Comunicado de la Conferencia Episcopal Panameña al término de la Asamblea Plenaria Ordinaria No. 205
COMUNICADO DE LA
CONFERENCIA EPISCOPAL PANAMEÑA
AL TÉRMINO DE LA ASAMBLEA PLENARIA ORDINARIA No. 205
Los Obispos de la Iglesia Católica en Panamá nos hemos reunido en la primera Asamblea Ordinaria Anual, entre el 9 y el 13 de enero de 2017, para analizar, reflexionar e iluminar la realidad eclesial y social del país. Esto no hubiese sido posible sin el acompañamiento y la ayuda de muchos colaboradores y de quienes trabajan en los diversos servicios de la Conferencia Episcopal, así como de las personas que, por la naturaleza de su trabajo, nos ilustraron e hicieron valiosos aportes durante estos días.
I. REALIDAD ECLESIAL
1. JMJ impulso evangelizador
Con el anuncio de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá en el 2019 y los temas de la misma, se inició en firme el proceso de preparación de este evento mundial, en el que nos comprometemos a vivirlo como una experiencia de comunión eclesial en torno a la figura del Santo Padre.
Como Conferencia Episcopal, asumimos la organización de los “Días en las Diócesis” a través de la Comisión Interdiocesana”, integrada por delegados de cada diócesis, que articulará con el Comité Organizador Local (COL) de la JMJ, presidido por la Arquidiócesis de Panamá.
A nuestros fieles les exhortamos a intensificar las oraciones por la JMJ y a que abran las puertas de sus corazones y de sus hogares para crear las condiciones espirituales y estructurales para recibir a los cientos de miles de jóvenes peregrinos que convergerán en nuestro país.
Pronto nos encontraremos todos acompañando a nuestra juventud, en Chitré, en el XXXVIII Encuentro Nacional de Renovación Juvenil, del 2 al 5 de febrero. Siempre es una ilusión experimentar el rostro alegre y joven de la Iglesia, y animarles para que salgan dispuestos a ser discípulos y misioneros de la misericordia del Padre.
2. La no violencia un estilo de vida
Como un aporte al mundo, la Iglesia Católica inicia el año celebrando el 1 de enero la Jornada Mundial por la Paz. El Papa Francisco para esta ocasión nos ha regalado una propuesta de vida en su mensaje “La No-Violencia: un estilo de política para la paz”.
Todos estamos convencidos de que vivimos envueltos en un ambiente violento en todos los ámbitos de nuestra vida: en el hogar, en la calle, en los medios de comunicación, en las redes sociales; estas últimas se han convertido en el temor y el abuso de muchos, ya que, sin reparo alguno, suben contenidos sin medir las consecuencias ni la veracidad de los mismos.
No hemos superado el revanchismo, el divisionismo y los juicios mediáticos, ante casos de corrupción, en las actuaciones y debates políticos que avergüenzan a propios y extraños, poniendo en peligro la institucionalidad y la justicia.
Debemos hacer un alto y recapacitar si no queremos seguir en la espiral de violencia o deseamos cambiar radicalmente esta realidad. Para el Papa es claro que “la paz tiene consecuencias sociales positivas y permite realizar un verdadero progreso. Por lo tanto, debemos movernos en los espacios de lo que es posible, negociando vías de paz, incluso ahí donde las dichas vías parecen ambiguas e impracticables”.
3. Proteger a la niñez, especialmente la más vulnerable
Nos hacemos eco de la preocupación del Santo Padre Francisco, manifestada en Carta que nos dirigiera a los Obispos del mundo sobre la niñez, fechada el 28 de diciembre de 2016.
Acogemos la llamada del Papa para que nosotros, al igual que San José, defendamos y cuidemos con coraje la vida de nuestra niñez, que sufre por las ansias de poder de los nuevos Herodes, que le roban su inocencia desgarrada bajo el peso del trabajo, la esclavitud, la prostitución y la explotación; por la emigración forzada, porque han caído en manos de pandilleros, de mafias, de mercaderes de la muerte que lo único que hacen es fagocitar y explotar su necesidad.
Reiteramos nuestro compromiso de “tolerancia cero” ante los abusos a menores por sacerdotes. “La Iglesia también llora con amargura este pecado de sus hijos y pide perdón”. Como hemos anunciado en nuestro documento “Protegiendo nuestro tesoro”, hemos establecido las medidas necesarias para proteger a nuestra niñez ante tales crímenes.
II. REALIDAD NACIONAL
4. Una educación sexual en y con la familia
Aun vemos con mucha preocupación las tentativas de querer imponernos a través del sistema educativo la ideología de género, que el Papa ha denunciado frecuentemente como una nueva colonización, impulsada por organismos internacionales, que condicionan las ayudas económicas a los países, a fin de maniatar su libertad y soberanía.
La Iglesia siempre ha afirmado que los padres tienen el deber y el derecho de ser los primeros, principales e insustituibles educadores de sus hijos, también en el plano sexual y moral.
Reafirmamos nuestro compromiso de apoyar una ley de educación sexual en la que se forme a la niñez y la adolescencia sin que se violente su dignidad con nociones reduccionistas de una sexualidad banalizada y empobrecida.
5. Un sistema educativo colapsado
No podemos seguir ignorando que nuestro sistema educativo ya ha colapsado. Una de las pruebas más fehacientes ha sido el incremento de los fracasos escolares, que no solo pone en evidencia al estudiante reprobado sino el fracaso de toda la sociedad panameña: Ministerio de Educación, estudiantes, padres de familia, educadores, medios de comunicación. Se hace necesario recuperar el ideal de la educación entendida como misión y servicio, que requiere vocación, y no reducirla a una mera profesión.
A pesar de los ingentes llamados, análisis, propuestas de distintos sectores de la sociedad, en el que se incluye la Iglesia Católica, no hemos sido capaces de hacer un alto y deponer antagonismos, para reconocer nuestras fragilidades y encaminarnos a buscar una política educativa que supere a los gobiernos y garantice a la niñez y la juventud una formación integral, no solo en lo académico sino también en el aspecto humano y espiritual.
Uno de los principales pilares de nuestro desarrollo en todos los ámbitos es la persona humana, y si no atendemos el problema educativo como prioridad estamos llevando a nuestro país a un suicidio social, político y económico.
6. Pasar del asistencialismo a la promoción humana
Conocemos la realidad de la pobreza y las dificultades en la que viven muchos hermanos nuestros, tal como lo ha señalado el último informe del MEF. Sabemos que la situación social sigue siendo difícil. Hay demasiadas necesidades básicas no satisfechas en un país con grandes riquezas. La deuda social reclama a gritos una nueva manera de llevar el desarrollo del país, para la creación de trabajos dignos; una educación acorde con las demandas actuales, donde los jóvenes puedan tener alternativas ante las propuestas del narcotráfico, la droga, las bandas delincuenciales, con sus secuelas de destrucción y muerte.
Sabemos, dice el Papa Francisco, que «mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales» (Evangelii gaudium, 202).
Para la Iglesia Católica, la promoción humana, si bien atiende los aspectos materiales y económicos, concede el primado a los valores más altos del ser humano: a los valores de la cultura, de la libertad -entendida no como licencia y desenfreno de los instintos sino como capacidad de elección autónoma y responsable-, del compromiso social por el bien común, de la participación.
En consecuencia, un desarrollo sostenible debe estar centrado en crear oportunidades para la autogestión, la formación de acuerdo a los nuevos tiempos, que le permita al ser humano lograr independencia económica y política, pero también un desarrollo desde el compromiso con la dignidad de la persona y el bien común. No basta, aunque sea necesario en momentos o situaciones urgentes, un mero asistencialismo.
7. Ética versus corrupción
Nuestro país se ve empañado por acusaciones de actos de corrupción que ponen en riesgo a los ciudadanos y la imagen de nuestro país.
En este momento de la historia del país, son oportunas las palabras de San Juan Pablo II cuando dijo que: “Si no existe una verdad última -la cual guía y orienta la acción política- entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (Juan Pablo II: Centesimus annus, 46).
Hoy nos debatimos en lo que es la verdad, en una nación donde pareciera que nadie cree en nadie. Esto es evidente por la falta de ética y moral que vivimos en la actualidad en todos los niveles de la sociedad panameña. Este deterioro social nos ha llevado a una peligrosa espiral de desencuentros y enfrentamientos fruto de la desilusión y de la rabia ciudadana.
Porque, como señalara el Papa Francisco, “La corrupción la paga el pobre, la pagan los hospitales sin medicinas, los enfermos que no tienen cuidados y atención espiritual, los niños sin educación y sin catequesis”. Por eso, ante la corrupción, es necesario que cada uno asuma la culpa, el arrepentimiento y la devolución de los bienes mal habidos, sin lo cual seguiremos navegando en el mar de la impunidad y el juega vivo.
Cada uno debe abrirse a las exigencias de la solidaridad y del bien común. La pobreza no es solo un tema económico, es también un tema moral y cultural. Y es esa pobreza moral y cultural la que nos ha mantenido inmóviles para emprender los cambios necesarios.
Insistimos con mayor fuerza, volvamos a recuperar la ética y la moral como medidas para nuestras actuaciones. No podemos seguir mirando para otro lado, ignorando nuestra responsabilidad de generar los cambios que necesita el país.
Tengamos muy presente que la Patria no es finca sino heredad que hay que saber acoger, proteger y engrandecer; es bien común y, como tal, no sólo don sino también responsabilidad. Panamá no merece estar viviendo una experiencia tan dolorosa y escandalosa, que afecta a un significativo número de panameños y de panameñas.
8. Panamá un país solidario y fraterno
Históricamente Panamá ha sido un país solidario y fraterno con los migrantes, sin embargo, los roces que se han dado al incrementarse el número de extranjeros en el país han ocasionado que esta apertura se vea disminuida.
El Papa Francisco ha manifestado que no se puede cerrar el corazón a los que llegan de otros países pero que los gobiernos deben ser prudentes y prever cómo instalarlos y cómo integrarlos. Y agrega: “Un refugiado, un inmigrante que no esté bien integrado, se convierte en un gueto. Y que una cultura que no se desarrolla en relación con las demás culturas, es algo peligroso”.
Exhortamos a nuestros hermanos que han venido de otros países que, como expresión de gratitud, sientan a esta Nación como parte de su ser. Sientan con nosotros ese amor de hermanos, respetando y valorando a este pueblo, que por tradición es acogedor, amable y hospitalario. Panamá es su segunda Patria, ustedes ya son parte de ella.
Que Santa María La Antigua nos ayude a ser cercanos, acogedores y servidores de Jesús en sus hermanos más pequeños y necesitados.
Panamá, 13 de enero de 2017.
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