro ser como pueblo, como nación, como creyentes. Por eso, insistimos que debemos tener presente nuestras raíces que indiscutiblemente son católicas y encarnadas en el amor de la Madre de la Misericordia, la Virgen María, que nos ha llevado de la mano hacia su Hijo Jesucristo, durante toda nuestra historia nacional.

¡Qué hermoso es recordar lo que nos cuenta la historia y la tradición, sobre esta advocación!, que ha acompañado a esta nación desde sus inicios de su conformación hasta la actualidad.
Por eso, la devoción a María es una nota importante de nuestra identidad panameña y  católica, que hemos de vivirla con sentido profundo.

Por eso hoy es un día muy especial e incluso podemos decir  es un tiempo hermoso para celebrar esta ordenación sacerdotal.

Es a ella a  Ntra. Sra. de la Antigua, la que desde siempre hemos querido confiar las vocaciones tan necesarias y urgentes para nuestra Arquidiócesis y a decir verdad, he constatado su intercesión.
Nuevos sacerdotes

Hoy Dios bendice a su Iglesia con estos dos  nuevos sacerdotes  Justo Rivas un hijo oriundo de Cerro Batea y Pedro Rodríguez Aguilar, oriundo de Santa Fe; hoy aunque no físicamente tu papa Justo y tu mamá  Pedro no están, ellos desde el cielo contemplan también hoy este acontecimiento.
Queridos diáconos –Justo y Pablo- ustedes son testigos que se puede encontrar la felicidad en la entrega total a Jesucristo, en medio  de un mundo que les grita,  que la podrían encontrar en el sexo descontrolado, la droga, el libertinaje, el consumismo.

Sean testigos fieles, de la confianza en Dios, para encontrar la felicidad plena, desgastándose por los demás.
Así lo mostró el Padre Héctor Gallego, el primer mártir latinoamericano, después del Concilio Vaticano II. Este sacerdote se desgastó por los campesinos de Veraguas, luchando por la justicia social,  los derechos humanos, motivando la organización  en sus parroquias.

Queridos Justo y  Pedro ustedes  más que nadie recuerdan  especialmente como  hace varios años iniciaron  un camino de formación espiritual, humana, académica, un camino de discernimiento para entender, madurar, fortalecer esa llamada al sacerdocio que sentían en el corazón.

Vinieron  al Seminario, donde han pasado varios años; ustedes, al igual que la Iglesia, están convencidos de que han sido escogidos por Cristo para servirle como ministro ordenado.

Damos gracias a Dios por vuestro sí; un sí, como el de María, ella la que por su convicción, es el prototipo de quien lo arriesga todo, por vivir la fe, por no buscar explicación racional al plan de Dios, sino aceptarlo desde la razón, por sufrir y por comprender todo el misterio que rodea al ser humano.
Ustedes saben que vuestra vocación comenzó en sus casa, por ello agradecemos a cada una de vuestras familias y a vuestras comunidad. Y referente a ti Pedro si me lo permites tú has crecido a   la sombra de un recuerdo que ha marcado la comunidad cristiana de Santa Fe, en la figura de un mártir y  servidor del pueblo el P. Héctor Gallegos.

Héctor Gallego caminó por las trochas bravas de Santa Fe de Veraguas.  En apenas tres años de itinerario, aquel hombre, de apariencia insignificante, transformó un remoto rincón del campo panameño y el corazón y el cerebro de muchas de sus gentes.  Y conmovió a todo Panamá.  Un auténtico record pastoral.  Tres años: como Jesús.

Fue un pionero. Cuando se iniciaba en el continente la pastoral del acompañamiento, ahí estaba él.  Cuando se empezaba a tejer nuevas organizaciones de base cimentándolas en el evangelio, ahí estaba él.
Cuando se inauguraba una nueva manera de ser Iglesia y de ser sacerdote, nuevos compromisos y nuevos riesgos, también estaba él.  Y a la hora de pagar el precio de estos cambios, también.  Cuando en el continente aún no había “desaparecidos”, él desapareció el primero.
Héctor observa la situación de los campesinos y se propone realizar auténticamente su trabajo sacerdotal, entregándose totalmente al servicio de los más necesitados, los campesinos de Santa Fe de Veraguas.
Hizo mucho en muy poco tiempo. Por todo esto, su historia merece ser contada.  Por todo esto me atrevo a contarla.

Por eso para continuar su obra en el mundo a lo largo de la historia, el mismo Señor hizo que sus discípulos fueran configurados a Él.
Esto se da gracias a la acción del Espíritu Santo y por la imposición de las manos. Una imposición de manos que no es un mero gesto litúrgico, sino una acción de gracia que injerta al ordenando a la Iglesia apostólica para ser testigo de la resurrección del Señor y proclamador de la Buena Nueva. Es lo que realiza el sacramento del Orden.

No olviden  JUSTO y PEDRO: Dios y la Iglesia confía en ustedes, y yo como obispo también confío en ustedes… Lo mismo que el Pueblo de Dios. No defrauden esa confianza, correspondan fielmente y  demuestren  que  vuestro  corazón generoso sabe responder a las misiones que Dios, por su voluntad, les confía.
Dentro de unos momentos, por la gracia de Dios, luego de haber respondido a la llamada de Dios: Ustedes, Justo y Pedro, serán marcado con la fuerza del espíritu para convertirse en servidores a imagen de Cristo.
A partir de ese momento, vuestras vidas se transforman interiormente para siempre. Estando  destinados y serán  ungidos por Dios para hacer realidad el abrazo amoroso de un Dios que salva y que se sigue manifestando en el ministerio sacerdotal de sus elegidos.

Al mirar la historia de estos últimos años, pocos son los que se han ordenado, sin embargo, la generosidad de tantos hermanos sacerdotes ha  permitido que el amor de Dios penetre el corazón de muchos hombres -que hambrientos y sedientos de las cosas de Dios- han quedado saciados por el ministerio de estos sacerdotes.
Ustedes mismos Justo y Pedro, han hecho este camino de encuentro con Dios y en este proceso han encontrado personas que con su testimonio de vida cristiana, recuerdan  como hombres comprometidos con su fe. Hoy los invito a recordar  a muchas personas que han intervenido en vuestro proceso: desde sus padres, sus catequistas, esto nos hace comprender la importancia de la comunidad cristiana en los procesos de acercamiento a Dios y a los hombres. Tantas personas con su testimonio y sus enseñanzas han jugado un papel importante en vuestras vidas.

Hoy, como nosotros, además de vuestros Padres, los acompañan familiares, amigos, seminaristas, formadores, sus nuevos hermanos en el presbiterio, y todos desde distintas dimensiones, sentimos la alegría de que el Señor haya puesto su mirada en ustedes  y que al llamado “Ven y Sígueme” ustedes hayan respondido: “En tu nombre Señor, echaré las redes” (Lc. 5) y que a ejemplo de María ustedes  puedan decir también “Hágase en mí tu voluntad”.

Debo decirles, que para esta ordenación, no son ustedes los único que se ha  preparado en la oración y la reflexión; ha sido una ocasión para hacerlo yo también, porque al conferir este sacramento descubro lo extraordinario que es ser sacerdote.

Hace ya unos años, ustedes Justo y Pedro, en medio de vuestros quehaceres diarios, experimentaron que Dios les llamaba a esta dignidad del sacerdocio. Ni ustedes ni ninguno de los sacerdotes hemos sido llamados por nuestros méritos sino porque Dios así lo dispuso.

Queridos Justo y Pedro, hoy es un día único en vuestra historia en el que se revela con mayor luz el misterio de vuestras  vidas como hijos de Dios: – A través de la impulsión de manos y la unción con el santo crisma; Tus manos serán una señal de perdón para muchos que buscan la reconciliación con Dios. Que jamás el sacramento de la reconciliación se convierta en una “tortura” –como señala el Papa Francisco- para quien ha sido llamado a la conversión, que sea más bien en tu ministerio sacerdotal un instrumento de la misericordia de Dios. Tus manos serán fuente de consuelo y unción saludable para los enfermos, los ancianos, los moribundos. Manos que llevarán a Cristo a los niños y a los jóvenes. Manos que bendecirán a los que se aman para construir la familia cristiana en el santo matrimonio.

Su voz deberá ser voz de Dios y profecía que anuncia que Dios es amor y que denuncia cuando ese amor no es amado, cuando no se respeta la dignidad de la persona ni el derecho a la vida.
El sacerdote hoy en día no debe jamás perder su dimensión profética. Profeta es el que anuncia que sólo Dios tiene el poder y la gloria, que quien vive en la verdad no convive con la mentira ni con la maldad.
La misión profética solamente se puede efectuar cuando el profeta es hombre de Dios, curtido en la oración, en la contemplación del rostro amoroso de Cristo.

La oración debe estar siempre en el camino del sacerdote y profeta.  El profeta anima a sus hermanos cuando la noche oscura de la vida se presenta. Sabe que  no tiene por qué temer: “el Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida ¿quién me hará temblar?”. Hoy Jesús te dice que “no hay que temer”. Con el profeta Jeremías, ante las dificultades que nos plantea el mundo de hoy también te sentirás comprometido con la esperanza de los profetas: “el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado” (Jer 20, 11). No hay que temer los retos ni desconfiar de aquél en quien has puesto toda tu confianza: Dios.
La comunión y la obediencia hacia la Iglesia y tu obispo serán también una expresión de tu identidad sacerdotal, como lo manifiestan en este día al jurar obediencia a mí y a su sucesor. Mi insistencia en este aspecto tiene que ver con la necesidad de que estemos siempre en comunión. Esta dimensión de su vida sacerdotal también los identifica y les hace fraternos, hermanos, entre los demás sacerdotes, miembros del presbiterio diocesano.

Justo y Pedro construyamos juntos esa unidad para que seamos también testigos de la misma en el corazón del pueblo de Dios que es la parroquia. Unidos seremos también testigos del mandamiento nuevo que Jesús nos legó: ámense los unos a los otros como yo los he amado.
Justo y Pedro a partir de hoy: ustedes como sacerdotes vivirán un momento supremo, que lo  repetirán a diario, y es aquel en que sus palabras son las de Cristo y las de Cristo son las suyas: “Esto es mi cuerpo… Este es el cáliz de mi sangre derramada para el perdón de los pecados…”.
Y sus manos, a partir de hoy tendrán el Cuerpo de Cristo, que es su cuerpo, y su cuerpo es el de Cristo. Cristo y tú seréis una sola cosa.

Por eso no se dejen  acostumbrar por la rutina o el desinterés. Aviven cada día en su corazón el temblor de quien adora el misterio que Dios mismo ha puesto en sus manos.
Y recuerden, lo mismo que sus palabra transforman el pan en el Cuerpo del Señor, de manera análoga todo vuestro ministerio sacerdotal, sus vidas, sus   palabras serán capaz de cambiar la realidad que les rodea. Y no son sus cualidades, será el poder de Dios. Si creen esto, verán cosas grandes en su vida de sacerdotal. Cuánto bien hace un sacerdote cuando cree en la eficacia de su ministerio. Si esto es así, no tengan miedo de vivir como sacerdote las 24 horas del día.
Por eso queridos hermanos háganse dignos de la gracia que reciben, así merecerán el reconocimiento de Cristo y de su Iglesia.

Mientras los poderosos se esfuerzan por conducir la historia bajo los criterios del poder, el tener y el dominio, dejando al lado una cantidad de empobrecidos, marginados y excluidos,  Dios  va realizando su acción en el mundo con criterios diferentes, con personas libres y liberadas, cuyo compromiso invitan a que las imitemos, como María que proclama la grandeza de Dios no sólo con los labios sino que lo pone en práctica en cada instante de su vida.
Con esta confianza evangélica, nos abrimos a la acción silenciosa del Espíritu, que es el fundamento de la misión.

Siempre de la mano de la Virgen
Pedro y Justo, que la Virgen María les enseñe el abandono confiado, sin reserva alguna, de vuestro presente y  futuro en Dios. Cuando se nos llama a una tarea difícil, nace en nosotros todo un mundo de temores: ¿Podré? ¿Resistiré?
Estos temores constituyen esa reserva cautelosa que nace del instinto de conservación. La fe de María consistió en la victoria sobre esa reserva y esos temores. Ella se puso en manos de Dios y fue capaz de decir: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38).
Encomendemos también no solo a Justo y Pedro sino que oremos por  nuestros seminaristas para que se entusiasmen en el seguimiento de Jesucristo y puedan escuchar la llamada de Dios.
Pedro y Justo ojalá que vuestro ejemplo aliente también a otros jóvenes a seguir a Cristo en el sacerdocio. Por eso oremos al “Dueño de la mies” para siga llamando obreros al servicio de su Reino, porque “la mies es mucha” (Mt 9, 37).

Pongámonos todos en las manos de María, Nuestra Señora de la Antigua, para que nos acoja en su regazo de madre, como acogió a Jesús, y nos defienda de los peligros que nos rodean. Hoy la Buena madre, se siente sin duda sumamente complacida al ver como unos seguidores de su hijo Jesús en esta nueva alborada de sus vidas cristianas escogen el día de su fiesta para iniciar su sacerdocio ministerial y estoy seguro de que sabrá como buena madre y consejera hacerles oír de mil maneras en el fondo del corazón y a lo largo de toda tu vida las consoladoras palabras que le dirigió a Juan Diego: “No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás por ventura en mi regazo?.. Tú eres mi embajador muy digno de confianza”. Que en tan buena y santa compañía y con el apoyo de su comunidad de vida, de tus familiares y amigos el ministerio que inauguran sea un advenimiento concreto del Reino de los cielos.

Finalmente quiero nuevamente expresar las gracias a ustedes queridos sacerdotes, diáconos, religiosas y fieles laicos, sin ustedes nosotros no pudiésemos ejercer nuestro ministerio episcopal. Y a nombre de mis hermanos obispos, les pido perdón si no hemos sido los pastores cercanos, atentos y dispuestos en los momentos en que ustedes requerían un palabra de aliento, un gesto de gratitud, que sabemos no es lo que buscan pero que nunca está demás.
Que el Señor nos siga bendiciendo y recuerden somos una Iglesia que camina en la esperanza.

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Su Excelencia Reverendísima Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, O.S.A. Nacido en Chitré, Panamá, el 24 de diciembre de 1956.Es el tercero de tres hermanos del matrimonio de Dagoberto Ulloa y Clodomira Mendieta. Fue ordenado sacerdote el 17 de diciembre de 1983 por el entonces Obispo de Chitré, Mons. José María Carrizo Villarreal, en la Catedral San Juan Bautista de Chitré.

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